domingo, agosto 05, 2007

¿Quien dice que me quiera quitar el bigote?

lunes 6 de agosto de 2007
¿Quién dice que me quiera quitar el bigote?

Últimas palabras escritas por Frida Kahlo en su diario: «Espero que la marcha sea feliz y espero no volver». Que te lo crees tú. Lo de no volver. El nivel de saturación con la mexicana en su centenario está empezando a resultar inaguantable. Se la ve más que a Paris Hilton. Ya no es sólo la gran exposición del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México (donde se la había velado). Es que levantas una piedra y te pinchas con su bigote. Y si no tenemos pintura, pues fotografías. Como las del Casal Solleric en Palma, 53 retratos que ya han pasado por otros lugares de España. En realidad, mucho más interesantes que las pinturas porque el pedazo de personaje supera a su obra. Le pasa como a Isabel Pantoja. No sólo porque nos preguntemos qué le habría visto a ese tío (una a Rivera; otra a Julián) sino porque ambas tienen unas existencias «bigger than life».
Las fotos de «Frida Kahlo, la gran ocultadora» van desde su niñez hasta después de su muerte (como en «Los otros»). Modelo toda su vida, con mucho más carrete que Kate Moss, hasta fue portada del «Vogue» francés cuando ni la madre de Kate Moss había nacido. La fotografía de Frida muerta, de Lola Álvarez Bravo (vistió el cadáver siguiendo las instrucciones de su narcisista amiga), refleja perfectamente el personaje que la pintora se había fabricado. También hay fotos de cuando no parece ella, sin huipil, sin rebozo, sin collares, sin los adornos en la cabeza (esos que también se pone Elena Poniatowska) o sin el pelo estirado. Hay una en la que está fumando, va vestida de negro y, sobre todo, lleva el pelo suelto (obra de Antonio Kahlo, hijo menor de su hermana Cristina). La ves y es Morticia Adams. Una Frida con la melena suelta es como una Betty Misiego con el pelo por la cara. O como una Carmen Miranda sin plátanos en la cabeza.
Construirte una imagen tan fuerte da los mismos problemas que tener números fijos en la Primitiva. Es una esclavitud. O una ventaja si quieres ir de incógnito, claro (pero el incógnito y Frida Kahlo son incompatibles). El entrecejo y el bigote tampoco son como para mantener el anonimato. Pero nuestra mirada es pequeñoburguesa y equivocadamente depiladora. Estaba encantada. Lo cuenta Chavela Vargas, a quien también le gustaba. En «Y si quieres saber de mi pasado» dice la cantante que una vez le insinuó que tenía una crema para quitar el vello.«¿Y a ti quién te ha dicho que yo me quiera quitar el bigote? ¡Me encanta!». Como a Pipi Calzaslar le gustaban sus pecas.
La locura de la Fridakahlomanía ha llegado al extremo de la creación de una tarjeta de crédito con la imagen de Rivera y Frida (del Partido Comunista a, para todo lo demás, Mastercard). Sin olvidar al cantamañanas de Spencer Tunick retratando en la Casa Azul a 105 mujeres desnudas, de pelo negro trenzado y maquilladas como Frida.
Y lo más de lo más, el Kahloismo, religión que la idolatra como única diosa verdadera. Un credo que impide ir a trabajar cada 6 y 7 de julio, aniversario del nacimiento de Frida Kahlo (un día es cuando nació y otro cuando ella decía que había nacido). Y la Iglesia de Maradona parecía de chiflados

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