jueves, agosto 16, 2007

Ismael Medina, De emigraciones, intelectuales y politicas

jueves 16 de agosto de 2007
De emigraciones intelectuales y políticas
Ismael Medina
S OLÍA repetir un viejo amigo que es un imbécil quien a los cuarenta y cinco años no es conservador. Debo ser un imbécil pues el pasado 30 de julio cumplí 84 años y no me siento conservador. Acaso suceda que muy poco me resta por conservar, salvo la memoria de tan prolongada y azacaneada existencia. Sí tengo para preservar, y es lo que verdaderamente importa, el cariño de los míos y el de los escasos amigos del alma todavía vivos. Y muy poco en lo material. Cuando llegue la hora me iré ligero de equipaje testamentario Y persuadido de que viviré mientras alguien me recuerde. Uno de los amables lectores que comentan mis artículos recordaba los que, allá por los cuarenta, escribí en el semanario "Juventud". Y decía, tras redescubrirme en Firmas Invitadas, que me encontraba tan joven y valiente como entonces. Una lisonja que me satisfizo por cuanto venía a confirmar que sigo sin ser conservador. O que, a tenor de la conseja de aquel viejo amigo, soy un imbécil empedernido. No oculto que, al menos en términos políticos, me gusta serlo. O mejor dicho, no haber caído en el vacío del escepticismo, una proclividad bastante común entre los senectos que han visto desarbolados los ideales y las ilusiones por los que lucharon y han presenciado, sin despreciativo desdén, como medraron y cambiaron de chaqueta, al hilo del acontecer, no pocos de los que defendieron lo mismo con más ímpetu retórico y mayor beneficio. También éstos se van muriendo, algunos de ellos con oropeles funerarios por el acierto que tuvieron en trasmutarse. Yo rezo por sus almas y archivo lo que sé de ellos en el hondón de la memoria, resuelto a tener cerrado ese anaquel, salvo que circunstancias especiales y un obligado servicio a la verdad me exijan romper el caritativo sello del sigilo. Barrunto que morirá conmigo la cara oculta de no pocas biografías. Lo dejo para el hormiguero historiográfico cuando, pasado el tiempo de los bien pagados silencios y manipulaciones partidistas, recobren vigencia documentos que duermen en fondos familiares, en los amarillentos anaqueles de las hemerotecas o en bien celados depósitos de instituciones que han sabido resistir a las incursiones de los barrenderos de pasados. LAS INTERIORIDADES DEL RÉGIMEN DE FRANCO EL Archivo Histórico de la Universidad de Navarra atesora un fondo documental valiosísimo sobre el acontecer español durante el siglo XX. Merced a una labor callada y persistente, este centro ha logrado hacerse con los archivos de multitud de personajes que asumieron responsabilidades en muy diversos ámbitos de la vida nacional o fueron observadores atentos de lo que sucedía. Un labor callada e ingente de persuasión que en gran medida pilotó el sacerdote e historiador Gonzalo Redondo, desgraciadamente fallecido va para dos años. Producto de ese acopio nos ha dejado "Política, cultura y sociedad en la España de Franco. 1939-1975" (Ediciones Universidad de Navarra S.A., 1999) que considero imprescindible para conocer no sólo las causas de los procesos institucionales del Estado Nacional. También la trastienda de negociaciones soterradas como las referidas, por ejemplo, a los contradictorios empeños monárquicos en el entorno de don Juan de Borbón y Battenberg, a los que no fueron ajenos los embajadores de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Don Gonzalo, con quien conversé más de una vez en Pamplona y a quien confié una parte sustancial de mis archivos (su espiritualidad me fue tan valiosa o más que su pedagogía histórica) disponía de los archivos privados de personas más o menos relevantes que en el entorno de Franco y fuera de él tuvieron activa participación en el sesgo de los acontecimientos o en el intento de modificarlos. La complejidad de la política de Estado de Franco y su pragmatismo encuentran en el trabajo historiográfico de Gonzalo Redondo una satisfactoria explicación que a unos complacerá y a otros no. Pero muy válida y esclarecedora a mi parecer. Dejó al morir dos voluminosos tomos ya publicados y un tercero a medias. Completar esa obra ingente es un reto nada fácil para la Universidad de Navarra. que espero encuentre un continuador adecuado. Si la exhaustiva biografía de Luís Suárez sobre Franco (Ed. Fundación Nacional Francisco Franco) nos muestra desde dentro su dimensión de estadista a partir de los documentos que acumuló, la obra monumental de Gonzalo Redondo la describe desde fuera, a partir de quienes colaboraron con el régimen, evidenciaron reticencias o fueron contrarios. ARRIMARSE AL PODER ES ÚTIL MIENTRAS NO PELIGRA HILA la anterior referencia al trabajo historiográfico de don Gonzalo Redondo con lo escrito por Antonio Castro Villacañas en varias de las Apuntaciones y mi propia experiencia. He asistido desde la infancia a multitud de emigraciones intelectuales y políticas. Unas respetables y otras no. Depende en gran medida de las causas que las motivaron. Y es el conocimiento de éstas lo que importa a la hora de juzgar a unos u otros personajes trashumantes. Conocí durante el periodo republicano, la guerra, la posguerra y el posfranquismo a personas relevantes o del montón que cambiaron el paso, fuera por miedo, por reacción, por necesidad, por convicción, por ambición, por frustración, por resentimiento o por conveniencia. Las primeras son comprensibles, sobre todo cuando se han vivido o conocido de cerca las circunstancias en que se produjeron. Y respetables las derivadas de un serio proceso intelectual de sosegada decantación de conocimientos y experiencias, cuya exteriorización no se traduce en justificarlas mediante hipócritas arremetidas contra aquello en lo que inicialmente creyeron y confiaron. Las otras, las del último grupo, no merecen comprensión ni respeto. Aunque referidas a Jesús Polanco y a Gabriel Cisneros, las Apuntaciones de Antonio Castro Villacañas la pasada semana tienen más hondura que el mero perfil biográfico de ambos personajes. Nos sitúan ante la personalización inmediata de fenómenos generalizados de adaptación a los cambios que se multiplican en la historia de los pueblos. Se ha escrito con reiteración que los intelectuales, como las ratas, son los primeros en abandonar el barco cuyo naufragio presienten. La atribución conceptual de intelectuales abarca límites muy difusos en su uso común. Es como otorgar la condición de filósofos o de teólogos a profesores en una u otra materia que viven de conocimientos ajenos, amparados por una titulación universitaria o la ocupación de una cátedra por vía burocrática y menguados méritos. No les es ajena la tentación a intervenir en el fragor de la lucha política, la mayoría como actores partidarios. Se arriman al poder para chupar del bote y lo abandonan cuando huelen el cambio. Un joven universitario italiano analizó hace un par de década el comportamiento de los intelectuales italianos durante el fascismo como tema de su tesis doctoral. Se valió de una serie de entrevistas con personajes cualificados de muy diversas tendencias, como por ejemplo el filósofa dal Noce y el acreditado periodista de izquierdas Giorgio Bocca (he rebuscado infructuosamente el libro, regalo de Ventila Horia, en mi revuelta biblioteca, motivo por el cual no aporto el nombre del autor ni lo referente a su edición). Convenían los más cualificados en que más del noventa por ciento de los intelectuales se unieron al régimen de Mussolini y lo abandonaron con la misma soltura cuando cambió el signo de la guerra mundial y se barruntaba la derrota del régimen fascista. Nada de insólito encierra descubrir pasados fascistas en bastantes de los que adquirieron notoriedad en la democracia a derecha e izquierda. Y dentro de ésta incluso en el partido comunista. Sucedería otro tanto en la URSS y en sus Estados satélites. También en Alemania, de la que huyeron apresuradamente los más notorios intelectuales juedogermanos tras la llegada electoral de Hitler al poder, pero poco o nada hicieron en sus países de acogida, por lo general Gran Bretaña y USA, para que sus gobiernos aceptaran la oferta del III Reich de expatriar a la entera comunidad hebrea por cuya trágica suerte posterior tanto plañirían. GRAN BRETAÑA Y EL DINERO EN TORNO AL CONDE DE BARCELONA TAMBIÉN en materia de trasmigraciones intelectuales y políticas dieron mucho de sí nuestra guerra 1936-39 y los cuarenta años del régimen de Franco. Gran Bretaña que, junto a USA, tanto ayudó a Franco para que ganara la contienda y evitara que España cayera en manos de la Unión Soviética (también para fortalecer la neutralidad frente a la presión del III Reich), postulaba la inmediata instauración de la Monarquía en la persona de don Juan de Borbón y Battenberg, quien fiel a tales instancias se presentó en zona nacional con tal propósito enfundado en un mono azul y con boina roja. No le faltó ese respaldo hasta que se hizo irreversible parejo desenlace en la persona de su hijo. Ni a éste a la hora de hacer caso omiso de sus juramentos. Es uno de los contenidos sugestivos del estudio histórico de Gonzalo Redondo. No resisto en este punto a la tentación de reproducir la configuración nominal del Consejo Privado del Conde Barcelona, tomada del prólogo del profesor Velarde Fuertes al libro "Poder de la banca en España", de Juan Muñoz (Ed. Zero 1969), tras copiar este ilustrativo párrafo :"Finalmente he de destacar que la gran Banca española ha comprendido, desde hace mucho tiempo -se remonta la cosa al siglo XIX-, las ventajas de sus relaciones con la política. La cuestión continua. Un ejemplo nos lo proporciona una institución que acaba de disolverse, por lo que se puede ya opinar serenamente sobre ella: el Consejo Privado del Conde de Barcelona". Y es cierto que la cosa continua hasta hoy mismo. ¿O acaso pueden ocultarse el servicio que Felipe González hizo a la gran banca en dificultades, amén de a sus amigos, con la expropiación de Rumasa? ¿Y no son igualmente explícitos los favores mutuos entre el gobierno Rodríguez y los actuales grandes poseedores del dinero? Esta es la relación de los integrantes de aquel Consejo del Reino que tras su disolución siguieron prestando su apoyo al elegido por Franco para sucederle, salvo algún caso de emocional y resentida tozudez: José María Pemán y Pemartín, José Yanguas y Messía, Eduardo Gil de Santibáñez y Baselga, Ramón de Abadal Vinyals, Duque de Alba, Marqués de Albayda, Hermenegildo Altozano Moraleda, Conde de los Andes, Luís María Ansón Oliart, Fernando Aramburu y Olarán, José María Arana Aizpúrua,, José María Arauz de Robles Extremera, Luís Arellano Dihinx, Alfonso Bardají Buitrago, José Antonio Bravo Díaz-Cañedo, Rafael Calvo Serer, Joaquín Calvo Sotelo, Juan Colomina Barbedrá, Juan José Díaz de Aguilar Elizaga, Juan Manuel Fanjul Sedeño, José Ramón Fernández Bugallal y Barrón, Gonzalo Fernández de la Mora y Mon, Conde de la Florida, Antonio Fontán Pérez, Conde de los Gaitanes, Pedro J. de Galíndez Vallejo, Conde de Gamazo, Pedro Gomero del Castillo, Alfonso García Valdecasas, Francisco de Gomis Casas, Juan Jesús González García, Ramón Guardans Vallés, Manuel Halcón y Villalón Daoiz, Duque del Infantado, Marqués de Biseca de la Sierra, Aujgusto Krahe Herrero, José Antonio Linati Bosch, Juan José López Ibor, Marqués de Luca de Tena, Guillermo Luca de Tena y Brunet, Francisco de Luís y Díaz-Monasterio, Juan Antonio Maragall Noble, Jesús Marañón Ruiz-Zorrilla, Pablo Martínez Almeida Nacarino, Duque de Maura, Conde de Melgar del Rey, Tito L. Menéndez Rubio, José Antonio Millán Puelles, Conde de Montarco, Conde de Montseny, Conde de Motrico, Francisco Morales Padrón, Ignacio Muñoz Rojas, José Muñoz Seca, Santiago Nadal Gaya, Jesús Obregón Ciurana, Carlos Ollero Gómez, Alfonso de Orleáns y Borbón, Miguel Ortega Spottorno, Jesús Pabón Suárez de Urbnina, Julio Palacios Martínez, Patricio Peñalver Simó, Fernando Pereda Aparicio, Florentino Pérez Embid, Miguel Quijano de la Colina, Primitivo de la Quintana López, José María Ramón de San Pedro, Martín de Riquer Morera, Eugenio Rodríguez Pascual, Luís Rosales Camacho, José María Ruiz Gallaradón, Pedro Sainz Rodríguez, Bernanrdo Salazar García Villamil, Luís Sánchez Agesta, Francisco Sánchez Ventura, Juan Antonio Sangroniz y Castro, Jesús Silva Porto, Santiago Torrent Dostre, Marqués de Valdeiglesias y de las Marismas. Luís Valls y Taberner, José Luís Vázquez Dodero, Eugenio Vegas Latapié, Javier Fidal Sario, Ignacio Villalonga y Jaúdenes, Barón de Viver, Luís Ybartra e Ybarra, Fermín Zelada de Andrés Moreno, Juan Antonio Zulueta Cebrián. Sonarán poco muchos de esos nombres a quienes no vivieron aquella época, si bien algunos de ellos o sus herederos participaron en el transaccionismo democratizador, a despecho de su colaboración más o menos estrecha con el régimen de Franco. Pero está más claro el poder que acumulaban a tenor de este comentario del mismo prólogo del profesor Velarde: "El Consejo Privado del Conde de Barcelona está constituido por 91 miembros. Como se comprueba en la relación que se ha efectuado, se conectan 81 de ellos, evidentemente, con lo más pimpante del latifundismo y del grancapitalismo español y a su vez, se ligan a los grupos de los siete grandes (Bancos Español de Crédito, Hispano Americano, Bilbao, Vizcaya, Central, Urquijo y Popular Español) nada menos que 39 de los mismos. Con puestos no ya en los grupos, sino en los propios Consejos de estos 7 bancos, existen 13 Consejeros. Pasando a porcentajes, el grupo grancapitalista-latifundista supone el 67% de los miembros del citado Consejo Privado; el de los siete grandes bancos se vincula con el 43% de los miembros de tal Consejo, y finalmente, tienen puestos en los Consejo de Administración de los siete grandes, el 14% -porcentaje ciertamente muy alto- de los miembros del mencionado Consejo Privado, que sube al 32% si se suman los latifundistas y la representación del Banco Exterior de España". Entre los reseñados aparecen intelectuales ayunos de vinculaciones financieras, aunque algunos las tuvieran de índole religiosa. Más de uno se apartaría del Conde de Barcelona cuando éste se dio a conspirar descaradamente con quienes, a izquierda y derecha, postulaban desde la llamada Junta Democrática la ruptura frente a la reforma e incluso el orillamiento del entonces Príncipe de España, designado por Franco para sucederle. El más significado fue el de Gonzalo Fernández de la Mora, autor de lúcidos ensayos políticos, quien en adelante colaboraría sin reticencias con el régimen cuando otros que habían medrado en su seno abandonaban el barco en tropel. LA FRUSTRACIÓN Y EL MIEDO IMPULSAN LAS HUIDAS HAN pasado 38 años desde que el profesor escribiera el prólogo citado. Muchos de aquellos personajes descansan ya bajo tierra y los que restan pasaron al retiro, aunque algunos de ellos se esfuerzan por hacerse ver y recabar elogios por su participación en la mudanza institucional. También han cambiado la estructura del poder financiero a causa de las fusiones, de los nuevos grandes ricos nacidos a caballo de una desaforada especulación, de voluminosas prácticas corruptas al alimón con una nueva clase política agiotista, de los gestores con sueldos astronómicos y sustanciosas regalías, y de la globalización. Pero permanecen más o menos soterradas las interdependencias de antaño y no pocos lazos familiares. Los veraneos reales en Palma de Mallorca y los recreos invernales en Vaquería y Veret van acompañados de una corona de ricos de abolengo o de enriquecidos al calor del poder político, cuyo conjunto no desmerece del Consejo Privado del Conde de Barcelona. También dejarían colgado al actual monarca, como hicieron con su padre y su abuelo, si atisbaran su acabamiento. Vale para toda España los que años atrás, con un gobierno asturiano del PSOE, me decía decepcionado un viejo luchador socialista de la revolución del 34 y de la guerra: "Ahora mandan aquí los hijos de los que mandaron siempre". Otro gran personaje de la emigración política fue José María Gil Robles, uno de los principales muñidores políticos del alzamiento militar y cívico de julio de 1936 para impedir que el Frente Popular, aniquilador de la legalidad republicana, convirtiera a España en un Estado satélite de la URSS. Aspiraba a erigirse en cabeza política de un nuevo Estado de corte fascista. Con independencia de la parafernalia exhibida bajo su dirección por las Juventudes de Acción Popular, resulta asaz explícito en este sentido su prólogo al libro "Corporativismo en España", de Ruiz Alonso, el único diputado obrerista de la CEDA y cabecilla de las tristemente célebres Escuadras Negras granadinas que tuvieron una resolutiva participación en el secuestro de Federico García Lorca, refugiado en casa de los falangistas Rosales, y en su asesinato. Gil Robles se pasó al bando del Conde de Barcelona al ver truncadas sus aspiraciones y se convirtió en uno de los conspiradores "democráticos" contra el régimen de Franco. Casos nada dispares y poco edificantes fueron otros muchos que como el de Sainz Rodríguez, Dionisio Ridruejo o Joaquín Ruiz Jiménez, pongo por caso, menudearon en el curso de aquella cuarentena franquista y tuvieron reflejo en las nuevas generaciones incorporadas al franquismo. La antología se haría interminable. Pero no me resisto a referir una parte del fenómeno trasformista que viví de cerca en el mundo del periodismo. Al cumplirse el 25 aniversario de la fundación de "Arriba", se nos encargó a Enrique de Aguinaga, a Pedro de Lorenzo y a mí la preparación de un número extraordinario conmemorativo que contuviera una relación completa de quienes en ese tiempo habían publicado en sus páginas. Puede encontrarlo en las hemerotecas, si la inquisición del totalitarismo partitocrático no lo ha hecho desaparecer, quien no resista a la tentación de conocerlo. Aparecen en la relación casi todos los intelectuales y escritores de relieve, incluso algunos que procedían de la izquierda de anteguerra. En el mapa de la prensa española de aquel periodo "Arriba" se mostró el más acogedor y liberal. Igual que lo fueron las publicaciones promovidas por Juan Aparicio, como "El Español" o "La Estafeta Literaria". O el semanario "Juventud" respecto de las nuevas generaciones. Pero a lo que iba. Un cotejo con "ABC" pone de manifiesto la huida hacia "ABC" de no pocos de aquellos de aquellos articulistas, incluido algún que otro notorio falangista. Tales desplazamientos se registraron en coincidencia con el final de la guerra mundial y el aislamiento internacional. Circunstancias que hicieron presumir a muchos la caída del régimen y les incitaron a mudarse al periódico monárquico de la calle de Serrano. Más tarde sucedería algo parecido, no sólo hacia "ABC" , cuando la enfermedad de Franco anunciaba su final. Un recorrido por las páginas de los periódicos y otos medios más o menos "progresistas", nos muestra una llamativa abundancia de columnistas salidos de las redacciones de "Arriba" y de "Pueblo". No son pocos, asimismo, los colaboradores que tuvieron acogida en instituciones como, por ejemplo, el Instituto de Estudios Políticos o publicaron sus libros en la Editora Nacional. En el franquismo medraron muchos de los que ahora lo denigran. EL AMOR A LA VERDAD Y EL AMOR A ESPAÑA NOS HACEN LIBRES SE nos tacha de inmovilistas y retrógrados a quienes hemos permanecido fieles al pensamiento joseantoniano que abrazamos tempranamente como ideal revolucionario y mantuvimos durante el régimen de Franco con sinsabores que no exhibimos. Pero también hemos enriquecido nuestro pensamiento con espíritu crítico y selectivo en el intento de avizorar soluciones viables a los problemas de nuestro tiempo. Invito a comprobarlo en la lectura de "Homenaje a José Antónimo en su centenario" (Ed. Plataforma 2003). Se trata de un conjunto de más de medio centenar de ensayos de otros tantos autores de muy diversas profesiones, procedencias y actuales emplazamientos que analizan con objetividad y sentido crítico múltiples facetas del pensamiento y la ejecutoria de José Antonio Primo de Rivera, al tiempo que indagan posibles proyecciones de futuro. Un esfuerzo intelectual sin trabas ni apriorismos que no suele darse en otros ámbitos. Al no estar sujetos a disciplina alguna de partido, podemos juzgar con total independencia desde el conocimiento y lo vivido. No hemos necesitado emigrar ni hacer oposiciones a estatuas de sal quienes ni antes ni ahora vendimos nuestra libertad al mejor postor. Hemos cometido errores y hemos procurado rectificar. Nuestra buena fe ha sido utilizada en ocasiones. Pero siempre nos permitió sobreponernos el amor a la verdad y que nos duela España.

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