miércoles, agosto 29, 2007

Javier Zarzalejos, La peligrosa amistad de Zapatero

La peligrosa amistad de Zapatero
29.08.2007 -
JAVIER ZARZALEJOS

Lo mejor que ha tenido Rodríguez Zapatero en esta legislatura han sido sus amigos. No me refiero a sus aliados parlamentarios oficiales como Izquierda Unida, Esquerra Republicana, el Bloque Nacionalista Gallego, mimbres todos ellos de las combinaciones de gobierno tejidas por los socialistas. Me refiero a quienes han demostrado ser sus amigos de verdad, ésos que a uno le acompañan en los momentos difíciles, le sacan de un apuro si llega el caso, comparten horas de confidencias, no piden nada, ni siquiera cuentas de aquello por lo que pagan. De esos amigos verdaderos que nada esperan a cambio, Rodríguez Zapatero ha tenido dos: uno, Josu Jon Imaz; otro, Artur Mas. Líderes ambos de los llamados nacionalismos moderados vasco y catalán, han sido acompañantes insustituibles del presidente del Gobierno en sus grandes y fallidas apuestas de la legislatura, por orden de aparición, la revisión estatutaria en Cataluña y el extravagante proceso de paz a cuenta del alto el fuego de ETA basado en la negociación política con la banda, vía Batasuna.Aunque la historia está ahí, ahora cuesta creer que fuera Artur Mas el que salvara 'in extremis' el proyecto de nuevo Estatuto catalán rescatando de esta forma a Rodríguez Zapatero del pantanal en el que se había metido. Recuérdese que no mucho antes, en la campaña electoral catalana, Rodríguez Zapatero se había venido arriba asegurando que aceptaría lo que viniera del Parlamento de Cataluña. Mas, que había empezado su gestión como líder de CiU teniéndose que defender de la acusación de corrupción al 3% lanzada por Pasqual Maragall, pareció apoderarse de la escena política catalana con su acuerdo con Rodríguez Zapatero después de encuentros no publicados entre ambos y de una larga sesión negociadora en La Moncloa, famosa ya por los muchos cigarrillos que los interlocutores quemaron en el empeño. Mas creyó entender que, en aquella tarde en La Moncola, su apoyo a Rodríguez Zapatero en semejante trance alumbraba la 'sociovergencia', de modo que CiU volvería al poder a costa del cambio de pareja de los socialistas en Cataluña. Con la perspectiva que da el tiempo, hoy puede decirse que Artur Mas ha demostrado ser un amigo de Zapatero particularmente sacrificado. Los compromisos que creyó contraídos por el presidente no se materializaron, algo que, por otra parte, no debía sorprender a Mas, pues si él estaba negociando en La Moncloa era precisamente porque el jefe del Gobierno había incumplido un compromiso anterior de decir amén a lo que le viniera de las instituciones catalanas. El caso es que Artur Mas se ha encontrado con que de 'sociovergencia', nada, sino vuelta al tripartito con ERC -contenida hasta después de las elecciones generales-, habiendo sostenido este partido el 'no' al nuevo Estatuto. Tampoco el ascenso fulgurante en el liderazgo de Mas que aquel acuerdo parecía impulsar ha sido tal. Bien al contrario, Mas está presidiendo la sistemática expulsión de todas las escasas parcelas de poder que retenía a manos de un tripartito implacable, su liderazgo nunca ha estado más puesto en duda en medio de tensiones en la coalición con Unió Democrática, que se han hecho evidentes. En tales circunstancias, hay que reconocer que lo que tuvo más mérito fue que el líder de Convergència acudiera al notario para dar fe de que no pactaría con el Partido Popular. Por otra parte, aún hoy, para salvar a Zapatero y de paso la cara, se sigue alimentando -también desde CiU- esa leyenda urbana que habla del 'montillazo', el supuesto golpe de mano del candidato socialista, José Montilla, para reproducir el tripartito en contra de los deseos de Rodríguez Zapatero y que a estas alturas de la trayectoria del presidente del Gobierno forma parte de los relatos inverosímiles tejidos en torno a él para acolchar sus responsabilidades.Nada habría que objetar a la alternancia en Cataluña y menos todavía si la alternancia traslada a la oposición a un nacionalismo con vocación de constituirse en régimen, incompatible con la pluralidad y victimista hasta el tedio. Lo que ocurre, sin embargo, es que el tripartito catalán no ha sido la alternativa a CiU, ha sido su heredero, y que Rodríguez Zapatero ha llevado a cabo esta operación promoviendo al nacionalismo guerracivilista, independentista de plano, desleal y radicalmente insolidario de ERC. Ni Mas, ni CiU -y tampoco Durán Lleida por más que lo intente- tienen cabida en el proyecto radical promovido por Rodríguez Zapatero allí donde las combinaciones parlamentarias lo permitían matemáticamente. De ahí el atractivo que el precedente catalán ejerce sobre los socialistas vascos y la manera en que éstos han venido fantaseando con la reproducción de un tripartito en Vitoria en el que la izquierda abertzale se pondría la barretina. Lo explicaba en tiempos mejores un destacado dirigente socialista vasco para quien un «escenario de pacificación» podía conducir a que «el PSE lidere coaliciones más transversales sin el PNV ni el PP».Desde esta perspectiva puede contemplarse el caso de Josu Jon Imaz y el paralelismo con Artur Mas que presenta su trayectoria en relación con Rodríguez Zapatero. Porque se trata de otro líder nacionalista que ha rendido al presidente del Gobierno servicios impagables pero que, de nuevo, tocado por la mano de aquél, afronta un futuro extremadamente problemático. Imaz ha resultado decisivo para que Rodríguez Zapatero pudiera desarrollar su estrategia -si es que la tenía- en la negociación con ETA. Imaz aportó a Zapatero credibilidad, escoltó a los socialistas en su negociación política con la banda a través de Batasuna y, ya roto el alto el fuego, ha contribuido en no pequeña medida a limpiar la escena para limitar el daño político al Gobierno. Su fluida relación con el presidente del Ejecutivo fue presentada como una garantía de que las cosas iban por el buen camino. A ello contribuían los elementos modernizadores que Imaz ha aportado al discurso soberanista del nacionalismo marcado por el pacto de Lizarra, y la voluntad del presidente del EBB de poner orden en la patológica relación de su partido con la izquierda abertzale y el terrorismo de ETA. En el caso de Imaz es cierto que el PNV no ha perdido poder. A diferencia de Cataluña, aquí el tripartito lo tiene Ibarretxe registrado a su nombre, Batasuna no parece camino de convertirse en la ERC vasca que desean los soñadores de coaliciones transversales y, además, la representación con que cuenta el PP limita la capacidad de movimiento de los socialistas. El problema para Imaz es que su partido retiene o incluso aumenta su poder -ahí está el caso de Álava- pero en dirección contraria al proyecto que parece defender para el nacionalismo el actual presidente del EBB. Hay mucho de paradójico en la comprobación de que Imaz -un indiscutible activo que Zapatero no ha dudado en utilizar- es una especie política demasiado vulnerable al cambio climático en la política vasca que ha provocado la política del presidente del Gobierno. No es casualidad que las dificultades de Imaz se hayan manifestado en toda su crudeza cuando la izquierda abertzale proetarra vuelve a las instituciones precedida por las invectivas de ETA contra el presidente del PNV en más de un comunicado. Le guste o no, el liderazgo de Imaz es producto de una situación en la que ETA-Batasuna había dejado de estar presente en las instituciones, de manera que ni el PNV sentía su amenazador aliento en la nuca, ni podia contar para los planes soberanistas de los jelkides más excitables.Siendo esto así, Josu Jon Imaz se encuentra ahora como víctima de la 'batasunización' de la política vasca -'jaiak eta borroka', ya se sabe- de la mano del retorno de ETA-Batasuna a las instituciones. Y la lógica interna de esta situación provocada por la recuperación de la presencia institucional de la izquierda abertzale resulta clara: si éste es el nuevo decorado, los actores que han de protagonizar la representación son los nostálgicos de Lizarra con la esperanza recuperada. En eso están.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Javier Zarzalejos....¿La peligrosa amistad de Aznar?