miércoles, agosto 15, 2007

Una ministra sin credito politico

miercoles 15 de agosto de 2007
Una ministra sin crédito político
UNA vez que la anterior ministra de la Vivienda ha dejado el campo libre, parece claro que Magdalena Álvarez reúne todos los méritos para ocupar el puesto de miembro del Gobierno peor valorado por los ciudadanos. Aunque sea lo principal, no se trata sólo del despropósito en la gestión de las competencias de su departamento. Es también cuestión de malos modos, prepotencia y falta de capacidad para encajar las críticas, como ayer puso de manifiesto una vez más la titular de Fomento en su comparecencia ante el Congreso de los Diputados. La ex consejera de la Junta de Andalucía sigue en su cargo por razón de los equilibrios internos del PSOE. Más allá de la obviedad, es lógico por ello que ponga su futuro político en manos de Rodríguez Zapatero, porque sabe que la cuota territorial beneficia su continuidad a pesar del desastre permanente. En el Parlamento catalán ni siquiera sus propios compañeros de partido fueron capaces de defender la gestión ministerial, aunque exculparon al presidente. Álvarez, por su parte, repite una y otra vez los tópicos al uso en el manual de instrucciones de la propaganda socialista. En definitiva, la culpa de todo la tiene siempre la oposición, que por cierto invirtió en cuatro años en Cataluña 1.100 millones más de euros que el Gobierno del PSOE. Si fallan las infraestructuras en Cataluña, los responsables son el PP y CiU, que no supo reivindicar lo necesario. La lógica no importa: la ministra prefiere no escuchar que su antecesor, Francisco Álvarez Cascos, dejó el Ministerio hace tres años y medio y que CiU perdió las elecciones autonómicas hace todavía más tiempo. Los socialistas se equivocan de medio a medio si piensan que esta insólita oposición «retrospectiva» les permite eludir su responsabilidad ante la opinión pública. Como es natural, cuando fallan los trenes de Cercanías, hay un colapso en la autopista, el aeropuerto no funciona y las ciudades se paralizan por un apagón eléctrico, la gente se indigna con los gobernantes actuales y no admite explicaciones ridículas.
El argumento de que las inversiones gubernamentales en Cataluña son suficientes y adecuadas encierra una trampa dialéctica para quienes lo defienden. Si es así, como el propio Zapatero trató de demostrar en su fugaz visita a Barcelona, parece evidente que el problema reside en la pésima gestión de dichas infraestructuras, cuya responsabilidad recae en todo caso sobre las administraciones -estatal o autonómica- regidas por los socialistas. La ministra debería pensarlo dos veces antes de recitar una y otra vez la misma letanía. Reconocer ahora el error de no haber reducido los servicios ferroviarios para llevar a cabo las obras en la estación de Sants -imprescindibles para el acceso del AVE a Barcelona- es una buena prueba del carácter electoralista que el Ejecutivo imprime a sus actuaciones. Reducir frecuencias por razones operativas es una decisión técnica que se debió adoptar con independencia de sus eventuales repercusiones políticas.
No es de extrañar la soledad parlamentaria de la ministra durante la sesión de ayer. No se puede quedar bien con todos a la vez, como pretende Zapatero. En política se recoge lo que se siembra, y el Gobierno viene jugando al borde del precipicio en materia de infraestructuras con la vana esperanza de que nunca llegue el momento de cumplir las promesas realizadas. Ocurre todo lo contrario: las expectativas insatisfechas generan frustración y, en este caso, los ciudadanos catalanes están hartos de buenas palabras -así lo atestigua una encuesta de la propia Generalitat- que contrastan con una realidad inaceptable de fallos en cadena. El problema de las Cercanías le ha estallado en las manos al Ejecutivo y la incuestionable falta de eficacia de la ministra de Fomento debe acarrear responsabilidades políticas. Anteayer, en el Parlamento catalán ni siquiera Joaquín Nadal, consejero del PSC, defendió a la ministra, y ayer, en el Congreso, Álvarez tuvo que escuchar críticas muy severas de todos los Grupos, no sólo del PP. Confiar en las cuotas y los equilibrios internos de su propio partido para seguir en el cargo como si no pasara nada es la mejor prueba de la debilidad de una ministra que hace tiempo agotó ya su crédito político.

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