lunes, agosto 13, 2007

Montero Gonzalez, Plantando cara

lunes 13 de agosto de 2007
Plantando cara
POR MONTERO GLEZ
El gusto por retratarse con una cámara de fotos viene de antiguo. Sin ir más lejos, a los de la torería y el flamenqueo, como que les iba un rato el asunto. A principios del siglo veinte, era cosa fina lo de plantar cara a la posteridad y dejarla estampada para los restos. Por lo mismo, la gente del bronce, al ser gente instruida en toda suerte de artes, también llevó a gala lo del posado. Así, y como quien dice, lo sacaron del barro y lo pusieron por las estrellas. Para ello se endomingaban a más no poder, marcándose una raya y un tupé que ríete tú del Elvis Presley. Y, cogiendo la postura bravucona, demostraban que, sacar un buen retrato no es cosa sencilla, y que el asunto requiere ceremonia. El capricho costaba unos cuartos pero, ya se sabe, a ciento de renta, mil de vanidad. Pues eso.
Entonces eran otros tiempos, todavía no cantaba Elvis y la ciudad de Las Vegas era un desierto donde se podían enterrar cadáveres a buen seguro. Por nuestras tierras, las gentes del bronce se jugaban los cuartos al naipe y, según tocaban ganancias, así hacían la inversión. Los valores que se manejaban en aquel tiempo eran, además del tabaco, el vino y un buen «afoto» para camelar a las mujeres. La mirada siempre a cámara, desafiante, sosteniendo el aplomo en los ojos y la respiración en el pecho, inflándolo como una mentira. Llegado el momento, el fotógrafo desaparecía por la manga negra de la máquina y, pumba, de un fogonazo cogía el instante por los pelos. Después exponía su obra en el portal, como reclamo. Y se anunciaba con una flecha. Era otra época y, para retratarse, había que pedir cita.
Por seguir en el túnel del tiempo veraniego, cabe aquí alcanzar los tiempos de Elvis, aquel ídolo de barro que se inflaba con pastillas y mentiras de garrafa. En estas fechas se conmemora su última orgía, y su cadáver viene al pelo para evocar aquí los primeros «afotos» a color, antes de que empezara el declive. Y como no crece el río con agua limpia, y llegado el desarrollismo a nuestra tierra, el asunto del retrato fotográfico fue perdiendo disposición artística para embarrarse, convirtiéndose en el embrión de lo que es ahora. Al igual que pasaba con los relojes y los transistores, las máquinas de tirar «afotos» también se traían de Canarias. Y así aparecía la peña en verano, con la máquina colgada del pescuezo, al estilo de un Elvis a rebosar de collares hawaianos y cada vez más enfermo.
En resumidas cuentas, que la afición por tirar «afotos» dejó atrás el arte del retrato, de la misma manera que, un buen día, Elvis dejó de menear las caderas y se dedicó a inflar la castaña prostática. Desde aquel momento nadie estaría a salvo de la posteridad, y menos aún llegado el verano. Un sinfín de sabores y colores que incluía «afotos» en el retrete, bostezando o con los ojos pegados de legañas. Y como aquí hay gente pa´tó, los más osados se las tiraban en un bodorrio por Las Vegas y con el mismísimo Elvis oficiando el casamiento. Toda una ceremonia que, bien mirada, viene a ser como ir a tomar baños de asiento a la playa de Parla y, de paso, hacerse unos «afotos».

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