miércoles, agosto 15, 2007

Quintano, Si Gibson tuvira un abuelo

miercoles 15 de agosto de 2007
Si Gibson tuviera un abuelo

POR IGNACIO RUIZ QUINTANO
ME apeé del periodismo cultural el día que en un artículo sobre decadencias históricas para una revista progresista me cambiaron el nombre de Gibbon, el Homero de la decadencia romana, por el de Gibson, ese hispanista -uno de los oficios más tontos, pero mejor recompensados, del mundo- que vive de ir vendiendo por ahí, aunque con malos tropos literarios, la trola de que la II República española fue el epígono de la I República romana, es decir, una nación de reyes.
-Si yo tuviera un abuelo enterrado como un perro buscaría a mi abuelo -ha dicho Gibson-. Todos los cristianos deben entender que el ser humano necesita enterrar a sus muertos.
Gibson no es romano y España no está en decadencia, por mucho que el jefe andaluz de los catalanes llame a los españoles «parásitos y gritones». Nuestros mozos ya no celebran sus fiestas populares arrojando cabras desde un campanario. Ahora las cabras mueren en las plazas de toros y a manos de las dos figuras mediáticas del toreo, José Tomás y El Juli, con el apoyo dionisiaco de la izquierda cultural, que este verano, y en la cuna del misticismo español, montó un espectáculo digno de las bromas de Calixto Bieito.
Gibson es irlandés, como Swift, como Wellington, como Yeats y como ese desgraciado estudiante aherrojado desde hace meses en una ergástula africana por hacerle un «calvo» a un gobernador senegalés. Con el mismo rigor con que Gibson habla de España, los etnólogos hablan de los irlandeses como si fueran celtas, una tribu de excéntricos en nuestro aburrido mundo moderno. Es fama que no hay inglés que quiera echárselas de gracioso que no redondee cualquier anécdota ordinaria con un «absurdo irlandés». Mas con su cara de indio comiendo bicarbonato, que en el mundillo es la señal inequívoca del intelectualismo solemne, Gibson es irlandés. También es escritor, aunque no sé si de esos que, según Reginald Hill, cuando los visitas, si llevas la cabeza de su madre en una mano y un ejemplar de uno de sus libros en la otra, te reciben con los brazos abiertos. Lo que Gibson no es, a pesar de San Patricio, es cristiano, porque, si lo fuera, todo su hispanismo, que es un hispanismo de progreso, se iría a hacer puñetas.
Para recibirse de hispanista, Gibson cogió una perra con Lorca, y de esto hará ya unos cuarenta años, pero todavía no nos ha descubierto qué hacía un Domecq en el entierro del Camborio, cosa que intrigaba graciosamente a Pemán, quien, como parece ser que también se dispone a hacer El Juli, emparentó con una Domecq. Es posible que Gibson sepa ya decir «¡A las cinco de la tarde!», si no con la hondura de Gabriela Ortega, al menos sin el acento del Sombrerero Loco, en cuya casa, por cierto, siempre eran las cinco de la tarde y las teteras hervían que se mataban. Pero yo prefiero la historia -contada por Claude Popelin, amigo del torero- de cómo a Sánchez Mejías, a quien no le interesaba mucho la política, recién estrenada la República, fue a encontrarlo en Sevilla, muy emocionado, el sacristán de Nuestra Señora de la Esperanza: «¡Don Ignacio, hay que salvar a la Virgen de la Macarena!» «¿Dónde está?» «La he bajado del altar y la he escondido en mi casa. Para no llamar la atención, la he metido en mi cama como si fuera una persona.» Durante la noche, el torero carga una camioneta con cuerdas, escaleras y un mortero de cal, va a recoger la estatua de la Virgen y, al amanecer, se dirige al cementerio de San Fernando, alegando ser un marmolista que viene a reparar una tumba. Con su llave personal abre el sepulcro situado bajo el monumento funerario de Joselito y allí, bajo la protección del héroe popular que tan apasionadamente la adorara, esconde a la Macarena. «¡Qué tremendo con las últimas / banderillas de tiniebla!»
Si Gibson tuviera un abuelo... Pero no lo tiene, así que lo único que pretende es meter los perros en danza y, como disciplinado «hooligan» del socialismo zapateril, hacerle un «calvo» irlandés a la derecha española. ¡Otra salchicha!

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