miércoles, agosto 01, 2007

Juan Urrutia y Miguel Martinez, Veredicto: Lesbiana

jueves 2 de agosto de 20007
Veredicto: Lesbiana
Juan Urrutia y Miguel Martínez
A lo largo de la historia la homosexualidad ha sido considerada de muy diferentes formas por las distintas culturas que albergan los cinco continentes. Ángeles, demonios o simplemente comunes mortales como usted y como yo. Hoy día, por desgracia, seguimos con el mismo desconcierto. En fechas recientes un juez de Murcia, hoy expedientado, quiso obligar a elegir a una mujer entre su compañera sentimental y sus hijas. La madre ha declarado recientemente no ser lesbiana pero, lo sea o no, lo grave es que su presunta tendencia sexual fuera considerada tan perjudicial como “la pertenencia a sectas satánicas, el proxenetismo” y otros mariscos. "Es imposible que dos progenitores homosexuales den una formación integral". Dice el juez Ferrín, pero me pregunto qué tendrá que ver la orientación sexual de una persona con los valores que transmita a sus hijos. ¿Son gays y lesbianas perversos, faltos de ética y malhechores por naturaleza? Lo mismo sí y yo sin enterarme. El mundialmente admirado Sir Archibald Alexander Leach, Cary Grant para los amigos, fue un genio de la interpretación y mantuvo durante toda su vida una relación estable con el tan habitual en los westers de la época, Randolf Scott. Oscar Wilde fue un hombre mordaz e inteligente que murió joven a causa de las secuelas que dejó la cárcel en su organismo. Fue encerrado por ser declaradamente gay. Shakespeare era... muy, muy gay y eso no le impidió escribir El rey Lear, Sueño de una Noche de Verano, Trabajos de Amor Perdidos y otras obras fantásticas. Muchas personas han crecido bajo la influencia de Grant, Wilde, Scott y Shakespeare, y no por ello sufren peligrosas carencias mentales. Sofisma, sofisma gordo y trampa aviesa. Pues sí, dirán que no es lo mismo ver Arsénico por compasión —qué película, qué película señores— o leer Julio César, por poner dos ejemplos, que crecer entre dos personas del mismo sexo que se aman en todos los sentidos. Tienen razón, no es lo mismo, pero tampoco pernicioso. La clave está en la palabra personas, —que en estos casos aportaron grandes cosas a la humanidad— porque al margen del sexo todos somos seres humanos, menos ese dictador bajito de Corea que duerme con la bomba atómica bajo la almohada. La concepción machista de la sexualidad y de la mujer como objeto en propiedad nos ha traído una trágica sucesión de asesinatos dentro de la pareja. Quienes fueron niños ayer y mamaron esos contravalores son los asesinos de sus mujeres hoy. Nadie le quita sin embargo la custodia de sus hijos a un tipo por machista exacerbado. Es el ejemplo del adulto lo que beneficia o perjudica a un niño, no su vida sexual. El juez Fernando Ferrín Calamita no lo ve de esta forma y lo expresa así: "Es el ambiente homosexual el que perjudica a los menores y que aumenta sensiblemente el riesgo de que éstos también lo sean”. La sexualidad, divino tesoro, no es —la ciencia lo ha demostrado— perversión o vicio si se elige a una persona del sexo propio como pareja, sino un sentimiento natural que surge, como todo lo que surge entre dos personas o más y un hotelito en la playa, por razones relacionadas con mayor o menor presencia de ciertas células en el Sistema Nervioso Central. Las pruebas son irrefutables: ser gay no es una elección sino algo que la naturaleza programó en nuestro ADN. Quizás piensen, si eso es así... ¿por qué los elefantes no son gays? Lo son, y trescientas especies más de mamíferos, pero como esto ya lo dije en un artículo pasado no seguiré por estos derroteros. No, seguirá mi vecino y compañero en esta página Miguel Martínez. Y aunque un servidor, queridos reincidentes del amigo Urrutia, también les hablara en otro artículo anterior -el de la edición 244, para ser exactos- de otro estudio científico en el que se demostraba que son muchísimas las especies que cuentan entre sus individuos con numerosos especimenes con tendencias homosexuales, y aunque por ello se le pueda tildar de redundante por repetir argumentos ya escritos, no puede quien les escribe dejar de aprovechar que el Pisuerga no pasa por Murcia para expresarles que tal circunstancia –el hecho de que en multitud de especies animales se den casos de homosexualidad, no que el Pisuerga no pase por Murcia, dato que, aunque rigurosamente cierto, no deja de ser baladí- da al traste con la común y recurrente afirmación de que la homosexualidad es contraria a la naturaleza, quedando patente que, en todo caso, quizás sea contraria a la concepción de la naturaleza que algunos desean tener, en la cual se condena a la homosexualidad por antinatural mientras se mira para otro lado –cuando no se apoya descaradamente- cuando se producen infinidad de conductas salvajes, como los conflictos armados –el de Irak (también llamado “Se lo aseguro, en Irak hay armas de destrucción masiva”) es un buen ejemplo, u otras tendencias tan “habituales” en el resto de fauna como lo son los asesinatos selectivos – todo un detallazo eso de seleccionar previamente a los que van a ser asesinados en vez de lanzar una bomba H y arrasar toda la cuidad; y lo que se ahorra en jueces- asesinatos que son llevados a cabo por Israel sobre terroristas, sus familiares y los desgraciados que han tenido la mala suerte de –ah… se siente- vivir puerta con puerta con los seleccionados, así como un largo etcétera de actuaciones que son unas veces justificadas y otras condenables, atendiendo, exclusivamente, a que quienes las lleven a cabo sean los unos o los otros. Y tras borrar el párrafo que acababa de escribir en el que practicaba un ejercicio etimológico con el segundo apellido del juez Ferrín Calamitas, pues tras una breve reflexión deduce un servidor que no resulta elegante meterse con el legado familiar de nadie -por mucho que puedan hallarse coincidencias entre apellidos y procederes- quien les escribe casi prefiere ir despidiéndose y no destrozar más un artículo que dos párrafos más arriba era impecable, pues tampoco se va a atrever a decir todo lo que piensa del juez expedientado, porque probablemente acabara incurriendo en lo que el Código Penal tipifica como delito de injurias, que las cosas que le pide el cuerpo a un servidor dedicarle a quien compara la homosexualidad con la pertenencia a sectas satánicas o al proxenetismo son de aquellas que jamás se deben escribir en un medio de comunicación, y menos aún cuando éstas vayan dirigidas a un magistrado, por mucho que un servidor las piense y crea que tales calificativos fueran, en tal caso, no un insulto sino una definición.

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