lunes, agosto 13, 2007

Paulo Coelho, Diálogos con el maestro. Experiencias (3)

lunes 13 de agosto de 2007
Diálogos con el maestro. Experiencias (3)

Prosigo con la transcripción de unos cuantos fragmentos de las conversaciones que mantuve con J., mi amigo y maestro en la Tradición de RAM, y que recogí en algunos cuadernos entre 1982 y 1986. En esta época, recuerdo, pedía consejo continuamente sobre cualquier decisión que debiera tomar. J. normalmente callaba, hasta que un día me dijo:–Las personas que nos rodean en nuestro día a día nos pueden dar pistas muy importantes sobre los pasos que debemos dar. Pero para eso es preciso discernir, aguzando la mirada y afinando el oído, porque los que responden demasiado aprisa no suelen ser muy de fiar. Resulta peligroso pedir consejo. Dar uno es algo muy arriesgado, si tenemos un mínimo de sentido de la responsabilidad. Si alguien necesita ayuda, puede ser mejor que observe cómo otras personas han conseguido resolver (o no) sus propios problemas. A menudo, nuestro ángel emplea los labios de alguien próximo para decirnos algo, pero esta respuesta suele llegar en un momento inesperado, cuando no estamos permitiendo que nuestras preocupaciones oscurezcan el milagro de la vida. Dejemos que nuestro ángel hable como suele hacerlo: cuando lo juzgue oportuno. Los consejos no son más que teoría, mientras que vivir es algo muy diferente. A continuación, me contó una sabrosa historia:«El maestro Kais caminaba con sus discípulos por el desierto, cuando se encontró con un ermitaño que estaba allí hace años.Inmediatamente, los discípulos lo acribillaron con preguntas sobre el universo, pero descubrieron que este hombre no era tan sabio como aparentaba.Comentando esto con Kais, el maestro respondió: –No vayáis nunca a consultar a un hombre preocupado, aunque normalmente sea un buen consejero. Tampoco pidáis nunca ayuda a un orgulloso, por muy inteligente que parezca. Tanto las preocupaciones como la vanidad turban el conocimiento. Pero, ante todo, desconfiad del que vive en soledad: con frecuencia no está allí por haber renunciado a todo, sino por su incapacidad para vivir con los demás. ¿Qué tipo de sabiduría podemos, entonces, esperar de alguien así?».Después, J. se fue al aeropuerto y yo me quedé pensando sobre nuestra charla. Yo necesitaba ayuda, pues estaba repitiendo los mismos errores una y otra vez. Mi vida giraba presa alrededor de viejos problemas. Cada cierto tiempo, me encontraba con situaciones ya conocidas, cruzándose una vez más en mi camino. Esto me deprimía. Me daba la sensación de que era incapaz de avanzar. Resolví entrar en una cafetería que aún hoy frecuento y permanecer allí observando todo lo que ocurría a mi alrededor. No encontré nada, absolutamente nada nuevo, y empecé a sentirme abandonado. Finalmente, estiré la mano hacia un periódico que alguien se había dejado en la mesa de al lado y me puse a hojearlo un poco al azar. Descubrí allí una reseña sobre un antiguo título de Gurdjieff que acababa de ser relanzado. El crítico citaba un pasaje del libro:«La fe consciente es libertad.La fe instintiva, esclavitud.Y la fe mecánica es locura.La esperanza consciente es fuerza.La esperanza emocional, cobardía.Y la esperanza mecánica es un mal.El amor consciente llama al amor.El amor emocional, a lo inesperado.Y el amor mecánico llama al odio». Allí se encontraba la respuesta: los mismos temas (fe, esperanza, amor), cada uno con sus matices, comportando siempre distintas consecuencias. Comprendí finalmente que la repetición de las experiencias tenía una finalidad: enseñar al ser humano lo que aún no sabe. Desde este día, siempre busco una solución diferente para cada lucha repetida y, de esta manera, poco a poco he ido hallando mi camino.

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