jueves, agosto 02, 2007

Javier del Valle, Siestas y suplencias

viernes 3 de agosto de 2007
Siestas y suplencias
Javier del Valle
N UESTRA condición de provisionalidad como seres humanos se acentúa en épocas veraniegas. Cuando llega la estación calurosa vivimos rodeados de universos provisionales en los que todo se posterga hasta el preludio otoñal. Pocos proyectos se consolidan en verano y todo el futuro se aplaza a la espera de momentos mejores, como si la vida fuera eterna y pudiésemos tomarnos todo el tiempo del mundo para mirar a las musarañas. Es saludable y recomendable el paréntesis y la época sabática, pero ese aplazamiento alargado artificialmente con la excusa del verano y del periodo vacacional me crea un cierto estado de ansiedad. Por decisión propia me tocará disfrutar de mis vacaciones al final del verano y en estos momentos tengo una sensación extraña al producir en un entorno que contagia una ociosidad exagerada Dentro de este ambiente se encuentra una figura que suele pagar las consecuencias de la desidia general. Se trata del suplente, ese personaje víctima del incómodo paro y que tiene que sobrevivir en esta época aprovechando la petición de mano de obra por parte de las empresas. Los hay en todas las profesiones, desde conserjes hasta enfermeras, desde camareros hasta carteros, desde vendedores de grandes almacenes hasta telefonistas. Incluso las grandes figuras de nuestros medios de comunicación se toman largas vacaciones para dar paso a esos locutores o redactores suplentes que soportan los cimientos de sus empresas impidiendo que emisoras, periódicos y programas de televisión desaparezcan como nuestro río Guadiana. Las quejas por el mal servicio aumentan y las culpas se las llevan esos maldecidos suplentes, que pagan su inexperiencia con errores o acumulación de trabajo, ya que los mandamases no se dan cuenta de que su productividad no se puede equiparar a la de los trabajadores con larga experiencia en su puesto. Muchas veces son maltratados por sus superiores, acusados de vagos por los compañeros y pagan los malos humos de clientes o usuarios que les echan la culpa del mal funcionamiento del servicio. Lo peor del caso es que muchas veces su esfuerzo se produce en vano. Su otoño huele a paro, a inactividad y a una sensación de esfuerzo inútil. El suplente se marcha dando paso al eterno fijo. Se consolidan los proyectos y se reanuda la fiebre de las prisas, mientras los olvidados recogen sus bártulos para iniciar un sesteo insomne en busca de tiempos mejores.

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