miércoles, agosto 01, 2007

Lorenzo Contreras, El fracaso de las Autonomias

jueves 2 de agosto de 2007
El fracaso de las Autonomías Lorenzo Contreras

Los incendios de Canarias, que se suman a otros siniestros de parecida entidad, justificarían, a estas alturas del tiempo transcurrido y de la experiencia acumulada, alguna seria objeción sobre el planteamiento constitucional del Estado de las Autonomías. No parece que fuera un despropósito ni un disparate que alguien con autoridad denunciara que el Estado así concebido y con las normas de funcionamiento que lo presiden, está fracasando. La idea de la descentralización ha venido teniendo en el pasado un carácter de sistema casi milagrero por las ventajas y virtudes que se le atribuían. Había un Estado centralista que entonces merecía o concitaba toda clase de reproches. La descentralización, cuanto más amplia mejor, era el sueño de bastantes teóricos de la política. La teoría o, si se prefiere, la tesis de que España es una suma de regiones profundamente diferenciadas y, por tanto, condenadas o predestinadas a no constituir una verdadera unidad territorial, ha acabado imponiéndose e incluso proclamándose desde distintos sectores y tribunas con absoluto descaro. Las conversaciones de Loyola sobre el futuro del “territorio vasco–navarro” ha sido una especie de aquelarre político en el que los brujos reunidos han conspirado contra la idea de España, incluida por supuesto la endeble España constitucional actual. Que no se hayan puesto de acuerdo es lo de menos. Ya se sabe que unos brujos aspiran más que otros a concretar determinadas ambiciones u objetivos.
Todo lo tratado y debatido en Loyola era y es conocido por el Gobierno zapaterista, que, con escalofriante naturalidad, se ha refugiado en el más espeso de los silencios. El llamado “apagón informativo” ha sido su norma. Y han tenido que ser proetarras y nacionalistas, a través de los diarios Gara y Deia, quienes hayan informado a la opinión española de lo que estuvieron tramando y no han renunciado a seguir haciéndolo cuando les parezca oportuno.
La soñada descentralización llegó y se pasó, porque los “padres” de la Constitución superaron el proyecto descentralizador mediante una Carta Magna, la de 1978, que nos ha metido en una encerrona institucional. El Estado de las Autonomías es cada día menos Estado, es cada día más taifal. Son diecisiete estaditos, con diecisiete administraciones y, correlativamente, con una verdadera inflación funcionarial, gasto a barullo y escasa solidaridad entre los territorios. Pero, sobre todo, las autonomías vienen siendo en cuestiones esenciales modelos de ineficacia. El plan hidrológico nacional, por ejemplo, pasó de manos de un Gobierno a otro, y entre ellos se cruzaron las administraciones autonómicas concernidas. El resultado ya se conoce: el plan hidrológico ha dejado de ser nacional y además, en el fondo, no es hidrológico sino hidromarítimo desalinizado. El padre Ebro, que por cierto no nació en Aragón aunque pase por él, vierte ahora generosamente sus aguas sobrantes en el mar, es decir, las dilapida. Así da gusto.
Viene todo esto a cuento de los incendios de Canarias, que han sucedido a otros incendios o macroincendios como, por ejemplo, el de Guadalajara, que llevó muertos incluidos y fue clamorosa demostración de ineficiencia por parte del Estadito manchego. Y quien habla de incendios puede hablar también de vertidos contaminantes en el litoral de que se trate, sin que el correspondiente Estadito —gallego en el caso más resonante— hiciera otra cosa que rastrillar la arena de las playas, perder riqueza marisquera y mantener en la cárcel al capitán del Prestige hasta que llegó el turno de su liberación. Y tuvieron que ser voluntarios llegados de la España única y total, que no totalitaria, los que dieran el ejemplo de alguna romántica eficacia y solidaridad contra el chapapote.
Ya ha habido algunos episodios menores de vertidos en alguna que otra costa, en flagrante demostración de que no se aprendió de la catástrofe galega. Mientras tanto el gran Estado, con su gran Gobierno central, hace como que hace, y con el artículo 150.2 de la Constitución echa la casa por la ventana. Consúltese.

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