lunes, agosto 20, 2007

Jaime Peñafiel, Guerra religiosa en las Alpujarras

martes 21 de agosto de 2007
Guerra religiosa en las Alpujarras Jaime Peñafiel

Las Alpujarras es una bellísima zona de Granada situada, entre Sierra Nevada y el Mediterráneo. Se la considera como la Suiza andaluza. Sus pueblos, Trevélez, Ugíjar, Capileira, Pampaneira, Bubión, Pórtugos, Yegen, Orgiva, y Albuñol, salpican, de blanco, valles, laderas y quebradas.
La región, durante la dominación árabe, se declaró, dos veces independiente del emirato de Córdoba nombrando un rey propio.
Asimismo se hicieron fuertes, en ella, los árabes descontentos después de la toma de Granada, dando comienzo, a lo que se llamó, Guerra de las Alpujarras, en la que los moros lucharon contra Fernando V, Carlos I y Felipe II quien, por último, los venció en 1571.
Al principio del siglo pasado, el gran cacique de la Alpujarra, versión local de reyezuelo, se llamaba Natalio Rivas emparentado con los Peñafiel, mi familia, por vía de matrimonio. Todo el mundo le conocía tan solo por don Natalio. Como los italianos al padrone o al padrino. Como en su día lo era el Conde Romanones en Guadalajara o Romero Robledo en Antequera.
Don Natalio, no solo consiguió ser diputado del partido liberal por Orgiva, sino incluso llegó a ministro de la instrucción pública en 1919.
A su despacho, en Madrid, peregrinaban los paisanos en petición, de ayuda y de favores, que concedía, con generosidad, a cambio de votos. A mi padre que era pariente y que se estaba preparando para ingresar en la escuela de ingenieros, le mandó llamar un día: “¿Te has examinado ya? No, le respondió mi padre, me examino mañana. Cuando termines, ven a verme, le pidió. Así lo hizo. Solo entonces le comunicó: Tu padre ha muerto”.
Don Natalio era natural, como la familia de mi padre, de Albuñol, precioso pueblo de la Alpujarra baja, la que se derrama hacia el mar en dirección a La Rábita, pueblo que estos días se mantiene como en 1568, en píe de guerra. En esta ocasión contra el Arzobispo de Granada, para que les devuelva a su párroco Gabriel Castillo, trasladado, contra la voluntad de los feligreses a más de 100 kilómetros, a pesar de la gran labor pastoral que estaba haciendo.
La crueldad del prelado con el pueblo de Albuñol, ha sido tal que se ha negado enviar, a un sacerdote, para que casara a María José y Eduardo. Los novios tuvieron que bajar al mar, a La Rábita, para casarse.
Sorprende que la Iglesia, cada vez con menos clientela, solo un 30 % de católicos se confiesan practicantes, retire a un sacerdote que había logrado que todo un pueblo estuviera con él. Albuñol no entiende por qué, este columnista, católico practicante, tampoco.
Hasta el alcalde, posiblemente descendiente de aquel gran hijo de la Alpujarra, don Natalio, porque José Sánchez Rivas se llama, se ha puesto al frente de su gente para que les devuelvan a Gabriel.
Pero, el Arzobispo, ha dicho que nones. Su injustificable decisión es irrevocable.
¡Que manera de echar, no a los mercaderes, sino a los fieles del templo!

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