miércoles, agosto 22, 2007

Oscar Molina, Incompetencia por puntos

jueves 23 de agosto de 2007
Incompetencia por puntos
Óscar Molina
E STE verano ha sido distinto: no ha tenido canción. Nos ha faltado Georgi Dan luciendo esa dentadura tipo cuaderna de barco teñida de blanco nuclear, nos ha faltado su kilo de laca en el pelo coronando un rostro sobre el que es muy probable que trabajen momificadores egipcios redivivos. Lamentablemente otras tradiciones veraniegas no han faltado a su cita, debido a la ineptitud de algunos que en términos de competencia no pueden compararse al amigo Dan, quien a fin de cuentas es un peazo profesional en lo suyo, y el auténtico número uno de su especialidad. Hablo de los responsables de la Dirección General de Tráfico, que no han sido capaces de hurtar al asfalto el eterno y terrible cobro de cada verano. Estamos como estábamos, o peor. Ni el carnet por puntos, ni los cientos de radares instalados en las cunetas han podido evitar que, como cada año, nuestras carreteras se lleven la vida de casi dos mil personas desde Enero. No es cosa de este Gobierno, es algo secular, forma parte del paisaje, y nadie hasta la fecha puede contar con la Seguridad Vial entre sus logros. Lo último estaba cantado; las medidas coercitivas jamás han funcionado como efectivas inductoras de actitudes para una ciudadanía que vive en Libertad. Falta la educación, no ya vial, que también, sino la educación en su sentido amplio. La que no se consigue a base de los anuncios de diseño de la DGT, que más parecen galardones de un concurso de ocurrencias. La educación de las personas en el respeto a la propia vida y la de los demás; la moderación del culto a una estúpida competitividad que nos asalta hasta cuando nos ponemos al volante; la más elemental cultura de rechazo a drogas de diseño, alcohol y botellones; la certeza desde pequeños de que lo que queda más allá de nosotros es tan respetable como nuestra esfera y la convicción de que disfrutar, pasarlo bien, divertirse y obtener placer no es la única guía de la existencia, so pena de dejar de disfrutarla. Ese tipo de formación en los niños no sólo les aprovecharía bastante más que la veneración de los matrimonios homosexuales, sino que evitaría muchas muertes en la carretera. Lo digo con total convicción. Aceptamos en su día de buen grado, eso sí, que una infinidad de cámaras nos vigilasen mientras conducíamos, y enjuiciaran nuestra actitud al volante. Era por nuestra seguridad, ya se sabe. Y una vez más ha quedado demostrado que cuando al Gran Hermano Estado le sale un nuevo tentáculo, rara vez cumple el cometido que justificó la mitosis. Cómprese Usted un localizador de radares de esos que venden, y comprobará cómo la inmensa mayoría de ellos han sido ubicados en esas rectas en las que para conducir un coche de hoy a 120 hay que ir en primera y sacando los brazos por la ventana para frenar. Vaya Usted a esa curva que conoce, en la que cada año hay tres o cuatro accidentes y verá que no existe radar alguno. Es muy sencillo, la finalidad de los nuevos detectores de sobrevelocidad no es preventiva, sino recaudatoria. No fueron instalados por su seguridad, sino para sangrarle la cartera con una excusa loable. No son instrumentos previsores; son máquinas de hacer dinero para el Estado, que por supuesto achacará al exceso de velocidad el enésimo muerto del año en el mismo punto negro en el que, qué casualidad, falta el radar y ése aviso luminoso de “Control de Velocidad. Por su Seguridad” No pueden conducir por nosotros, dicen. Lástima que nosotros tampoco podamos llevar a cabo una correcta política de Seguridad Vial por ellos. Seguro que se nos ocurría algo menos conmovedor que ese “por favor no corran” que ha soltado Rubalcaba, frase subliminal que traslada directamente al conductor la responsabilidad del futuro accidente. Patético.

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