lunes, agosto 20, 2007

Pablo Molina, El alcalde amante de la anorexia

martes 21 de agosto de 2007
CÓMO ESTÁ EL PATIO
El alcalde amante de la anorexia
Por Pablo Molina
El alcalde de Varallo Sesia, un pueblo italiano, aunque no sé si "al pie de las montañas", ha decidido subvencionar la pérdida de peso de sus paisanos. Cincuenta eurazos por cada tres kilos que pierdan, además de otros premios que se irán acumulando a medida que la balanza vaya bajando.
Según parece, el regidor de la villa está harto de ver a sus votantes hechos unos cerdos y ha decidido poner fin a esa situación tan antiestética. Por cierto, lo de los tres kilos de sobrepeso eliminados se refiere exclusivamente a las mujeres; los hombres deberán acreditar la pérdida de un kilo más para tener acceso a la mamandurria. ¡Será discriminador el tío!
Lo más curioso de este asunto es que se trata de una localidad pequeña, no de los arrabales de una gran urbe, donde las modas absurdas como esta de la delgadez arraigan con más fuerza. En los pueblos, por el contrario, a la gente le gusta verte "fuertecito", sobre todo si hace tiempo que no vas por allí. Cuando la cerveza veraniega comienza a hacer estragos en tu zona abdominal, la gente mayor del pueblo lo celebra diciéndote "te veo muy repuesto", y lo hacen sin la menor ironía, simplemente porque les agrada verte con la línea de la felicidad bien marcada. Las madres abrazan a sus hijos recién llegados de la capital, sin poder juntar las manos alrededor de la cintura, mientras le dicen orgullosas a las vecinas, "mira qué hermoso está mi zagal". O sea, lo normal.
Por eso resulta extraño que las señoras mayores de esa absurda ciudad italiana no hayan colgado al alcalde por las pelotas, pues como se extienda el virus y a la gente le dé por trincar los cincuenta euros a base de laxantes y de forzar el vómito, en un par de semanas están todas las mammas con una depresión del carajo.
Personalmente estimo que ninguna señora por debajo de la talla cuarenta tiene nada interesante que ofrecer. Si está en la cuarenta y dos mucho mejor todavía. Pero eso va en gustos, claro. El problema se plantea cuando todos los vecinos tienen que rascarse el bolsillo para pagar el capricho del alcalde, que por lo visto tuvo que tener una infancia muy desdichada, pues de lo contrario se dedicaría a asuntos más sensatos que a meterse con las saludables lorzas de sus vecinos.
Un pueblo de gordos es un buen lugar para vivir. La gente oronda tiene una forma de ver la vida mucho más sensata que quienes prefieren correr cada día dos maratones antes de almorzar media hoja de lechuga desgrasada y un yogur desnatado. A estos se les pone una mala leche que les echas sin querer una bocanada de humo y quieren matarte, estés de vacaciones o no. Y sin embargo, avanzadas investigaciones en biogenética ya han dejado claro que hasta los que mantienen su colesterol por debajo de la media de la población de lagartijas de secano y corren diez mil kilómetros a la semana acaban muriendo también. Parece asombroso, pero es la realidad. Ahora bien, si uno prefiere ser el cadáver más saludable del depósito está en su perfecto derecho.
Vean, por otra parte, la esquizofrenia presupuestaria de los políticos: Por un lado hacen campañas contra la anorexia y por el otro la fomentan con prácticas como la que ha puesto en marcha este alcalde capullo. Se gastan un pastón en anuncios para erradicar el alcoholismo y, al mismo tiempo, los ayuntamientos incluyen en sus programas de fiestas, en plan estelar, el inevitable macrobotellón. ¿A quien van a hacer caso los jóvenes? Pues al alcalde que les prepara esas fiestacas con kalimotxo y "pirulas". Sería bueno que los políticos se aclararan de una vez sobre si nos quieren gordos o delgados, alcohólicos o abstemios, fumadores o candidatos al pulmón del año, etc. Mientras tanto, no estaría de más que dejaran nuestros bolsillos en paz.

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