lunes, agosto 13, 2007

Lorenzo Contreras, Un "bonzo" llamado Xirinacs

martes 14 de agosto de 2007
Un ‘bonzo’ llamado Xirinacs Lorenzo Contreras

El suicidio de Lluis María Xirinacs, aquel senador de la primera transición hacia la democracia, forma parte de las sorpresas que ésta nos tiene reservadas. Desde el primer momento de su acto de presencia en las instituciones, el entonces senador catalán hizo de la provocación política su última y verdadera vocación. Odiaba a España, aunque diga también que no soporta a Francia, con una especie de morbosa exclusividad. El odio a lo español era para él una especie de enfermedad personal que se sumaba a su probable patología psicológica. Era un “sacerdos in aeternum”, pero en realidad resultaba ser un cura capaz de absolver a cualquier asesino etarra a cambio de que la infracción del quinto mandamiento tuviera motivaciones independentistas. Lo de “aeternum” quedaba reservado para una religiosidad política que algunos curas también han practicado en la realidad histórica y en la ficción novelística. En nuestra guerra de independencia contra los franceses y en las guerras carlistas hubo clérigos —los famosos “trabucaires”— dispuestos a matar, no por amor a Dios, sino por pasión banderiza. Alguno tuvo que ser colgado en la plaza pública, como aquel cura que quiso asesinar a Isabel II en el propio palacio real.
Lo de Xirinacs ahora, quitándose la vida, atentando contra la suya con la misma pasión con que defendía la muerte de los “opresores” políticos españoles, a ser posible preferiblemente militares y gente uniformada, ha sido, como queda dicho, una sorpresa. Teóricamente, para su sistema de creencias religiosas, si es que le quedaba alguna, ha muerto en pecado mortal. El pobre hombre se ha ido derecho al Infierno, salvo que se haya administrado una autoabsolución en forma de contrición en el último segundo. Seguramente no creía en el Infierno, salvo el que para él representaban los españoles, franquistas o demócratas, en relación con el País Vasco o eventualmente con Cataluña.
Algún día, en el llamado Euskadi y probablemente Euskal Herria, le dedicarán alguna calle. Será, en pura materialidad, su acta inmortalidad, su diploma de mártir. A lo mejor hasta se gana un monumento.
Es probable que en su tumba o en la inscripción que acompañe el recuerdo de su paso por este mundo, bien por epitafio bien mediante el mármol o la piedra que le dediquen, si se la dedican, figure esta imperecedera sentencia personal: “ETA mata a los que considera sus enemigos, pero no tortura”.
La ETA incapaz de torturar, según Xirinacs, es la misma que tuvo a Ortega Lara más de quinientos días en un zulo y allí lo abandonó hasta que, por casualidad, la Guardia Civil dio con su paradero. Otra maravilla de la capacidad absolutoria que el cura suicida administraba es la que se refiere a su punto de vista sobre la magnanimidad de la banda terrorista, que antes de atentar, “avisa”. Lo malo para su ecuanimidad de analista es que no siempre avisa, y tampoco es cierto que avise con tiempo suficiente para evitar muertos, como ocurrió en Hipercor, aunque en este caso Xirinacs prefiere girar el tanto de culpa a la falta de diligencia de la policía o de la empresa atacada.
Es demasiado amplio el catálogo de crímenes crueles de ETA contra la población civil para perder el tiempo en refrescar lo que difícilmente puede borrarse de la memoria colectiva. Xirinacs será para etarras e independentistas catalanes una perla cultivada con la química del disparate y la mentira. De todos modos, descanse en paz.

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