martes, agosto 28, 2007

Una dimision que ya tardaba

martes 28 de agosto de 2007
Una dimisión que ya tardaba
ROSA Regàs ha presentado su dimisión irrevocable como directora de la Biblioteca Nacional ante la evidencia de que no cuenta con la confianza del nuevo ministro de Cultura. En rigor, se trata de una destitución en toda regla, ya que el reproche de César Antonio Molina a la veterana escritora catalana supone una descalificación absoluta de su gestión. Según la versión de la propia Regàs, que se despide con el mismo tosco estilo que ha manifestado durante toda su etapa, el ministro le dijo que no había hecho «nada» en estos tres años de mandato. En realidad, lo que arguyó Molina a Regàs es que no había hecho «nada más que crear problemas». A pesar de sus suspicacias hacia la prensa -y, muy en especial, hacia ABC- la directora dimisionaria ha podido comprobar que las críticas hacia ella no sólo proceden de la derecha «retrógrada», sino que son compartidas por el titular de Cultura del Gobierno «progresista». Sectaria hasta el ridículo, algunas de sus declaraciones forman parte ya de la antología del disparate político. Incapaz por completo para dirigir una institución de tan alto nivel, el desastre ha culminado en un gravísimo expolio con la desaparición de dos mapamundis de Tolomeo denunciada hace unos días. Con este lamentable episodio, Regàs había dejado de ser una anécdota para convertirse en un peligro para la imagen del Gobierno en materia cultural. A diferencia de su antecesora en el Ministerio, Molina se mueve con buen sentido en un ambiente que conoce desde hace tiempo y ha aprovechado la primera oportunidad para desprenderse de una herencia desafortunada. Mejor para todos, porque la hilaridad que suscitaba la escritora en los medios literarios y políticos dañaba a la propia institución, a cuyo frente nunca debió ser situada por exigencias de la «cuota» catalana en los primeros tiempos de la legislatura.
Regàs ha sido una apuesta fallida de Zapatero. El presidente del Gobierno suele equivocarse estrepitosamente en sus apuestas personales y esta vez también lo ha hecho, con grave daño para la biblioteca más importante de España. Es intolerable que una persona que representa a la cultura española dijera -sin que conste que se avergüence de ello- que era perseguida e insultada a causa de su progresismo por las calles de Madrid y que se felicitara de que la gente no lea periódicos, por considerar que están al servicio de la derecha más rancia. El episodio de la estatua de Menéndez Pelayo, que afortunadamente no se consumó, es fiel reflejo de los excesos que puede cometer una persona cegada por el sectarismo. Consecuencia también de ciertos prejuicios ideológicos, su desinterés por las medidas de seguridad ha causado un gravísimo daño a nuestro patrimonio cultural. En todo caso, todo ello es sólo el síntoma de una enfermedad de raíces más hondas: la concepción de Zapatero y de sectores del PSOE de que la cultura es patrimonio exclusivo de la izquierda en virtud de una falsa «superioridad» moral e ideológica. Por fortuna, Rosa Regàs es ya sólo un mal recuerdo en la brillante historia de la Biblioteca Nacional.

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