lunes, agosto 20, 2007

Pablo Sebastian, Crisis financiera, meditaciones de Rajoy y PSOE confederado

lunes 20 de agosto de 2007
Crisis financiera, meditaciones de Rajoy y PSOE confederado

PABLO SEBASTIÁN
MIENTRAS se confunden los lamentos del desgobierno catalán de José Montilla con las plegarias nacionalistas al santo bonzo Xirinacs, cuando estamos a la espera de que el angelical presidente Zapatero nos explique las habilidades de su ministra y beata Magdalena Álvarez, todavía se escuchan los sollozos de los nuevos carlistones abertzales por la conquista fallida del viejo reino de Navarra. Al mismo tiempo, bajo el revuelto y confuso cielo protector de España en vacaciones, se anuncia, en el horizonte, una borrasca financiera y bursátil que viene de América y que amenaza con instalarse plácida y destructivamente en nuestro país, donde la burbuja inmobiliaria y bursátil tiene abonado desde hace años el terreno para que estalle la crisis y se rompa el encanto de la bonanza económica camino de eso que el optimista vicepresidente Pedro Solbes califica de una «necesaria corrección», como si la cosa no fuera ni con él ni con el conjunto de los ahorradores españoles.
Más bien debió Solbes —ausente de la crisis de infraestructuras y del caos catalán— hablar de una rectificación en lugar de corrección o, simplemente, reconocer que en los últimos tres años y medio el Gobierno donde habita se ha limitado a vivir de las rentas económicas heredadas del anterior gabinete del PP, sin que se tomaran las decisiones y las medidas necesarias para hacer frente al huracán que merodea por nuestras fronteras, que si se adentra en España podría completar el espectáculo del mal Gobierno que ya hemos soportado en la legislatura, dando por concluido el pasado tiempo feliz de la «baraka» presidencial.
Un tiempo perdido en el que Zapatero se dedicó a rediseñar el mapa de la nación española para compensar de su «pacifista» sentada en la macabra partida de naipes marcados con sangre que le ha ofrecido ETA, que sigue recibiendo bendiciones de una parte del Episcopado español —monseñor Uriarte y los anfitriones de Loyola—, y que, una vez suspendido el alto el fuego, se mantiene en los niveles de las acciones terroristas llamadas de «baja intensidad», mientras los jefes de la banda deshojan la margarita de si van o no a matar antes de las elecciones generales. O si prefieren aplazar su criminal reaparición para no complicarle los comicios a Zapatero, en pos de una segunda oportunidad.
Cada día que pasa, camino de las elecciones o del debate parlamentario otoñal de los Presupuestos Generales del Estado —donde los nacionalistas aliados del Gobierno anuncian enmiendas a la totalidad—, las cosas en la política y en la economía van a peor. El Gobierno lo presiente y el PSOE también, porque este partido ha comenzado a pagar un alto precio por los errores de Zapatero. En Madrid —con candidatos municipales de diseño—; en Cataluña, donde retumba desde su mausoleo Maragall; en el País Vasco, donde Eguiguren y López —mientras Odón Elorza disfruta de la tamborrada de sus amigos de Batasuna— juegan sus últimas bazas en la macabra mesa de ETA; y en Navarra, donde el fantasma de una escisión da por buena la idea de que si bien Zapatero ha fracasado en su intento de llevar España a un modelo confederal, sí va a triunfar a la hora de confederar el PSOE, para hacerlo ingobernable.
De manera lenta, pero segura, todo va a peor a la sombra de este temerario y silente presidente Zapatero, que todavía está por explicar a los españoles lo ocurrido en la negociación con ETA, como está por relatar a su partido lo ocurrido con Navarra. Y aunque la responsabilidad de los aconteceres de la vida pública es propiedad de los gobernantes, y no de la oposición, como pretenden en La Moncloa, sí tenemos y podemos exigir al Partido Popular la obligación que tiene de estar a la altura de las circunstancias, que son para preocupar. Máxime si, como presume sonriente Zapatero —y lo dicen las encuestas—, el PSOE mantiene opciones para permanecer en el poder hasta 2012.
De ahí que, de la larga moratoria estival de Mariano Rajoy, cabe esperar el parto de los montes. El renacer de un decidido PP que, con un Congreso —que se antoja imposible y se debió celebrar tras la victoria municipal— o en una Convención, debe presentarse en sociedad con todo un programa y un equipo de gobierno (como hacen los ingleses con el «Shadow Cabinet») y un abanico de primeras figuras de candidatos electorales. Para lo que sería bueno despejar los misterios de Rato y Gallardón, sobre los que Rajoy ostenta una clara superioridad moral, aunque no política y electoral. Y en especial los de don Rodrigo, el deseado, porque todavía está por aclarar por qué Aznar no lo nombró, en su día, el sucesor, su espantada del FMI y, si definitivamente pretende regresar a la política nacional.
Porque el desafío que se aproxima no es menor, ni permite ausencias, ni errores en esta coyuntura crucial, en la que todavía están por despejar la incógnita del regreso a las armas de ETA y la sentencia del juicio del 11-M, antes de que entremos en la recta final de las elecciones. Sin perder de vista los nubarrones de la crisis financiera, de la que difícilmente España podrá escapar si se confirman los presagios que Solbes reduce a una «necesaria corrección», y que se podrían sumar a los argumentos del «todo va a peor», para justificar por parte de Zapatero un adelanto electoral, aunque sabemos que su tentación sea la de aguantar hasta el final, aparentando un cierta tranquilidad.

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