lunes, agosto 20, 2007

Luis Sanzo, Los ultimos 120 dias de Serbia

Los últimos 120 días de Serbia
20.08.2007 -
LUIS SANZO

La aceptación por Estados Unidos y Reino Unido de la vía para retomar la negociación del futuro de Kosovo revela los límites de la estrategia puesta en marcha por Tony Blair y Bill Clinton a finales de los años 90. Aunque la OTAN hace efectiva la ocupación de esta provincia serbia y la MINUK pone sobre el terreno las bases para la independencia, el bloque angloamericano fracasa en su objetivo de conseguir en Naciones Unidas la sanción inmaculada que pretendía para su nuevo proyecto de modificación de fronteras en Europa. Ante el veto de Rusia al Plan Ahtisaari, la negativa de varios países de la Unión Europea a actuar al margen de una resolución del Consejo de Seguridad obliga a EE UU y Gran Bretaña a renunciar por ahora al reconocimiento unilateral de la independencia kosovar.Serbia cometería sin embargo un error si interpretara como victoria lo que no es sino una última oportunidad para abordar la negociación que le negó Ahtisaari, la del futuro estatus de los territorios que conforman el actual protectorado kosovar. La retirada angloamericana sólo ofrece a Serbia un tiempo añadido, ciento veinte días, para trabajar en una solución compartida para Kosovo. Ni Estados Unidos ni Reino Unido han renunciado a la independencia y es probable que traten de imponerla si fracasan las conversaciones, aun cuando esto pueda provocar inicialmente una crisis interna en la UE y en el sistema de relaciones internacionales. Saben que es improbable que los Estados más reticentes mantengan una oposición que pueda poner en riesgo un modelo de colaboración entre naciones que constituye la base de su propio progreso y estabilidad. En estas circunstancias, aun avalada por el derecho internacional, la resistencia de Serbia a lo sumo le permitiría mantener el dominio sobre la pequeña franja de territorio al norte del río Ibar y prevenir, a la espera de tiempos mejores, el reconocimiento del nuevo Estado por la ONU. Y eso únicamente en el caso de que Rusia asuma el riesgo de comprometerse directamente en la zona para imponer la taiwanización de Kosovo.Para una Serbia que ha perdido el control de la mayor parte del territorio kosovar y que sigue aspirando a integrarse en las instituciones euroatlánticas, el escenario anterior resulta poco atractivo. Los intereses serbios quedarían mejor defendidos si propusiera avanzar en una solución que fuera la resultante de dos líneas de trabajo, alternativas pero quizás complementarias: la primera, dirigida a perfilar un modelo de autonomía susceptible de garantizar en la práctica el nivel de autogobierno deseado por los albaneses para un Kosovo independiente; la segunda, orientada a considerar aquellas circunstancias en las que Serbia podría llegar a aceptar una modificación de sus actuales fronteras.Por lo que respecta a la primera cuestión, la oferta de autonomía podría basarse en el principio de independencia interna para Kosovo. Esta propuesta asumiría que la nueva entidad kosovar tuviera plena capacidad de actuación exterior en el ámbito de sus competencias, incluida la relación directa en materia económica con el FMI, el Banco Mundial y la Unión Europea. La independencia interna no tendría otros límites que el ingreso en la ONU, la creación de un ejército propio o el control de fronteras. A cambio, Kosovo garantizaría autonomía política a las zonas de mayoría serbia y el control extraterritorial por la Iglesia ortodoxa de su patrimonio religioso. También aceptaría la relación directa entre Belgrado, las instituciones autonómicas serbias y la Iglesia ortodoxa en Kosovo en el marco de la gestión de sus competencias. Este régimen especial de autonomía podría a su vez ser aplicado por Serbia en el territorio de mayoría albanesa de Presevo, colindante con Kosovo. En cuanto a las relaciones entre Kosovo y Serbia, éstas podrían inspirarse en los principios formulados en la propuesta Annan para Chipre, aunque limitando inicialmente al máximo el número y el tipo de instituciones comunes. Al principio, podría pensarse únicamente en una asamblea interparlamentaria para considerar posibles acuerdos entre Serbia y Kosovo en asuntos de interés compartido.Respecto a las condiciones para una posible modificación de fronteras, los principios que Serbia podría defender serían que ésta fuera acordada y no impuesta, que se diera con posterioridad al acceso de los distintos países de la antigua Yugoslavia a la Unión Europea y que fuera el resultado de un compromiso de esos países más Albania para el tratamiento de las cuestiones territoriales y nacionales pendientes. En ese contexto, ninguna hipótesis quedaría descartada, ni siquiera la posible incorporación a Albania de una parte del actual territorio kosovar.En caso de que los albanokosovares no aceptaran este planteamiento, Serbia no debería oponerse en última instancia a un acuerdo provisional de partición. Este Estado podría asumir la gestión de las zonas de mayoría serbia antes de 1999, quedando los territorios de mayoría albanesa bajo protectorado de la Unión Europea, a la espera de una solución definitiva en el marco de la propuesta de posible reformulación de las fronteras balcánicas tras la incorporación de sus distintos países a la UE. En tal supuesto, y con la excepción de los asuntos asignados a supervisión internacional, la parte del actual Kosovo bajo protectorado internacional actuaría a todos los efectos de forma independiente, sin otro vínculo con Serbia que el que se derivara de los acuerdos alcanzados entre las partes. El nuevo Kosovo no sería sin embargo reconocido como Estado soberano por la ONU.Un acuerdo para Kosovo debería además contemplar otros dos aspectos esenciales: de una parte, la cuestión de los refugiados, facilitando su retorno, la devolución de sus propiedades y la compensación económica por las pérdidas sufridas; de otra, y éste es un tema en el que España debería insistir especialmente, el diseño de un plan específico para la reincorporación social de la población romaní expulsada de Kosovo. Las futuras instituciones kosovares deben reconocer los efectos de la limpieza étnica promovida por los albaneses y asumir sus obligaciones en la búsqueda de vías de integración de la minoría romaní en Europa.Finalmente, resulta fundamental situar a los distintos países protagonistas del conflicto kosovar ante sus responsabilidades. Aquellos Estados que han defendido el cambio del estatus político en Kosovo tienen la obligación de comprometerse con las soluciones que resulten de la negociación. Este compromiso no puede limitarse a sus actuales administraciones, sino que debe obligar al conjunto de su sistema político y de su sociedad. De ahí que Serbia pueda exigir a esos Estados que, mediante tratado internacional, acepten respetar los acuerdos alcanzados y garantizar su estabilidad futura, en especial en lo relativo a la Vojvodina, un territorio que disfrutaba del mismo estatus político que Kosovo en la Serbia anterior a Milosevic.Es evidente que poco de lo anterior está en la mente de Condoleezza Rice y de su equipo en el Departamento de Estado. George W. Bush, sin embargo, haría bien en reivindicar un cierto margen de reflexión y decisión propias. Si apostara por despedir su mandato con un acuerdo alcanzado, y no con un conflicto más por resolver, aún sería posible romper el designio de aquéllos cuyo objetivo no es otro que demostrar en los próximos meses que toda nueva negociación era efectivamente inútil. Pero para ello es necesario que, esta vez sí, Serbia acepte la verdad, asumiendo que se ha iniciado la definitiva cuenta atrás para Kosovo. Tiene apenas 120 días para conseguir que Europa y EE UU se enfrenten ellos también a su particular e inconveniente realidad: su obligación inequívoca de respetar el derecho internacional. La única salida razonable que le queda a Serbia es poner sobre la mesa alternativas para Kosovo que ningún Estado democrático y respetuoso de la ley pueda rechazar.

No hay comentarios: