lunes, agosto 20, 2007

Jose Maria Garcia Hoz, Habla mucho, que no te escucho

martes 21 de agosto de 2007
Habla mucho, que no te escucho

-Suicidado Xirinacs, ¿ahora quién me fustiga a mí?
POR JOSÉ Mª GARCÍA-HOZ
LUNES 13 de agosto, a las ocho y media de la tarde. Sobre una de esas asombrosas playas atlánticas de Cádiz, el sol se refleja en el mar y en la arena mojada, y deja una luz que, sin la fuerza cegadora del mediodía, anuncia el crepúsculo. La marea, hacia la bajamar, abre espacio sobrado para que centenares de personas jueguen a la pelota con unas desiguales palas de madera. Los altavoces que normalmente anuncian la pérdida, o el hallazgo, de algún niño cambian el mensaje habitual: «El Ayuntamiento recuerda que está prohibido jugar a la pelota en la playa». Nadie reacciona ante el aviso: los que jugaban siguen jugando, y los que miraban siguen mirando. Dos policías locales se molan cabalgando sobre sendos quads, indiferentes también al aviso legal.
¿Quién está loco? ¿El Ayuntamiento por aprobar una ordenanza sin sentido y sin medios para hacerla cumplir? ¿El personal que pasa de las ordenanzas municipales? ¿Los agentes de la Policía Local que no mueven un músculo ante el flagrante y masivo incumplimiento de la norma? ¿Yo mismo por fijarme en esas pijadas y no disfrutar de la inminente puesta de sol?
Definitivamente, la puesta de sol es maravillosa, igual y distinta cada día. Pero por mi cabeza circulan reflexiones no tan maravillosas: la vida del común de los españoles está constreñida por un sinnúmero de normas, unas incumplidas y otras sin sentido, desde el juego de pelota en la playa hasta el cinturón de seguridad para conducir en vías urbanas, pasando por la prohibición de fumar en la mayoría de los lugares públicos, o la de beber y oír música en la calle. Recuerdo la frase de mi padre: «España es un país de incontinencia legislativa, atemperada por el incumplimiento». Una observación real, por cierta, pero que refleja una realidad insatisfactoria.
Esa incontinencia legislativa presenta como primera característica su transversalidad: afecta a los políticos de cualquier ideología, de izquierda a derecha, y de dictaduras a democracias; su origen conceptual puede localizarse en la doblemente vana ilusión de que las leyes, por sí solas, mejoran la sociedad y que, por el mero hecho de promulgarla, cualquier ley será acatada y cumplida por la mayoría de la población. Históricamente, el primer ejemplo que recuerdo es el de la Constitución de 1812, la ilustre Pepa gaditana, que en uno de sus artículos, creo que el segundo, estipulaba que los españoles de ambos continentes debían ser justos y benéficos. Obviamente, si se hubiera cumplido tan bienintencionado mandato no estaríamos tan mal como estamos.
En todo caso, el asunto carecería de importancia si quedara limitado a ser una especie de divertimento de los políticos, que les sirviera como herramienta dialéctica adicional en su interminable rifirrafe: este Gobierno es mejor que el anterior porque ha aprobado un 30 por ciento más de leyes, el 27,5 más de reales decretos y el 36,2 de órdenes ministeriales... Cifras que no se compadecerían con las presentadas por la oposición.
Desafortunadamente no es así y la proliferación legislativa genera un grave perjuicio social, quizás el más grave para la convivencia: la inseguridad jurídica. Son tantas las normas que cumplir, la mayoría contra el sentido común y el propio derecho a decidir por uno mismo, que, si quieren, al final te acaban pillando. Un ejemplo sencillo y próximo: ¿quién no tiene un amigo y/o vecino que recibió el permiso municipal para hacer reformas en su casa, después de terminar las obras? Pobre del que, por la razón que sea, atraiga la atención de cualquier autoridad competente: como mínimo le cae una multa y dos apercibimientos.
Lejos de mí cualquier reivindicación de la acracia, pero no hay peor ley de la selva que la que forman miles de textos normativos que, al entrar en vigor sin ir acompañados de los correspondientes medios humanos y materiales para hacerlos cumplir, nacen condenados a convertirse en la plasmación práctica de la canción infantil: «¡Habla mucho, que no te escucho!».
josemaria@garcia-hoz.com

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