martes, agosto 07, 2007

Valentin Puig, La levedad de tanto liderato

martes 7 de agosto de 2007
La levedad de tanto liderato

POR VALENTÍ PUIG
Concederle al cinismo la exclusividad de la política práctica es una actitud de muy alto riesgo. En realidad, finiquitadas las ideologías y agotado el radicalismo, es hora de reforzar la idea de virtud y cosa pública. La política consiste en ofrecerle al ciudadano un sentido de la vida pública. El radicalismo de los años sesenta nos ha legado un lastre cuya inercia parece permanecer más allá del sentido común. Aquella actitud hipercrítica ante todas las instituciones sedimenta desconfianza y turba las relaciones entre los individuos y los sistemas institucionales. Es la idea del buen salvaje que se enfrenta a la perversión institucional.
En realidad, suele ocurrir al revés: las instituciones son el resultado evolutivo de una acción humana predispuesta a una noción del bien común que someta los peores instintos del hombre a formas consensuadas de convivencia y de avance social. Para los sesenta, la institución resultaba sospechosa. Eso origina en parte el recelo ante instituciones como el ejército o la iglesia -toda forma de autoridad, por legítima que sea-, al igual que cierta indiferencia ante la aportación histórica que representa en España la monarquía parlamentaria. Sin confianza en las instituciones legítimas una sociedad cae en la disgregación y el desencuentro. «Mutatis mutandi», ocurre con la Constitución de 1978.
Ha existido siempre el cálculo de beneficio político, como parte consustancial de la política. Lo que cambia en los últimos tiempos es el gobernar atendiendo de forma preferente a las encuestas y sondeos de opinión. Al menos en apariencia, eso desprovee al político tradicional de viejas capacidades de iniciativa porque las iniciativas proceden de los porcentajes de aceptación de un programa o de una coyuntura. Si existió un tipo de político que actuaba por instinto, hoy actúa más bien sometido a los dictados del olfateo demoscópico. De ahí la creciente inutilidad de los ideólogos. De ahí el retorno de los augures. La política sigue siendo el arte de lo posible, pero su práctica está sometida a la presión del «share». Esa es a la vez causa y efecto en el diagnóstico de ausencia de líderes con voluntad política que logre anticiparse a las solicitaciones de la ciudadanía en lugar de ser seguidora de sus extroversiones demoscópicas. Por no tomar decisiones que puedan turbar a la opinión pública, luego hay que tomarlas con premura, recurriendo a eufemismos, haciendo las cosas a medias.
Trágicamente, el envite del islamismo radical globalizado requiere de decisiones colectivas tan consistentes como complejas: son decisiones que se verían facilitadas por la existencia de líderes más articulados y capaces de avanzar contra viento y marea, aunque tuvieran que ser amarrados al palo mayor de la nave para superar la tempestad. Europa es, en este aspecto, como una gran pecera. Sus políticos en general se resisten a ponerle su verdadero nombre al enemigo terrorista o a asumir lo que de cierto pueda haber en el choque de civilizaciones. Incomoda aceptar que a partir del 11-S las instituciones del mundo occidental -especialmente en el contexto de los vínculos entre libertad y seguridad- están pasando por pruebas muy duras.
Para ganar tiempo o por ceguera, las democracias europeas creyeron en Múnich que Hitler cumpliría su palabra. Aquella imprevisión de los años treinta tiene elementos comparativos con el paso del siglo XX al XXI: entonces tampoco se calibró lo que significaría la llegada de Jomeini al poder en Irán, del mismo modo que posteriormente la implosión de la Unión Soviética y la liberación de Centroeuropa no entraban en la anticipación de Occidente, como no se calculó que Bin Laden era una posibilidad.
La política no es algo inútil, por distorsionados que estén los principios del siglo XXI. Las democracias fueron más débiles en los años treinta del siglo pasado y la libertad fue puesta en mayores peligros por el imperialismo soviético. La pobreza y el hambre aparecían como una devastación imparable a mediados de siglo y sin embargo la revolución verde y el crecimiento económico han tenido unos efectos espectaculares. Ahora el nuevo maltusianismo ha hallado cobijo en las tesis del calentamiento global, pero, a pesar de augurios y riesgos, el mundo no está en uno de sus momentos más desastrosos. No vendrían mal, de todos modos, líderes con mayor peso específico.
vpuig@abc.es

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