martes, agosto 07, 2007

Ruben Loza Aguerrebere, La hoja en blanco

martes 7 de agosto de 2007
La hoja en blanco Rubén Loza Aguerrebere

Amos Oz (Jerusalén, 1939) es una de las destacadas personalidades de la literatura de nuestros días. Recientemente ha recibido el premio Príncipe de Asturias, que viene, así, a sumarse al Premio Israel de Literatura, Goethe y France Culture. Los ha obtenido con una obra vasta y rica: ensayo y novelas. Entre sus títulos más valorados cabe citar Un descanso verdadero, Una historia de amor y oscuridad, La bicicleta de Sumji y De repente en lo profundo del bosque.
Su reciente libro en nuestra lengua, La historia comienza (Siruela), analiza los comienzos de algunas piezas maestras de la literatura universal, aunque con una singularidad: se limita al inicio de ciertos cuentos y novelas de autores muy conocidos. Por ejemplo, de Gógol y Chéjov y hasta de García Márquez.
Cuenta el escritor que su padre escribía “libros sesudos” y que llegó a sentir cierta envidia por la libertad de la cual disponía su hijo cuando redactaba novelas. No necesitaba ni libros de consulta ni diccionarios para sus consultas a su lado cubriendo la mesa de trabajo. Ignoraba su padre que Amos Oz se enfrentaba nada menos que a una hoja en blanco. “Sólo yo y el vacío y la desesperación”, para usar sus palabras. En verdad, no es fácil sacar algo de la nada en absoluto.
En razón de ello, se pregunta Amos Oz qué hay que contar en el primer capítulo, y más concretamente en el primer párrafo de una narración, cuando se dispone de un cúmulo infinito de informaciones. Esto sucede al escritor de cuentos, al novelista. En La dama del perrito, el personaje chejoviano está haciendo gestos hasta que la dama, ruborizándose, le dice que el animalito no muerde. Le tira un huesito. Pero, ¿cuándo se tira ese huesito? En consecuencia, Amos Oz decide analizar esa especie de contrato que se establece entre el autor y el lector y que nace en el dificultoso comienzo de una historia.
Imaginemos el inicio: un señor se sienta, una fría tarde, con una dama, a la mesa de un café. ¿Comienza la historia con una pregunta de ella o, mejor, con el hombre acomodando la silla para que la mujer se siente? ¿Es muy importante el clima? Si la tarde debía ser fría, no sería mejor comenzar el relato fuera del café. Y después de todo, si no es importante que sea fría la tarde, ¿por qué no dialogan en una plaza mientras los chicos juegan alrededor o bien caminando por una calle solitaria? Todo ello, al fin, no es más que una forma técnicamente astuta como para atraer al lector a un mundo de placer y juegos, para que continúe sumergido en esa aventura que, en la medida que lo seduzca.
¿Cuánto, entonces, debe pasar por la mente del escritor enfrentado a la hoja en blanco? Esa cuartilla que, al decir de Amos Oz, se asemeja a una pared encalada, sin puertas ni ventanas. Así son, en consecuencia, las numerosas dificultades del escritor que en este libro va analizando con sutileza exquisita el celebrado novelista, en un juego que atrapa tanto al lector como al escritor. Vale la pena dejarse llevar por él, una vez más, y descubrir así los vericuetos que un creador debe ir sorteando a medida que escribe convenciéndonos de que eso que estamos leyendo es la pura verdad.

No hay comentarios: