lunes, agosto 13, 2007

Martin Prieto, Del Sida

lunes 13 de agosto de 2007
MARTIN PRIETO
Del Sida
Cuando asesinaron a Miguel Angel Blanco arranqué de mi solapa el lazo azul sin ganas de volver a usarlo dada la absoluta indiferencia etarra ante los sentimientos de los vascos, y no digamos de los que ellos suponen españolazos. Creo tanto en los «días de...» como que en la cumbre de Seattle se libere el comercio mundial de proteccionismos que ahogan a los países más pobres; y no prendí ayer el lazo rojo de solidaridad con los sidóticos, que alivia la conciencia, resulta tan políticamente correcto, y acaba en la sincera insolidaridad de todos los vecinos que no admiten una narcosala en su barrio, cuando si éstas expendieran médicamente lo suyo a los cocainómanos, se abrirían a contento de todos en las más elegantes calles de nuestras ciudades. Y con moqueta. El Síndrome no es peste nueva; siempre estuvo ahí, entre los monos verdes o las poblaciones africanas hoy asoladas ante una indiferencia bastante general; es una mutación del retrovirus humano llevado a Estados Unidos por el paciente cero, un aeromozo homosexual que deliberadamente y sabiéndose contagioso expandió la pandemia allá por donde volaba su compañía en los inicios de los 80. Recuerdo la imagen tan dulce y decrépita de Rock Hudson, aquella antaño figura macha y pura como un vaso de leche, admitiendo su homosexualidad. Acaso fue aquél un error que condenó doblemente la homofilia como fulminada por un redentor rayo divino sobre Sodoma. Prefiero la imagen de nuestro diseñador Manuel Piña paseando por el Retiro madrileño con un ojo cruelmente carcomido, pero tan hombre afrontando las afrentas de la Vieja Dama. Hoy el Sida no es consustancial a ninguna conducta, pero los demonizados son los consumidores de heroína por vía intravenosa que se van a beneficiar graciosamente de una sola narcosala en Madrid, y, además, a título experimental. Eso es sacar agua con un cesto y no tener al toxicómano como al enfermo que es. Ya veremos qué opinan los hipócritas del lazo rojo, que, como los biempensantes, no son todos pero sí muchos, cuando les instalen uno de estos centros en el norte medianero.
Una franja del Africa negra está perdida irremisiblemente sin que haya cumbre, siquiera sanitaria, que proponga una acción internacional. Sólo queda alguna salvación para el Occidente rico capaz de convertir al seropositivo en un paciente crónico que pueda convivir con su mal. Y ya se sabe: el acreditado invento del doctor Condon para homos y heteros y las narcosalas que dudo arraiguen en España por la misma cobardía e ignorancia social que lleva a los alcaldes a rechazar prisiones en sus predios. Muchos que yo me sé, que se metan el lazo rojo por donde les quepa. Eso sí: con condón.

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