jueves, agosto 09, 2007

Tamames, Panamá construye su futuro

jueves 9 de agosto de 20007
Panamá construye su futuro Ramón Tamames
Catedrático de Estructura Económica (UAM)Catedrático Jean Monnet de la UEMiembro del Club de Roma

La verdad es que uno tiene sus querencias, como todo el mundo, y una de ellas para mí es seguir lo más cerca posible la evolución de la República de Panamá. Entre otras cosas, porque desde que leí La vuelta al mundo de un novelista, de Vicente Blasco Ibáñez, todavía en mi tierna infancia, quedé muy impresionado de su narración sobre el istmo de las Américas, en un capítulo que titulaba Panamá, la verde. Y allí nos contaba también cómo funcionaba el Canal, con una admiración que supo transmitir a sus lectores, por lo que era y sigue siendo una de las obras de ingeniería más portentosas.
Ahora, me ocupo otra vez de asuntos panameños, recordando mi primer viaje a las Américas, en marzo de 1966, vía Nueva York. En cuyo aeropuerto John F. Kennedy hacía un frío glacial, para pocas horas después llegar a Tocumen, el aeropuerto de la capital istmeña, donde recibí una especie de “palo de calor” en plena noche tropical.
Allí estuve trabajando tres meses —con Fernando Eleta, Ministro de Asuntos Exteriores como mi jefe—, en el marco de lo que fue la última presidencia constitucional del país, con un paternalista Marco Aurelio Robles como Jefe del Estado. Al terminar su mandato, yo ya estaba de vuelta en España, se produjo el golpe de Estado por Omar Torrijos, que no obstante ser un dictador, como todos, autoritario y prendado de sus propias cualidades, dejó, entre otros activos importantes para el país, la negociación que mantuvo con Jimmy Carter. Y que desde el hegemonismo norteamericano permitió, casi milagrosamente, la devolución de la zona del Canal a Panamá, en 1999.
Tengo muchos recuerdos de la verde República (también tiene sus épocas de seca), adonde he vuelto en varias ocasiones, pero encontrándome ya un panorama muy distinto del de mi viaje inicial, cuando la capital era una ciudad calmosa, de aire apacible, no obstante sus calles llenas de gente, y con los pequeños autobuses llamados “chivas”, pintados de colores brillantes. Y con edificios generalmente de baja altura, dando a la avenida Balboa, que atraviesa toda la ciudad bordeando el océano. Y donde se encuentra el monumento a quien en 1513 descubrió, con ojos europeos, el Mar del Sur, al que dio el nombre de Pacífico; simplemente, dicen, porque aquel día estaba muy en calma.
He escrito últimamente algunos artículos sobre la futura ampliación del Canal de Panamá para duplicar el tráfico actual, con nuevas esclusas (permaneciendo en funcionamiento las antiguas para los buques que cumplen las normas Panamax), que permitirán navíos de gran eslora, manga y calado, que incluso duplicarán, en términos de contenedores, el máximo que permiten las actuales medidas.
Hoy, lo que quiero es presentar a los lectores de Estrella Digital, una perspectiva de cómo está preparándose Panamá, en ámbitos colaterales a la gran vía de navegación, para su futuro. Diseñando una ciudad que con sus aledaños va a ir sustituyendo a Miami —acosada por las medidas de seguridad del Presidente Bush— y que en cierto modo va a cumplir un papel similar al que al otro lado del Pacífico representa Singapur respecto del Estrecho de Malaca.
Los proyectos en curso incluyen desarrollos urbanísticos realmente portentosos (a los que solamente se pueden parangonar los del Golfo, con ejemplos como Dubai y Abu Dhabi), con torres de más de 100 alturas, que en gran medida se ocuparán con fines turísticos, residencias de ciudadanos estadounidenses de la tercera edad, y también con oficinas para negocios financieros de todas clases.
Además de eso, la Occidental Petroleum, en asociación con la Qatar Petroleum, tiene prevista la construcción de una gran refinería, con sus extensiones petroquímicas, en Puerto Armuelles, en la provincia de Chiriquí. Que tuve ocasión de visitar varias veces durante mis trabajos panameños, colindante con Costa Rica, y donde se conservan los mejores bosques húmedos tropicales, en el entorno de la frontera costarricense del Paso de Canoas.
Otro consorcio foráneo, dirigido por una gran empresa portuaria de Hong Kong, Huntington Whanpoa —que también tiene amplias actividades de contenedores en el puerto de Barcelona—, planea convertir Balboa, la salida sur del Canal, en el puerto más importante de Iberoamérica. En tanto que en la agencia naviera, también china, Cosco, construirá otro superpuerto en el Caribe, en Colón. Adicionalmente, Copa, una línea aérea panameña, aspira a convertir el aeropuerto de Tocumen en un hub para los pasajeros que ya no quieren pasar por Miami.
Por otro lado, hasta las Naciones Unidas se han sensibilizado con el crecimiento económico de Panamá, y por razones también locacionales —como dicen los panameños, su país es “el centro del mundo, el corazón del universo”—, establecerán su sede regional en la ciudad que fundara Pedro Arias Dávila en 1519; aunque luego, después del incendio provocado por la incursión del pirata Drake, la nueva capital se construyera en una posición de mejor defensa a pocos kilómetros de la que hoy se denomina, en medio de grandes nostalgias, “Panamá la Vieja”.
Hay otros muchos proyectos, entre ellos el confiado por el Gobierno del Presidente Torrijos a la London & Regional, una compañía británica que va a desarrollar los terrenos de la antigua base aérea norteamericana Howard, muy cerca de la Ciudad de Panamá; con todo un complejo industrial, comercial y financiero. A lo cual se agregarán las inversiones de Donald Trump, el magnate norteamericano, que tiene intención de construir una cadena de hoteles en todo el país, que dispone de alguna de las mejores playas del planeta.
Todo ese inmenso desarrollo, va a ser operado virtualmente con trabajadores extranjeros, pues Panamá tiene una población reducida (sólo tres millones de habitantes para un país del tamaño de Portugal), muy dispersos todavía por el interior (los urbanitas les llaman casi despectivamente los “interioranos”), que en un 40 por 100, según estimaciones oficiales, se encuentran por debajo de la línea de pobreza. Siendo la idea del Presidente Torrijos elevar el salario mínimo a 300 dólares, en una tentativa de redistribución de riqueza y renta para prevenir eventuales problemas sociales y políticos. Puesto que como ha subrayado Guillermo Chapman, el economista más conocido de Panamá —y viejo amigo personal de quien esto suscribe desde 1966—, el principal problema de la República es el dualismo que separa a una cúspide muy estrecha de familias enormemente ricas, con una base muy ancha de población en la penuria.
En torno al desarrollo futuro de Panamá, que seguiremos de cerca para los lectores de Estrella Digital, cabe decir que también planea sobre la bonanza actual el fantasma de un pinchazo del boom inmobiliario, y de que las expectativas sobre el efecto canal hayan sido hipertrofiadas. Pero ante esas observaciones agoreras, lo cierto es que la presencia de inversores de todas las procedencias, y especialmente de EE.UU. y de China, aseguran un porvenir verdaderamente espectacular. Al cual no deben ser ajenas las empresas españolas, que se han demorado en exceso por estar al corriente de los negocios panameños, debido a la torpeza de un Gobierno que todavía mantiene a Panamá como paraíso fiscal nada recomendable.

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