domingo, agosto 12, 2007

Jose Antonio Zarzalejos, Regás y los periodicos

domingo 12 de agosto de 2007
Regás y los periódicos
POR JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
DE la mala situación de la profesión periodística -incrédula en su misión, en sus compromisos y responsabilidades- y de la dispersión del sector de la comunicación en general -de la que los editores son directamente responsables- habla a las claras la impunidad con la que Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional, se ha congratulado de que se vendan menos periódicos, jactándose, a mayor abundamiento, de no oír la radio ni ver la televisión. Para la eximia escritora -por cierto, articulista habitual en más de un diario de los que cobra por sus colaboraciones- los periódicos -ahora ha puntualizado que se refería a los de «extrema derecha» (?) en un intento de salvar los muebles- critican en demasía al Gobierno, aunque «afortunadamente se venden menos».
A este desahogo nadie ha respondido, a salvo de alguna queja sofocada por los calores de la canícula. Y me pregunto si la desatención a la mentecatez de la directora de la primera biblioteca pública de España se debe a su irrelevancia intelectual y literaria, o a que, siendo como es Rosa Regás un paradigma del progresismo ideológico, se da por bueno un exabrupto que no se le hubiese consentido a ningún otro intelectual o autor sospechoso de connivencia con el conservadurismo liberal.
Preferiría suponer que la quietud ante sus palabras se debe más a un acto de caridad hacia la provecta madurez de Regás, aconsejado también por las fechas estivales, que a la concesión de una patente de corso para el inveterado progresismo de la catalana. Sin embargo, no dejo de dar vueltas a la idea de que su afirmación justifica que el nuevo ministro de Cultura -escritor de periódicos, entre otros menesteres-, César Antonio Molina, se cuestione la procedencia de mantener en su equipo de colaboradores a una señora que, por muy progresista que se proclame, se comporta de una manera tan burdamente sectaria. Y si lo que le traiciona a la interesada es su alterado estado nervioso por la reinante «crispación» -hipótesis igualmente verosímil-, el motivo alternativo para despedirla sería igualmente sólido y procedente.
De cualquier forma, y responda la vomitona verbal de Regás a esta o a aquella causa, lo cierto es que un cargo público no puede seguir siéndolo después de congratularse -con equivocación en los datos, lo que a la improcedencia añade la ignorancia inexcusable- de que un sector económico, social y de gran incidencia cultural esté de capa caída. De la directora de la Biblioteca Nacional se esperaría todo lo contrario: el fomento de la lectura de libros y diarios como variable de medición del bienestar social de España. ¿Cómo puede cumplir con su misión institucional una señora que, estando al frente de la Biblioteca Nacional, dice no leer la prensa, ni oír la radio, ni ver la televisión? ¿Qué concepción de la libertad, de la democracia, del derecho a la crítica, del debate social, de la confrontación de ideas y discursos tiene una responsable pública que se jacta -aunque de forma errónea, tan habitual en ella- de la decadencia de los periódicos? ¿Sabe Rosa Regás la relación entre diarios libres y democracia auténtica?
La directora de la Biblioteca Nacional ha dado acabadas muestras de histerismo en los últimos meses. Eso sí, se trata de un histerismo «progresista»: defiende los más radicales logros sociales del Gobierno, apoya con pasión el régimen cubano de Fidel Castro, loa a tiempo y a destiempo a la fenecida República -que echa de menos casi llorosamente pese a haberse comprometido con la Constitución de 1978- y forma parte de ese tropel inevitable de «abajo firmantes» que da calor y color a las pautas de lo políticamente correcto.
Así que es fácil que a Regás le salga gratis su satisfacción publicada por la menor venta de periódicos. No sé qué pensarán los sindicatos de los trabajadores de los rotativos; tampoco lo que tengan en el caletre los editores; ignoro, asimismo, si las asociaciones y colegios de periodistas reaccionarán con coherencia después de las vacaciones, y me resulta un misterio de qué modo puede encajar la afirmación de la novelista en la comunidad literaria, buena parte de la cual tiene en los periódicos, no sólo un soporte para la expansión de su creación intelectual, sino una fuente de ingresos, en muchos casos sustanciosos.
En definitiva, España es tan diferente a cualquier otro país democrático que aquí es perfectamente posible que la directora de la Biblioteca Nacional celebre que la ciudadanía lea menos sin que ni el ministro del ramo -el de Cultura-, ni los representantes empresariales del sector -la AEDE-, ni de los periodistas -la Federación de las Asociaciones de la Prensa de España y los colegios profesionales, tal que el catalán, tan activo habitualmente- digan «esta boca es mía». Y si me apuran, bastante será con que no le rían la gracia a la guionista de «Abuela de verano» -horrenda serie televisiva-, por aquello de su acendrada entrega a la causa del progresismo.
Fernando Savater ha escrito un artículo -«Regreso al progreso»- en el que fulmina los apriorismos conceptuales que vinculan lo progresista a la izquierda y lo retardatario a la derecha. Ciertamente, existen dos fenómenos que son, por sí y en su efecto político y social, regresivos: los nacionalismos disgregadores étnicos y excluyentes -y la izquierda hace gobiernos con formaciones de esa catadura denominándolos «de progreso»-, y el clericalismo integrista, tantas veces jaleado por la derecha política y que otras tantas le ha condicionado en sus posibilidades democráticas.
A partir de ahí, el filósofo destruye la simetría falaz y maniquea que atribuye la bondad de lo progresista al discurso izquierdista y se lo niega a la derecha, siendo así que hay que estar a lo que una y otra hacen y dicen para determinar la naturaleza positiva o negativa de su acción y de su discurso.
Desde esta perspectiva, la afirmación de Rosa Regás es cavernícola e irresponsable, y combatirla y denunciarla es, precisamente, progresista. Siempre lo será celebrar una sociedad con periódicos críticos y responsables; siempre lo será que los ciudadanos dispongan de información y opinión plural; siempre lo será que los cargos públicos -y entre ellos la dirección de la Biblioteca Nacional-se sientan vigilados, seguidos y hasta escrutados desde una dialéctica periodística que -aunque dura- se abstenga del insulto, la denigración o la humillación pero sí se atenga a la crítica en términos contundentes. Si Rosa Regás no es capaz ni de entender ni de asumir que éste es el juego democrático -su esencia- debe dedicarse a otra cosa o, alternativamente, quien puede hacerlo ha de separarla de la gestión de responsabilidades para las que carece de la más mínima idoneidad.
El progresismo nominalista no es un escudo protector frente al despropósito, la estupidez o el exabrupto y, mucho menos, transforma una afirmación propia de un propalador totalitario y de una política sectaria en una proposición democrática y ecuánime.
Vuelvo al principio porque este asunto concierne al Gobierno y, específicamente, al ministro de Cultura; concierne también al propio sistema por lo que tiene de afrenta a la libertad de expresión y de crítica, pero concierne, sobre todo, a la profesión periodística y a los editores, que deberían ser capaces de ponerse de acuerdo en defender juntos, al menos, la función social, política y democrática de los medios de comunicación. Que son, legítimamente, un negocio mercantil, pero antes, un proyecto intelectual y social al servicio de la libertad. Una novelista trastabillada metida a directora de la Biblioteca Nacional -ni ella a más, ni el cargo a menos- no tiene derecho a poner en almoneda este acervo de legitimidad moral de la Prensa en democracia.
JOSE ANTONIO ZARZALEJOS
Director de ABC

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