jueves, agosto 23, 2007

Manuel Rodriguez Rivero,Menudas playas que envidio

viernes 24 de agosto de 2007
Menudas playas que envidio

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
NO excluyo que lo que sigue esté dictado por cierto resentimiento. Los alemanes tienen una palabra muy precisa para referirse al malicioso disfrute de las dificultades ajenas -schadenfreude-, a la que no consiguen acercarse nuestros castizos «fruición» o «regodeo», y que tendríamos que traducir con el circunloquio «alegría del mal ajeno». A pesar de las buenas enseñanzas evangélicas y de la satanización absoluta de la envidia -nuestro gran vicio nacional-, es muy difícil no alegrarse a veces un poquito de los pequeños inconvenientes que pueden causar los incordios cotidianos en la trayectoria profesional, familiar o laboral de un colega cuyo éxito -sí, nos alegramos por él, se lo merece, es nuestro amigo, etcétera, pero...- desearíamos para nosotros. Quien no haya experimentado nunca ese pequeño cosquilleo de schadenfreude que me arroje la primera piedra. Y, aunque Max Scheller, siguiendo a Nietzsche, consideró el resentimiento -uno de los avatares de la envidia- una especie de veneno psicológico que provoca la corrupción de todos los valores, yo tengo para mí que, sin una pizca de envidia, la Humanidad todavía no habría salido de la cueva.
Lo cual no significa que uno le desee la desgracia a sus semejantes. Eso es otra cosa. Yo, por ejemplo -que es a lo que iba en este artículo- me siento esta mañana de canícula madrileña ligeramente envidioso de algunos de mis improbables lectores. Lo van a entender enseguida. Mientras las paredes de la habitación donde trato de escribir estas líneas están a punto de llegar a la incandescencia, y escucho a través de la ventana de mi estudio el torturante fragor de docenas de aparatos de aire acondicionado (el mío no funciona), me los imagino a ustedes como yo quisiera estar: cómodamente instalados en una hermosa playa mediterránea bajo una sombrilla que tamiza la intensa luz del mediodía, mientras degustan una fresquísima cerveza y mantienen una perezosa conversación o se evaden del mundo con la lectura de una apasionante novela policíaca. En ese escenario de mi imaginación sopla una brisa agradable que, combinada con el monótono rumor del oleaje que rompe plácidamente a escasos metros de ustedes, amortigua los ruidos molestos. Sí, los envidio.
Por eso me consuelo maliciosamente pensando que ahí, en la playa, no es sílice todo lo que reluce. Además de las miríadas de microscópicos seres vivos que viven y se reproducen por millones en el ámbito arenoso y húmedo sobre el que han depositado sus toallas -tardígrados, gusanos gastrotrios y poliquetos, bacterias innumerables, algas eucariotas o cromófilas (en fin, ya ven que sus nombres son verdaderamente temibles)-, las aguas en las que se bañan tampoco son precisamente lustrales: la bandera amarilla que quizás están viendo flamear ahora mismo puede avisarles de la invasión de una plaga de insidiosas medusas dispuestas a convertir su enrojecida piel en un acerico o a inflársela como una pelota, y que acuden en masa atraídas por el alimento contaminado y por las cálidas temperaturas de lo que nuestro padre Homero (no me refiero al señor Simpson) llamó el mar color de vino.
Por último, todavía les queda lidiar con lo que la Generalitat de Catalunya, en disuasorio anuncio, ha llamado «les esp_cies m_s perilloses del Mediterrani», esa «suciedad fuera de lugar» que contamina nuestras playas y litorales: desde vidrios procedentes de botellas rotas a plásticos nada reciclables, pasando por colillas de cigarrillos, condones utilizados la noche anterior (y que a lo mejor se traga una dorada creyendo que se zampa una medusa bien alimentada), latas cortantes de cerveza, pilas que desprenden diversos venenos, chapas de botellas que te cortan el pie, alquitrán procedente del fueraborda utilitario. Etcétera. De manera que ya ven, me consuelo pensando en que no están precisamente en una Arcadia costera. Claro que, con todo y con eso, les juro que se lo cambio: vénganse a mi casa un rato y sabrán lo que es bueno.

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