viernes, agosto 17, 2007

Manuel Rodriguez Rivero, Consensuar el planeta

viernes 17 de agosto de 2007
Consensuar el planeta
POR MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
RECONOZCO que, en cuestiones relacionadas con el medio ambiente, me encuentro más cerca de Cassandra, la profetisa de las catástrofes, que de Pangloss, el célebre discípulo de Leibniz y maestro del Cándido volteriano, que creía firmemente que todo sucedía siempre de la forma más conveniente en el mejor de los mundos posibles. Claro que, en los últimos tiempos, y a causa de la tozudez de los síntomas, el entusiasmo de las huestes panglossianas se ha visto considerablemente mermado.
Que el incremento de la contaminación y de la emisión de los gases de efecto invernadero está agravando los efectos del cambio climático -en cuya gestación también pesa la acción humana- es un truismo que incluso empieza a ser moneda corriente en el discurso de quienes, hasta hace poco, miraban por encima del hombro a los ecologistas o les reprochaban indiscriminadamente incurable estupidez o torvas intenciones al servicio de intereses espurios. En las últimas semanas nos hemos podido enterar de que la Casa Blanca ha convocado a representantes políticos de los «grandes contaminantes» del planeta (los miembros del G-8 y los países de las llamadas «economías emergentes») a una reunión de alto nivel en Washington a finales de septiembre, en la que se discutirán procedimientos y métodos para reducir las emisiones que influyen en el calentamiento del planeta. Ahora parece que Bush -cuyo gobierno sigue sin suscribir el protocolo de Kioto, que, por cierto, expira en 2012- parece decidido a tomar la iniciativa y llegar con los «contaminantes» a acuerdos que pueda controlar, adelantándose interesadamente a la Convención para el Cambio climático de la ONU en 2009. Y, aunque el secretario general Ban Ki-moon, cuya declarada prioridad son las cuestiones climáticas y medioambientales, haya aplaudido la iniciativa, se corre el peligro, una vez más, de que se intente silenciar o amortiguar la voz de los menos contaminantes (en general, los más pobres) que, sin embargo, acaban siendo las mayores víctimas del impacto negativo de las emisiones.
Más para bien que para mal (como opinan los convencidos de que sus intereses coinciden indefectiblemente con los de la Humanidad), la ONU sigue siendo el foro de mayor resonancia de que disponen los pueblos del mundo. Y es entre todos como podemos conseguir que las medidas que se van a proponer en los próximos años para sustituir a las de Kioto logren todo su efecto. En ese sentido, sí somos muchos los moderadamente optimistas: con acuerdos globales todavía es posible mitigar el tremendo incremento de emisiones de gases de efecto invernadero que los científicos cifran entre el 25 y el 90 por ciento para el horizonte de 2030.
Entre todos. Lo que viene a cuento de la escasa efectividad de las soluciones aisladas, las lleven a cabo Estados o individuos. La moda de «consumo ético» y «consumo verde» que hace furor en los países más ricos tiene, desde luego, cierta capacidad suasoria. Pero, como casi todo en nuestro mundo, se ha convertido también en espectáculo más o menos esnob y marca de estatus en el sentido que atribuía Veblen al consumo conspicuo. Las demandas a consumir «adecuadamente», a «vivir de acuerdo con la naturaleza» en casas perfectamente aisladas y diseñadas, alimentadas con energías alternativas y dotadas de dispositivos y gadgets «ecológicos» eficientes suelen estar sólo al alcance de los ricos o, como decía alguien, de personas con mucho tiempo libre. Conseguir que la gente recicle el vidrio o se acostumbre a depositar las pilas agotadas en contenedores especiales es un objetivo político que se logra con campañas de información y leyes adecuadas. La victoria sobre los efectos más nefastos de la contaminación global no se obtendrá mediante esos ingeniosos dispositivos ecológicos de los que están provistas las casas que salen fotografiadas en las páginas satinadas de los suplementos dominicales, sino con medidas políticas de largo alcance. Primero eso, y luego que florezcan todas las demás iniciativas.

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