lunes, agosto 13, 2007

Libertad de conciencia en Egipto

martes 14 de agosto de 2007
Libertad de conciencia en Egipto
LA tolerancia es una de las características más destacadas de una sociedad moderna, y especialmente la libertad religiosa constituye un principio fundamental para preservar la convivencia. Aunque cada cual pueda pensar que una determinada creencia es verdadera y estar seguro de que está rezando al verdadero dios, imponerlo a los demás -y mucho menos por la fuerza- le convierte en un dictador, en un tirano de la conciencia ajena. En muchas sociedades musulmanas se mantiene sin embargo una situación intolerable desde este punto de vista, y las decisiones individuales de carácter religioso son inaceptables, no sólo rechazadas socialmente, sino atacadas con violencia. El caso del egipcio Mohamed Higazi, a quien se le niega el reconocimiento de su condición religiosa (cristiana), es el último de los ejemplos que ha salido a la superficie y que inevitablemente invita a una reflexión sobre las características de las sociedades que perpetran este tipo de abusos.
El de Egipto es un caso claro, puesto que la ley reconoce la libertad religiosa, y en cuanto a las autoridades encargadas de hacerla cumplir, son consideradas como moderadas o incluso pro-occidentales, sobre todo si se comparan con los integristas que intentan apoderarse del poder. Nada de eso impide que en los hechos se produzca un ambiente de opresión insoportable para cualquiera que intente expresar un pensamiento libre en materia de conciencia. Algo parecido sucedió recientemente en Afganistán, donde el año pasado un converso al cristianismo escapó por los pelos a la pena de muerte después de que, en un gesto de «benevolencia», las autoridades del presidente Karzai aceptaron considerarlo un demente.
Durante muchos años, las sociedades libres han sido capaces de imponer criterios firmes sobre asuntos de conciencia universal (la esclavitud, la discriminación racial, etcétera) que todo el mundo compartió y que suscitaron un acuerdo universal. Sin embargo, en las sociedades libres, donde por fortuna reina la tolerancia, resulta muy fácil que otros comportamientos intolerables hacia la libertad personal se enmascaren y reciban la protección de los principios de los que reniegan.
A nosotros se nos hace intolerable el pensamiento de que en Occidente se pudiera perseguir a alguien por sus ideas religiosas, pero no encontramos fórmulas para condenar lo que hacen otros en contra de estos mismos principios, porque nos parece que estaríamos violando los nuestros. La respuesta es sin embargo muy simple: no podemos ser tolerantes con los intolerantes. Para poder merecer la protección de los principios universales de libertad de conciencia, hay que aceptar respetarlos a su vez. De otro modo se impondrán siempre los defensores del salvajismo medieval y oscurantista que de una manera u otra acaban de demostrar que son quienes mueven los hilos profundos de la sociedad egipcia.

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