lunes, agosto 20, 2007

Lorenzo Contreras, Si yo fuera diputado

martes 21 de agosto de 2007
Si yo fuera diputado Lorenzo Contreras

Los veteranos de la vida, y de la profesión, recordamos que en tiempos del primer franquismo —luego vino el llamado tardofranquismo que moderó sus modos, pero no su fondo— se exhibió en España, entre las muchas películas de Cantinflas, una titulada Si yo fuera diputado. Ahora, como consta en sus declaraciones a la agencia Efe, Alberto Ruiz-Gallardón, de la manera oblicua que le caracteriza, ha insistido en una antigua pretensión suya: quiere ser diputado. Quiere tener un escaño en el Congreso para —dice— que Madrid esté parlamentariamente representado al mayor nivel.
Gallardón, en estos momentos, lo que viene a pregonar, con aire promisorio para la capital de España, es precisamente esto: ¡Si yo fuera diputado! O sea, que no se anda por las ramas, que sus ambiciones son patentes y que la cobertura de la alcaldía madrileña le sirve para enmascarar su aspiración sucesoria para cuando Mariano Rajoy pierda, como es probable, las elecciones generales de marzo frente a Zapatero y en consecuencia la dirección del PP. Presenta su “oferta” como un gesto desinteresado que sólo aprovecha a la capital. Pero se percibe que quiere aprovechar la coyuntura histórica en que puede encontrarse para su propio beneficio político. La verdad es que tiene derecho a su ambición, que no es poca, como también es cierto que no le faltan dotes personales para mayores empeños que gobernar Madrid. Lo suyo tiende a ser gobernar España, o lo que de ello quede, y gobernarnos a todos los que acabemos llamándonos y siendo españoles.
Otra cosa será el coste presupuestario que puede arrastrar su paso algún día por el Gobierno. Si Madrid está lleno de zanjas y compromisos de gasto, imaginémonos lo que será este caballero con la administración del presupuesto nacional que le corresponda en el estado de las Autonomías.
La verdad es que el cerco sobre la ciudadela política de Mariano Rajoy se va estrechando cada vez más. El propio Rajoy ha manifestado alguna vez bien reciente que en la carrera general hacia las grandes metas del poder hay “overbooking”. Esto significa, como siempre que sucede esa ocurrencia sobrada, que alguno que otro se puede quedar sin plaza. Desde luego, Gallardón no piensa permitir que tal desgracia le aflija a él. De momento es evidente que se ha reservado billete o, por lo menos, piensa hacerlo.
Gallardón se aferra a ciertos precedentes. Ya lo acaba de recordar: “Grandes alcaldes de Madrid han defendido la voz de esta ciudad en el Congreso”. Según él, la capital necesita que el Gobierno salde las deudas que tiene con los madrileños.
O sea, los madrileños ante todo, que para eso necesitan grandes alcaldes —como él lo sería— en su correspondiente escaño. En el fondo, este personaje ve el escaño parlamentario como el trampolín de su salto a la Moncloa. Cuando Aznar le facilitó el acceso a la Casa de la Villa, ¿sospechaba que esto acabaría ocurriendo? ¿Quiso acaso cerrarle potencialmente el paso a Rodrigo Rato, que parece estar ahí, en las cercanías del campo de batalla, al acecho de su propio asalto a lo mismo?
Jaime Mayor Oreja, eurodiputado en jefe español, ha criticado los comentarios y opiniones sobre el regreso de Rato a España, como abandono de la dirección del Fondo Monetario Internacional, como una “manera absurda” de presionar a Mariano Rajoy y al propio Rato. Pero lo lógico es pensar que Rato no necesita que le presionen, que para eso ya se encargó él mismo de presionarse cuando, por supuestos motivos de dedicación familiar, se dio de baja en el FMI. En cuanto a la “manera absurda”, nada más absurdo que autolimitarse el campo de visión de lo que se ofrece en perspectiva panorámica. Además, no se le puede negar a nadie el derecho a la sospecha. Porque en la alta política, la presunción de inocencia se ha puesto muy cara.

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