miércoles, agosto 29, 2007

Pablo Sebastian, Umbral y rosa

miercoles 29 de agosto de 2007
Umbral y rosa Pablo Sebastián

Dijo don Miguel de Unamuno: “las palabras del arroyo son las que el pueblo premia, palabras de charca en hoyo son las de la Academia”, y la cita cobra fuerza y esplendor en la despedida de Paco Umbral, grande entre los grandes, domador y dominador del idioma castellano al ritmo de los tiempos modernos. El gran ausente de esta Real Academia de la Lengua, convertida en un club de amigotes del felipismo donde, desde luego, no están o no han estado todos los que son y los que eran, y sí los que tenían padrinos de postín. Cuenta cuentos de espadachines, novelistas a la violeta, cómicos de medio pelo y amigotes del poder llevando a la primera casa del idioma castellano —“el español”, como gustaba decir a Cela— la mediocridad de la política, de está moribunda, sí —Umbral perdura—, partitocracia de la insufrible transición que, a la espera estamos, debería dar paso de una vez a la verdadera democracia, para ver si acabamos con este régimen de tráfico permanente de influencias que lo inunda y banaliza todo, la buena literatura también.
Umbral deja tras de sí una ingente obra literaria y periodística, donde fue el inventor del “preciosismo” en la columna diaria. Una especie de filigrana de plata y oro, con algunas espinas entrelazadas, palabras viejas y vocablos nuevos, chelis, frikis, pasotas, “spanglis” y de “sms”, porque Umbral estaba al loro, como decía él, y hacía prosa poética al mismo tiempo, con o sin mensaje, con o sin argumento, daba igual. De una noticia sacaba un rosal, para el placer de sus lectores, porque lo importante de este “dandy” era el estilo. Lo importante era la rosa, de su gran novela Mortal y rosa, y el gusto de leerlo, y de seguirlo, a sabiendas de su firme compromiso con la libertad, de su genio y su mal genio, de su ternura en el elogio y su afilado acero en el ataque —inolvidable aquel artículo titulado Glez.—, a los pillos, impostores y desaprensivos.
Francisco Umbral estudió con Miguel Delibes y se doctoró con su amigo del alma, Camilo José Cela, el del Premio (Nóbel). Y, ya maestro, no paró de trotar alegremente sobre su vieja máquina de escribir, de libro en libro, de columna en columna hasta dejar —trabajador incansable como era— una ingente obra y una deslumbrante prosa sobre el todo o sobre la nada, que es lo más difícil de escribir y de describir, para lo que era necesaria la cultura de Umbral, y su pasión por los autores y pensadores de su tiempo, lo que además de su proyección literaria le adornaba con su austera y castellana categoría de insobornable intelectual. Hoy sin sustituto posible porque nada se ve en el horizonte del periodismo literario con su fuerza y capacidad. De ahí que el vacío que deja en el periodismo español será imposible de llenar.

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