miércoles, agosto 22, 2007

Pello Salaburu, Empezar desde abajo

Empezar desde abajo
22.08.2007 -
PELLO SALABURU

Una persona puede decidir ser físico, o médico, o antropólogo, a los 18 años. Y puede llegar a ser un excelente profesional. Quienes se dedican a la música clásica, en general, necesitan bastante más tiempo y tienen que empezar antes y desde muy abajo. Desde niños, si quieren tener alguna soltura para interpretar con precisión una partitura de Mozart o de Beethoven.Comienzan con sus machaconas clases de música, leyendo y cantando partituras, dirigidos por profesores locales o por otros que han venido del Este. Tienen que combinar ese duro esfuerzo, hora tras hora, día tras día, semana tras semana y año tras año con la práctica de un instrumento primero, y otro adicional que va completando su formación, cuyas claves básicas deberán dominar antes de que el antropólogo recoja su título universitario. Entre arpegios y escalas sin fin, el aprendiz de músico tendrá que distinguir las corcheas de las negras, sabrá que el 3/4 o el 6/8 son algo más que números quebrados, diferenciará adagios cantabiles o sostenutos, claves de sol o de fa, y tendrá que leer a la primera notas situadas en posiciones inverosímiles en el pentagrama, de forma que su mente casi no ha tenido tiempo para identificarlas cuando sus dedos las han tenido que interpretar con la intensidad precisa, mientras sus pies se clavan en el pedal para que la melodía acabe adquiriendo el color buscado por el autor. Muchas veces realiza este esfuerzo continuado casi por afición, no sin incertidumbre, porque desconoce si en el futuro se podrá ganar la vida tocando el piano o rasgando las cuerdas del violín. Mientras el amigo o la amiga que ha estudiado física busca trabajo o se hace con una beca de la administración correspondiente, quien ha decidido dedicarse a la música tendrá que aprenderse una buena colección de piezas, analizar los géneros musicales y estudiar composición o armonía durante varios años, para tener una idea mucho más exacta de lo que Debussy quería transmitir cuando escribió una de sus obras. La familia también participa: acabará sabiendo de memoria en qué compás se comete esa equivocación pertinaz, porque siempre hay una nota que se rebela con tozudez casi navarra.Los músicos accederán así a partituras complejas, algunas de las cuales no contienen, ni siquiera en la versión original, todas las claves necesarias para su correcta interpretación, de modo que el músico acaba teniendo un cierto campo de maniobra según su propia lectura del texto. Eso lo conocen ellos de primera mano. Sólo ellos. No quienes se acercan a la música escuchando lo que grandes intérpretes nos transmiten en conciertos o en discos. Para estos segundos, incapaces de leer una partitura, la música siempre vendrá por intermediación, lo que no sucede con los artistas que aprietan la tecla o soplan por el tubo en el salón de casa, o en algún escenario.La historia no acaba ahí: ese músico puede ir más allá de tocar para su gozo personal o para su familia. Un día podrá juntarse con otro que toca un instrumento similar, o con otros que tienen en sus manos instrumentos diferentes, de cuerda o de viento. Y aprenderá a acoplarse a ellos, bajo la batuta y la dirección de un señor o una señora que, tras haber ajustado su agenda con meses de antelación, puede llegar con muy mal genio, o puede ser una bellísima persona, aunque tenga sus rarezas, como las tenemos todos. El músico tendrá que entrenar durante años para poder ser admitido en una agrupación profesional. Por supuesto, puede llegar a ser incluso solista, si tiene constancia y cualidades excepcionales. Y si no es solista, tendrá que aprender a tocar con un solista que acaba de llegar a la ciudad la tarde anterior y con quien practicará durante un par de horas antes de enfrentarse con un público que perdona poco. Esto sucede en el caso de un concierto, vamos a decirlo así, 'simple'. Si, además, hay coros, cantantes solistas, actores, bailarines y escenografías complejas, el lío que se puede organizar es mucho mayor.Un evento de estas características no se organiza en una tarde: el trabajo ímprobo realizado por el músico durante tantos años habrá servido de poco si no hay alguien capaz de dirigir el acto con garantías, y si no hay alguien que diseña escenarios, trajes o adornos. Están, además, los organizadores: los que programan, con el riesgo de que de repente el cantante principal se ponga enfermo ese día, o que la violinista se caiga en el hall del hotel y se rompa un dedo cuando se dirige a la sala; los que durante meses tienen que ir mendigando ayudas públicas y privadas; los que deben diseñar programas con antelación de años, dentro de unos presupuestos demasiado magros en no pocas ocasiones; los que se deben enfrentar a un público protestón porque no puede conseguir las localidades deseadas, etcétera. Pero todo eso se supera, y al final llega la gran función. Sube el telón en algunos de nuestros festivales de verano, y se escuchan un par de horas de música maravillosa. El público, que es agradecido e intuye las horas de trabajo previas, aplaude con fervor. Habrá entendidos, y habrá otros que sólo van allí a disfrutar. Les gusta lo que oyen, aunque no saben si el director ha sido capaz de imprimir el ritmo adecuado. Pero aplauden, porque les ha satisfecho lo que han escuchado. El público, además de agradecido, suele ser también educado.Llega, claro, la hora de la crítica. Escribir folio y medio puede costar media hora o tres horas: depende del tema, de la inspiración, de las ganas y del tiempo que haga. Pero no se necesita mucho más. Tampoco es preciso que nadie se entrene para ello desde los cinco años, ni se machaque cada día, ni acuda a formarse en algún centro extranjero. Por eso, y esto es lo que se observa a veces, resultaría un poco atrevido afirmar aquí que esa maravillosa obra, en la que muchos especialistas han vertido miles de horas de trabajo y han dejado lo mejor que tienen, es aburrida, cansina o que el director se ha liado un poco en el segundo movimiento porque a la soprano se le ha ido la voz por los cerros de Úbeda. ¿Será quien lo dice una persona cuyo sabio criterio y docto entendimiento es requerido en el Lincoln Center o en la Scala de Milán? ¿Será alguien cuyos conocimientos han sido adquiridos a golpe de partitura y en duras sesiones de trabajo? No, por desgracia: lo más probable es que sean debidas a la pluma autosatisfecha de algún diletante provinciano formado en el desdén, con acceso gratuito a la sala, que confunde el do con el re, pero que tiene un alto concepto de sí mismo, al tiempo que carece de remilgos para tumbar en dos líneas, en un paternal allegretto grazioso, el trabajo de un especialista de nivel mundial. ¿Cuánto cuento! Aunque sea de Hoffmann.

No hay comentarios: