lunes, agosto 13, 2007

Jose Maria Garcia Hoz, Esperando el siguiente susto

martes 14 de agosto de 2007
Esperando el siguiente susto

POR JOSÉ Mª GARCÍA-HOZ
UN aumento significativo del número de hipotecas impagadas en Estados Unidos estuvo a punto (crucen los dedos, si no les importa) de provocar una crisis financiera en Europa y Asia. La puñetera globalización se ha apoderado de nuestras vidas o, por lo menos, de nuestro dinero. Ya no se trata de que si General Motors se constipa, Estados Unidos estornuda: ahora la vaina va de que si en Florida dejan de pagarse las hipotecas de oficinas o viviendas, los sistemas bancarios alemán y francés se derrumban. ¿Por qué? Pues sencillamente porque el dinero que habían tomado prestado los consumidores norteamericanos procedía de bancos franceses y alemanes, después de pasar por dos o tres intermediarios. Globalización geográfica, pero también globalización financiera. Así como prácticamente no existen fronteras para los movimientos geográficos del dinero, también han dejado de estar claras las diferencias entre un activo y otro. Aquella rudimentaria división entre renta variable, renta fija, y activos monetarios ha pasado a la historia. Ahora la ingeniería financiera ha puesto en marcha instrumentos en virtud de los cuales un activo monetario puede invertirse en bonos basura sin perder contablemente su condición de dinero líquido, mientras que, por su parte, un lote de hipotecas de alto riesgo puede ser empaquetado y vendido como si fuera tan seguro como las Pirámides de Egipto.
Los más despabilados ya estaban acostumbrados a pensar en términos globales para los bienes físicos, y no se sorprendían al ver que debajo de la etiqueta de su elegante camisa italiana hubiera otra más pequeña que advertía «made in Macao». Ahora deberán acostumbrase a que el dinero metido en fondos de inversión gestionados por bancos occidentales de primera fila pueda acabar en el basurero de las dichosas hipotecas «subprime» o cualquier otro producto parecido. Este es un escenario desconocido hasta ahora, cuya principal característica es que resulta misterioso también para las autoridades económicas nacionales y supranacionales, así como para los supervisores bursátiles. En los viejos tiempos, los bancos debían sujetarse a unas normas de inversión por tipo de activos fijadas por los gobiernos y, por supuesto, dar cuenta exacta de dónde invertían su dinero y el de sus clientes. Ahora siguen vigentes dichas normas sobre inversión e información, pero son irrelevantes puesto que han desaparecido las diferencias entre los distintos activos.
¿Cómo clasificar contablemente la inversión de una Caja de Ahorros o de un banco en un «private equity» o en un «hedge fund»? Bajo el elegante paraguas de su nombre inglés, detrás de estas instituciones en las que los bancos invierten y a las que prestan dinero hay todo tipo de políticas de inversión -más o menos arriesgadas- y todo tipo de gestores -más o menos despiertos-, y un único denominador común: cero información. No son teorías: la semana pasada una institución tan reputada como BNP Paribas tuvo que cantar la gallina y decir que desconocía el valor de tres de los fondos de inversión que gestionaba.
Estas prácticas de cajas y bancos en todo el mundo no implican ilegalidad alguna, sencillamente son la utilización de nuevos instrumentos, a su vez perfectamente legales, a los que se dirigen las empresas bancarias porque con tipos de interés tan bajos como los presentes, resulta prácticamente imposible que se ganen la vida sin salirse de los instrumentos tradicionales.
Por lo demás, cuando se lee que el supervisor bursátil norteamericano investiga los balances de los grandes bancos, para conocer hasta qué punto están metidos en estas inversiones de alto riesgo, no hay que imaginarse una trama policial en busca de narcodinero, sino algo mucho menos glamuroso como un batallón de auditores comprobando que no estaba equivocado el cálculo del riesgo implícito de una inversión... Suponiendo que ellos mismos supieran determinarlo.
Pero a fuer de legal, la situación resulta extremadamente peligrosa, en la medida que los bancos centrales sólo advierten el daño cuando ya está hecho y su única acción posible es inyectar dinero barato en los sistemas con «problemas de liquidez transitorios». Pero como ni siquiera los bancos centrales tienen dinero ilimitado, puede llegar el momento en que tengan que rendirse a la evidencia de que la situación se ha escapado de las manos, lo cual, sin ser inevitable ni por supuesto deseable, resulta del todo posible.
josemaria@garcia-hoz.com

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