jueves, agosto 16, 2007

Jose Javaloyes, El tercer rio de Mesopotamia

jueves 16 de agosto de 2007
El tercer río de Mesopotamia José Javaloyes

Era la guerra que le faltaba a Iraq. La matanza de yazidíes kurdos (los muertos serán más aún que los 250 contabilizados, habida cuenta que el número de heridos de diversa consideración llega a 300) es operación terrorista que se atribuye a los seguidores de Ben Laden y supone un capítulo añadido a los muchos que componen ya el trágico relato en el Estado de los dos grandes ríos. Algo así como si otra corriente fluvial, aunque de sangre, hubiera brotado para sumarse a la caótica desembocadura de los sucesos comenzados, en marzo de 2003, con la operación militar angloamericana contra el orden dictatorial de Sadam Hussein.
Que una secta religiosa —pre-cristiana antes que pre-islámica— se convierta en materia combustible y objeto del deseo de Al Qaeda dentro del escenario iraquí, es suceso que denota hasta dónde se ha disparado la temperatura crítica para todo conflicto en aquel escenario del Oriente Medio.
Se diría que estamos ante un nuevo plano de colisión. Estaban el del enfrentamiento entre islamismo y nacionalismo árabe, en el que contendían los movimientos políticos laicos como el Baas con las distintas corrientes mahometanas, bien fueran éstas del islamismo chií o del integrismo suní, en su presentación habitual establecida en regímenes como el de Arabia Saudí que lo patrocina, o en su radicalización terrorista, como se difunde en muchas madrasas o escuelas coránicas de la propia Arabia, Pakistán y Afganistán.
Junto a esa colisión entre nacionalismo e islamismo, estaba la de los mahometanos entre sí, principalmente la de los suníes y los chiíes. Los suníes, en Iraq, dispusieron siempre del poder político, antes aun de que Iraq fuera Estado, porque era la versión islámica sobre la que estaba construido el Imperio Otomano, que había conquistado ese espacio a los persas. Mientras que los chiíes, más numerosos, no alcanzaron el poder hasta ahora, cuando al establecerse la democracia tradujeron en votos su mayor peso demográfico.
Y si bien es cierto que Al Qaeda ha hecho del chiísmo iraquí el objeto principal de sus ataques, de sus matanzas, solapándose con las acciones de la guerrilla nacionalista, tan bien nutrida con los caudales de la que fue banca oficial de la dictadura, nunca había ocurrido lo que ha pasado ahora con la masacre contra la secta —tenida por algunos como satánica— de los kurdos yazidíes.
Sólo la historia, recordada ahora, de la lapidación en el mes de abril de una joven yazidí que quiso casarse con un musulmán, parece orientar la idea de que al ataque contra esta minoría religiosa no seguirán ataques terroristas de Al Qaeda contra otras minorías religiosas también existentes en Iraq. Es decir, cabe entender que la masacre ha sido la respuesta a un suceso puntual, el de la lapidación de la joven kurda, interpretado como ofensa a la comunidad de creyentes musulmanes.
En cualquier caso, lo que queda de manifiesto con esta enorme brutalidad terrorista en las cercanías de Mosul, sobre un mar subterráneo de petróleo, es que la descomposición explosiva de la unidad política de Iraq amenaza con nuevos e ingentes derramamientos de sangre, bastantes para alimentar el trágico caudal del tercer río de Mesopotamia.
jose@javaloyes.net

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