lunes, agosto 27, 2007

Manuel de Prada, ¿Que pasa con los niños?

lunes 27 de agosto de 2007
¿Qué pasa con los niños?

POR JUAN MANUEL DE PRADA
EN las últimas semanas han aparecido en la prensa multitud de noticias relacionadas con niños. Todas ellas acaecidas en países occidentales, donde se supone que la infancia se halla más protegida; todas ellas aureoladas de ribetes truculentos o morbosos; en todas ellas, los niños resultan víctimas de alguna violencia o sevicia que, con frecuencia, les acarrea la muerte. Mientras los progenitores de Madeleine, la niña británica raptada en Portugal, prosiguen su periplo mediático, en un esfuerzo denodado por mantener viva la llama de la esperanza y también por evitar que su tragedia ingrese en el olvido, el niño de once años Rhys Jones es tiroteado en un barrio de Liverpool por adolescentes a quienes, al parecer, enfrentaba una querella de bandas callejeras. El mismo día, la Policía francesa arresta a una saboyana que ocultaba los cadáveres de sus tres bebés en el congelador de casa. Pocos días antes, leíamos que una madre había ido ofreciendo sexualmente a su hijo de dos años por diversos garitos de Sitges. También en España varios padres desaprensivos han sido condenados judicialmente por abandonar a sus hijos en el coche, o en plena calle, mientras ellos se corrían una juerga. Y, por supuesto, no hay semana que no se destape un nuevo caso de pederastia, una nueva red de cibernautas pedófilos, un caso flagrante de malos tratos infantiles, etcétera.
Son los sobresaltos más tremebundos de una lepra social que extiende sus tentáculos imparablemente. Junto a estas noticias más acongojantes, nunca faltan otras de tono también sombrío que, sin embargo, se revisten con el disfraz de la asepsia sociológica: cada vez es mayor el número de niños que sufren trastornos psíquicos hasta hace poco propios de adultos; también crece el número de niños que fracasan en la escuela, que se comportan de modo indisciplinado o agresivo en la escuela, que muestran problemas de adaptación, problemas para comunicarse, problemas para entablar juegos con otros niños; y, por supuesto, nunca para de crecer el número de niños aquejados de obesidad, condenados a una vida sedentaria (no hace falta añadir que el consumo televisivo de los niños es cada vez mayor). Diversas encuestas y prospecciones demográficas nos muestran que los adultos en edad fértil se muestran cada vez más reticentes a la procreación, incapaces de afrontar las renuncias y sacrificios que exige una prole; también que el tiempo que los padres dedican a sus hijos es cada vez menor, por exigencias laborales o por mera irresponsabilidad en el cumplimiento de sus obligaciones (luego matan su mala conciencia satisfaciendo los caprichos más peregrinos de sus hijos). Entretanto, el número de niños víctimas del llamado «síndrome de alienación parental» y, en definitiva, de las desavenencias, separaciones y divorcios traumáticos de sus progenitores aumenta en proporción aritmética. Y los psicólogos infantiles coinciden en diagnosticar que, a la vez que retardan el acceso a la madurez, los niños acortan la «edad de la inocencia», esos años en que su alma aún no ha sido mancillada por las vilezas, apetitos y mezquindades que enfangan la existencia de los adultos.
A ello habría que sumar -last, but not least- el número escalofriante de abortos perpetrados en las sociedades occidentales, cada vez más incapaces de afrontar su ignominia moral. Y todo esto que describo está ocurriendo en una época y en un marco geográfico en los cuales la pobreza ha sido en gran medida erradicada y las medidas asistenciales se han desarrollado hasta extremos impensables hasta hace unos pocos años. Pero los niños no parecen tener cabida en esta sociedad; o, expresándolo más ajustadamente, sólo parecen tener cabida como «instrumentos», como seres de los que es posible disponer, extraer una utilidad. Cuando no cumplen esa utilidad, prescindimos de ellos, o los tratamos como rémoras que estorban la consecución de nuestra dicha, o los metemos en el congelador. Algo muy grave está ocurriendo, sin que nos demos cuenta, sin que queramos darnos cuenta: algo que afecta a la propia supervivencia de la sociedad como organización humana.
www.juanmanueldeprada.com

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