jueves, agosto 23, 2007

Jose Guimon, Castracion y libertad

Castración y libertad
23.08.2007 -
JOSÉ GUIMÓN

Nicolas Sarkozy ha reaccionado ante la comprensible indignación producida en la población por la recidiva casi inmediata de un pederasta excarcelado tras cumplir tres penas por ese motivo con el anuncio de que impondrá la castración para los pederastas recidivistas. Ha añadido que creará un centro especial para su tratamiento en aislamiento después de que purguen su pena. El anuncio del presidente francés plantea dudas sobre la eficacia de esas iniciativas para reducir tales delitos y sobre su impacto sobre los derechos humanos. La posible medida ha sido además criticada de inmediato por muchos importantes juristas franceses como posiblemente inconstitucional.El modo de presentar la propuesta ha sido considerado por comentaristas de todas las tendencias políticas como oportunista, en el sentido de intentar ganar popularidad con una medida que parecería más vengativa que correctiva: 'Contra la violación castración' fue el lema en los setenta de grupos feministas radicales. La palabra 'castración' evoca (y más desde Freud) la fantasía terrorífica de amputaciones genitales y con frecuencia, erróneamente, la del pene, no la de los testículos a la que se refiere en propiedad la palabra. Esa técnica quirúrgica se realizó rutinariamente (y de forma muy poco cruenta porque sólo se eliminaba un tejido 'seminal') hasta hace unos años como tratamiento del cáncer de próstata. Es un procedimiento que no produce los efectos deseados sobre los delincuentes sexuales porque las hormonas sexuales también se producen fuera de los testículos, como fue bien conocido en los eunucos a quienes la ausencia de testículos no impedía tener relaciones sexuales en los harenes con las mujeres cuya virtud se suponía que debían guardar.La técnica de la que Sarkozy habla no es quirúrgica sino farmacológica y consiste en la administración de sustancias químicas que bloquean determinados centros en el cerebro en los que se producen deseos sexuales irrefrenables. Se emplean en algunos países si el paciente las acepta, a cambio de una reducción de la pena o de la puesta en libertad bajo supervisión. De entre esas numerosas sustancias (SSRI, CPA, MPA), las más utilizadas son las 'agonistas de la hormona liberadora de luteína' (LHRH). Su eficacia es modesta y no están exentas de riesgos físicos para quien las recibe.El anuncio de Sarkozy no se puede considerar, por otra parte, como improvisado, porque se encuadra entre las acciones previstas por el Gobierno de endurecimiento de la legislación contra los delincuentes contumaces, entre los que se encuentran con frecuencia los agresores sexuales. La ministra de Sanidad, Roselyne Bachelot, venía estudiando ya la creación de centros cerrados para delincuentes con trastornos mentales cuya peligrosidad no hubiera remitido tras cumplir sus penas.En cualquier caso, la repetición de agresiones sexuales en los pacientes, a pesar de ser tratados de esta manera, aconseja ser cautos a la hora de pensar en técnicas de este tipo como prevención única de los abusos sexuales. Los especialistas están de acuerdo en que, en cualquier caso, debería añadirse una psicoterapia conductual o, en algunos supuestos, orientación psicoanalista. Lamentablemente tampoco la psicoterapia es una medida muy eficaz en estos casos. Hay que distinguir lo que puede considerarse como la desviación del objeto de deseo (por ejemplo en la pedofilia) de la impulsión infrenable al abuso sexual, que es lo que presentan la mayoría de los delincuentes sexuales de los que hablamos. Los abusadores sexuales tienen características impulsivas que los hacen parecerse a pacientes con otros tipos de patologías como los trastornos de personalidad asocial (los psicópatas) y algunas conductas agresivas y suicidas repetitivas de tipo impulsivo. Varias investigaciones muestran que frecuentemente el perfil psicopatológico de esos pacientes se superpone con los de los agresores sexuales. Las características diferenciales son una tendencia a ser condescendientes con los abusos sexuales, un interés obsesivo por la excitación sexual y el consumo abusivo de pornografía. En estos últimos casos los tratamientos son poco eficaces y hay que aislar al paciente de sus posibles víctimas.Se ha propuesto el encarcelamiento de por vida, el confinamiento de los que salen en libertad en lugares alejados de sus posibles víctimas con medidas electrónicas de control, la creación de listas de delincuentes que se hacen conocer a sus futuros vecinos, etcétera. Cualquier medida de este tipo plantea una dialéctica entre libertad individual y control social muy difícil de resolver. La aplicación de sistemas de detección de pederastas mediante medios policiales con pocos filtros corre el peligro de destruir la fama de numerosas personas acusadas injustamente, es decir, de detectar falsos positivos. Las tragedias humanas que se airean en los periódicos sobre personas injustamente acusadas llaman la atención sobre estos riesgos.Como ocurre siempre a la hora de evaluar el daño producido sobre las víctimas por el estrés de los traumas de cualquier género, hay también que hilar fino a la hora de separar el verdadero estrés postraumático (después de guerras, catástrofes naturales y también agresiones sexuales) de otras actitudes que van desde la simulación (aparentar síntomas para obtener indemnizaciones) a la sobresimulación (exagerar síntomas realmente existentes) y la neurosis de renta, que es una búsqueda inconsciente de beneficios no justificados por el daño experimentado. Esta distinción es importante a la hora de enjuiciar algunas situaciones como las enormes indemnizaciones que la Iglesia católica norteamericana ha tenido que pagar a víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes pederastas. No cabe duda de que la Iglesia no ha tenido la actitud adecuada al ocultar durante decenios esos abusos. Sin embargo,tampoco la hay de que, en este caso como en otros, ha habido muchas acusaciones oportunistas de víctimas dudosas.La decisión de permitir la salida de un hospital a un delincuente sexual paciente psiquiátrico puede tener consecuencias trágicas. Los pleitos originados por estos casos, por los perjuicios producidos sobre las víctimas (agresiones sexuales o físicas, homicidio...) son curiosamente poco frecuenctes en todo el mundo. Ello se explica en parte porque los psiquiatras observan escrupulosamente las regulaciones legales y también porque los jueces tienen la tendencia a ser conservadores a la hora de permitir la salida de esos pacientes.Resulta necesario subrayar el hecho de que, en relación con lo que precede, el concepto de peligrosidad no es clínico y tan sólo tiene una relación indirecta con el trastorno mental subyacente del agresor. De hecho, en la mentalidad del público y de los profesionales se producen errores de apreciación que epidemiológicamente se han denominado 'falsos positivos', es decir, la existencia de pacientes considerados peligrosos pero que nunca actúan de forma agresiva. A la inversa, los 'falsos negativos', los pacientes que de forma inesperada cometen una agresión o un suicidio, son relativamente escasos. Existen, en especial, dos grandes principios que pueden servir de guía a los clínicos para la predicción del riesgo. En primer lugar, ante todo, el hecho de que la existencia de antecedentes de abuso sexual y violencia en un paciente predice actitudes de ese tipo en el futuro, lo que suele condicionar una actitud más conservadora en estos casos; en segundo lugar, el hecho de que ingresar a un paciente puede, con frecuencia, evitar un daño. Sin embargo, los pacientes y sus familias tienen la tendencia a insistir (lo que resulta comprensible) en obtener la alternativa terapéutica menos restrictiva, lo cual aumenta la presión sobre los psiquiatras y los jueces para que se trate al enfermo mental en un contexto ambulatorio. Hay que saber que, sin duda, la elección de opciones terapéuticas menos restrictivas aumenta el riesgo de nuevas agresiones.Sin embargo, el celo excesivo a la hora de impedir un perjuicio causado a un tercero puede llevar a la utilización de ciertas medidas de protección (reclusión o hospitalización excesivamente prolongadas, notificación al vecindario de la presencia entre ellos de un abusador) que representan una pérdida de libertad para el paciente.Lamentablemente, el dilema es muy difícil de resolver y le corresponde a la sociedad (no a los psiquiatras) enfrentarse a su solución menos traumática.

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