jueves, agosto 09, 2007

Michael Gerson, Una herramienta que Estados Unidos necesita

viernes 10 de agosto de 2007
Demócratas y antiamericanismo
Una herramienta que Estados Unidos necesita
. El apoyo americano a Israel es una fuente de indignación global, especialmente en sociedades que sostienen que el estado judío debería ubicarse en el fondo del Mediterráneo.
Michael Gerson

Habiendo perdido el cálido baño de afecto del mundo que acompañó a los ataques del 11 de Septiembre, los norteamericanos se sienten inseguros y solos. El antiamericanismo, según el Pew Global Attitudes Project, se ha incrementado desde 2002 en buena parte del mundo, particularmente en las sociedades predominantemente musulmanas de Oriente Próximo y Asia, aunque la marca americana sigue siendo fuerte en lugares como la India, Japón, Latinoamérica o África. Una nación cuyo documento fundacional insta a un "respeto decente por la opinión de la humanidad" se pone naturalmente nerviosa cuando esa opinión se deteriora.
Parte de este daño es auto infligido, resultante de las obscenidades de Abú Ghraib y el aparentemente interminable limbo de la Bahía de Guantánamo. El apoyo americano a Israel es una fuente de indignación global, especialmente en sociedades que sostienen que el estado judío debería ubicarse en el fondo del Mediterráneo. La opinión mundial está impaciente no sólo porque Estados Unidos abandone Irak, sino porque Estados Unidos y la OTAN abandonen Afganistán. Y parte de este resentimiento refleja un momento histórico muy diferente desde 2002. Es fácil para una nación ganar la simpatía como víctima; es más difícil cuando actúa por su propio interés.
Sea lo que sea lo que lo provoca, el antiamericanismo hace más difícil reunir el apoyo suficiente a un amplio abanico de políticas, desde oponerse a la proliferación de armas de destrucción masiva hasta proteger a los civiles en Darfur. Existe una necesidad urgente de iniciativas americanas que contribuyan a construir confianza y respeto en el mundo. Pero a pesar de ello, el Congreso ha elegido este momento para vaciar uno de los esfuerzos americanos más innovadores y eficaces de colaboración desde el Cuerpo de Paz.
La Millennium Challenge Corporation es un sistema de ayuda exterior que ha pasado la adolescencia. Bajo este programa de tres años de edad, una junta evalúa qué países es más probable que utilicen la asistencia con inteligencia –naciones comprometidas con la reforma democrática y el libre mercado y que combaten la corrupción– y después trabajan con ellas como socios en proyectos para combatir la pobreza y animar el crecimiento económico. A las naciones que se echan atrás de sus promesas de reformas y buen gobierno se les suspenden sus "paquetes" de ayuda, provocando humillaciones y, en ocasiones, el arrepentimiento. Tras un lento inicio, la MCC ha logrado acuerdos con 13 naciones.
Pero en un desayuno reciente, el embajador John Danilovich, que encabeza el programa, se mostró completamente desconcertado. El Comité de Apropiaciones del Senado, manifestando miopía bipartidista, acababa de reducir el presupuesto del MCC de la solicitud de la administración de 3.000 millones de dólares a 1.200, poniendo en peligro futuros paquetes. "¿Por qué – preguntaba – quieren eliminar una herramienta de presión en política exterior que sí está funcionando?"
Danilovich acababa de salir de una reunión con la tradicional némesis nicaragüense de Estados Unidos, el presidente Daniel Ortega. El dictador venezolano Hugo Chávez ha estado cortejando a Ortega y sus camaradas sandinistas de izquierdas con elaboradas (y hasta la fecha incumplidas) promesas de ayuda. Pero Danilovich encontraba entusiasmado a Ortega con el paquete de Nicaragua de la MCC, que ayuda a incrementar los ingresos de los granjeros rurales. La Corporación es el principal contrapeso a la influencia de Chávez en ese país, permitiendo que Estados Unidos conserve lazos con el pueblo nicaragüense incluso cuando las relaciones políticas con el Gobierno se complican.
Este programa también proporciona recompensas tangibles a la reforma en el mundo islámico. Un paquete de ayudas con Marruecos está a punto de ser anunciado a finales de agosto. Jordania está trabajando para alcanzar su propio acuerdo. Y cuando Yemen fue suspendido por la Corporación en el 2005, tomó una serie de reformas anticorrupción con el fin de ser volver al programa.
Danilovich llama a esto "el efecto MCC". Puesto que la competencia mundial por los paquetes de ayuda es vigorosa, las naciones están dispuestas a hacer cambios importantes con tal de recibirlos.
En Lesoto, el parlamento ha concedido a las mujeres casadas el derecho a ser propietarias de terrenos –previamente eran consideradas menores legales– con el fin de ser apto para recibir ayudas de la Corporación. En Georgia, el Gobierno despidió a 15.000 policías corruptos. Cuando yo trabajaba en la Casa Blanca, el ministro de finanzas de un país africano que buscaba fondos de la Corporación me dijo una vez: "Sigo diciendo a otros miembros del gabinete que tenemos que combatir mejor la corrupción. Tenemos que competir."
La misma encuesta Pew que muestra un creciente antiamericanismo revela algo más esperanzador: ocho de los diez países más favorables a Estados Unidos en el mundo se encuentran en el África subsahariana. No es una coincidencia que la asistencia bilateral norteamericana a países africanos a lo largo de los seis últimos años –para combatir el sida, la malaria y la pobreza– se haya cuadruplicado. Como norma general, la gente no te odia cuando salvas a sus hijos.
Las reducciones presupuestarias del Congreso a la Corporación perjudicarán primero a los acuerdos en el continente africano. Tanzania podría ver reducido su paquete de ayuda significativamente. Burkina Faso podría ver suspendido el suyo indefinidamente. A continuación, serían Jordania y Bolivia quienes vieran retrasados indefinidamente sus acuerdos. Y nuestro país desperdiciaría una gran fuente de buena voluntad.
Estados Unidos necesita herramientas de influencia distintas a las de la guerra. Y cuando las encuentra, no deberían ser descartadas negligentemente.
© The Washington Post Writers Group

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