jueves, agosto 09, 2007

Manuel Ramirez, Asignaturas pendientes

jueves 9 de agosto de 2007
Asignaturas pendientes
POR MANUEL RAMÍREZ
DADA la profesión de quien esto escribe, supongo que a pocos sorprenderá que, precisamente durante este mes, uno se atreva a hacer balance de lo que «no se ha aprobado». Y no me refiero únicamente al actual gobierno. Son también suspensos del anterior y del que le antecedió. De aquí que quizá puede que estemos ante temas pendientes de toda nuestra actual democracia.
Lo que nunca se ha acometido o, al menos, no se ha hecho bien y de forma perdurable. Aquello de lo que nunca he oído hablar en mítines, ceñidos casi siempre a temas de menor envergadura (pensiones, promesas de viviendas, impuestos, etc.) que luego, terminada la campaña, se acometerán o pasarán al olvido. Va de suyo que, al menos para mí, lo segundo es puro engaño, aunque en su día recibiera la bendición de un «viejo profesor» cuya exaltación nunca he entendido, ni compartido.
Quisiera aclarar, de entrada, que tengo que dejar fuera de esta relación aquellas decisiones, de unos y de otros, que en su día me parecieron harto erróneas, pero que en la actualidad creo que poco arreglo tienen. Como ejemplo cercano podría citar la supresión del servicio militar obra de un Ministro del PP. Y, como ejemplo lejano, la muy pronta cesión del tema de la educación y enseñanza, obra de un gobierno de UCD. Me parecen aspectos en los que resulta difícil la marcha atrás, aunque, como todo en democracia, bien podría intentarse con valor y sin pensar en los votos.
Como asignaturas pendientes de nuestra actual democracia, querría someter a la opinión del lector (la de los políticos ya la conozco) las que sintéticamente expongo:
a)La Administración pública. A todos sus niveles. El «vuelva usted mañana» del desesperado Larra, sigue vigente aquí y allá y hasta para las cosas más simples. La multiplicación de funcionarios, la continua aparición de requisitos que ha de sufrir quien a ella acude, la tardanza en las soluciones, el mareo de «aquí no es, tiene usted que ir allá», el papeleo absolutamente inútil, etc. Todos los males que nadie remedia. Se nos dijo en su día que la creación de Autonomías solventaría todo esto, precisamente por la mayor cercanía del interesado. ¡La culpa era siempre de Madrid! Pues bien, todavía está por ver si así ha sido. Lo que hay es justamente lo contrario: multiplicación de órganos autonómicos, imparable creación de Consejerías, Vice-Consejerías, Directores Generales, Secretarios Técnicos, Asesores bien pagados, cientos de diputados, coches oficiales, escoltas, etc, etc.
¿Podría alguien decirme cuánto le cuesta al Estado y al ciudadano toda esta red y qué beneficios auténticos ha originado? Posiblemente interese que no lo sepamos nunca.
b)La educación y la Universidad. Aspectos estrechamente unidos, naturalmente, por la infeliz circunstancia de no considerar a ninguno de los dos como lo que realmente son: temas de Estado. No de un gobierno o de otro. No del caer en la permanente tentación de deshacer lo que el anterior llevó a cabo, corrigiendo los posibles defectos, sino empezando de nuevo. De la nada. Sin importar el cúmulo de planes y confusiones actualmente vigentes en la enseñanza anterior a la Universidad. Uno acaba ya por no saber ni los nombres. Hacer esa pregunta en el primer año de cualquier Facultad es algo desmoralizante y llega uno a pensar que estamos en Zambia o algo así. Y, claro está, el nivel cada vez más bajo. Pregunté este año, en un grupo de Licenciatura de Derecho, a cuántos les interesaba la música clásica. Resultado: dos alumnos. Más aún. Cité en una explicación a Ortega y Gasset. Se alzó una mano para pedirme que escribiera en la pizarra «ese nombre tan extraño». Naturalmente, me negué. ¡Y es que somos tan prepotentes los Catedráticos!
Y a la pobre Universidad actual le propinó el primer golpe la LRU del Ministro Maravall. Andaban tiempos en los que la «democratización» debía primar sobre todo. Y la citada Ley y los Estatutos que de ella se derivaron olvidaron que resultaba sumamente peligroso «romper el ámbito de la democracia» (que lo tiene y que me parece roto por doquier). Y allá los alumnos de priemero votando un nuevo Plan de Estudios y los bedeles decidiendo sobre una concesión de doctor «honoris causa» a algún prestigioso profesor o investigador extranjero. Catedráticos y Titulares pasaron a obtener el «honorable» título de «permanentes».
Los tribunales a Cátedra permitían, en su composición, que el aspirante diera previamente dos nombres que, lógicamente, iban a favorecerle. Tengo, sin embargo, que desmentir con fuerza que estos dos nombres fueran los de su padre y su hermano. ¡Hasta ahí no se llegó! Sí se cayó en el craso error de creer que una Universidad podía dar riqueza y prosperidad a cualquier ciudad o pueblo. Y comenzó la hemorragia de creaciones de centros (unos a pocos kilómetros de otros), sin preguntarse previamente si había hospital para hacer las prácticas, bibliotecas bien dotadas y profesorado competente y estable: ¡comenzó la tergiversación de la figura del Asociado! Hoy, muchos de esos centros padecen lo que se veía venir: no hay alumnos. O los hay en número de ocho o cinco por curso. Por lo demás, abundancia de Comisiones para todo, supresión del derecho de traslado de un Catedrático a otra Universidad (¡debe repetir la oposición con miembros de cuerpo de inferior categoría!), algo que no ocurre en ningún otro sector. Salvo excepciones, ínfima calidad de la enseñanza por la mera repetición de manuales o apuntes. Y lo más triste: absoluto silencio de toda la sociedad ante este triste espectáculo. ¡Si se tratara del equipo de fútbol local!
Al no entender que es un tema de Estado, parece que llega otra «reforma» todavía peor. ¡Pobre Universidad que antaño creía en la meritocracia, en la experiencia de años y en oposiciones serias, en las que se demostrara, al menos, que el candidato se sabía el programa de lo que luego tendría que explicar! Naturalmente, los partidos, unos y otros, bien calladitos. Es decir, bien cómplices de una muerte anunciada y por la que habrán de responder ante el juicio de España y de la historia.
c)La sanidad. Otro gran tema pendiente. Uno no entiende las causas. Sí los efectos. Masificación en los hospitales, habitaciones con hasta cuatro enfermos, listas de espera para todo, citas para una intervención quirúrgica para dentro de dos o tres meses, etc, etc. Un panorama muy lejos de lo ideal y del ejemplo de otros países europeos. Y si no se está contento con lo descrito, pues a la sanidad privada que bien lo cobrará. Oyendo a los expertos estoy seguro de que harán soluciones. Pero los partidos, ni en las campañas electorales.
d)La televisión. La pésima televisión que padecemos. Que embrutece y atonta. Que desespera en sus infinitos anuncios, plenos de llamadas al consumo y nada más. El videopoder que denunciara Sartori se ha convertido en la más poderosa agencia transmisora de disvalores. Y todas. La pública (que tiene un Consejo regulador que no ha hecho absolutamente nada) y las privadas en las que mandan los anunciantes. Sí: estamos ante la libertad de mercado, según el artículo 128 de nuestra Constitución. Pero se olvida la posibilidad de planificación estatal que contienen los siguientes. Y lo de conquistar una televisión moderna, interesante y, sobre todo, no manipulaba, otro gran silencio de quienes, claro está, van a intentar manipularla.
Queda mucho más. Por ejemplo, el problema de la inmigración. Pero son temas que merecen algo más que punto seguido.
MANUEL RAMÍREZ
Catedrático de Derecho Político

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