jueves, agosto 16, 2007

Ignacio San Miguel, ¿Puede España marcar el rumbo de Euripa?

jueves 16 de agosto de 2007
¿Puede España marcar el rumbo de Europa?
Ignacio San Miguel
H AY gente que todavía no se ha dado cuenta de que España supone una anomalía, una patología, un tumor en Europa. Es más, piensan, empezando por el presidente del Gobierno, que estamos en la cresta de la ola. Deben de juzgar que, así como los últimos de la clase marcan el nivel general de la educación en los colegios (por lo menos en España), la última de las naciones de Europa en el orden sociopolítico y cultural, está marcando la pauta por la que debe conducirse el resto de las naciones. Es como si razonasen: “Puesto que los europeos vamos a la decadencia, coloquémonos al frente de la manifestación.” No parece que hayan caído en la cuenta de que todo en este mundo tiene un límite. Y que, como en otras ocasiones, España está cayendo en el desatino. Ya el simple hecho de ser un país en trance de descomposición (con una Cataluña que prácticamente es un estado, y con el resto de autonomías esperando su turno), nos invalida para ser un ejemplo de nada para nadie. ¿Es que alguien puede pensar seriamente que el Reino Unido, Francia, Italia y cualesquiera otras naciones europeas contemplen a España como un posible modelo a seguir en cualquier orden que se considere? Porque su nulidad en el campo político interno apunta de manera indubitable a otras nulidades, como no podía ser de otra forma. Por ejemplo, nuestra absurda política internacional, enajenándonos la amistad de un aliado como Estados Unidos y estrechando lazos con Venezuela, Bolivia, Cuba, Argentina, enemigos más o menos declarados de aquella nación. Pero refirámonos al aspecto social. Reflexionemos sobre esta legislación que personas sin formación adecuada nos han impuesto sobre “matrimonios” de homosexuales, divorcio exprés, manipulación de embriones, etc. Aunque parezca una burla, el hecho de que España se haya precipitado a tomar estas medidas legislativas es la mejor recomendación para que las naciones serias no la imiten. Y creo probable que esto sea lo que ocurra. ¿Cuántos países en Europa admiten estos mal llamados matrimonios? Sólo tres: Holanda, Bélgica y España. Dos países pequeños de escasa relevancia, y otro que la tuvo antaño, pero hoy en día se encuentra en proceso de descomposición. ¿Y estos países tan modestos van a influir de tal forma en Europa que acaben constituyéndose en el modelo a seguir en cuestiones de esta importancia? Es difícil creerlo. No es imposible, pero darlo por bueno resulta muy aventurado. En cuanto al divorcio exprés, no existe en el mundo ninguna nación con una ley semejante. Ni siquiera Bélgica y Holanda la tienen. La decadencia de Occidente es un hecho que no merece discusión. Lo que sí resulta muy dudoso es que tenga que seguir dócilmente el curso trazado por esas tres naciones. Si vemos a un hombre beber copiosamente vino, no tenemos que suponer necesariamente que vaya a acabar plenamente borracho. Bien puede ocurrir que en un momento dado, lo deje. De la misma manera, bien puede suceder que Europa haya tocado suelo. El camino que puedan seguir tres naciones sin relieve no es determinante para el conjunto. España está bien para las fiestas, las playas, las diversiones, las vacaciones. Es el paraíso de las prostitutas. Pero también de los invertidos. Barcelona y Sitges son La Meca y la Jerusalén de estas gentes, que afluyen de toda Europa. Organizan orgías de gran éxito. En Sitges se llega a practicar la sodomía al aire libre. Y España no sólo ofrece esas facilidades para el placer. La industria del aborto tiene en España, y sobre todo en Barcelona de nuevo, uno de sus puntos más activos. El motivo es que se ofrecen abortos hasta a los ocho meses de gestación, y de toda Europa llegan mujeres de países donde no está permitido el aborto en período tan avanzado del embarazo. De forma que Cataluña es visitada por muchos europeos y por diversos motivos. Es posible que algunos catalanes basen en esa circunstancia la idea que tienen de que son los más europeos de los españoles. Somos, pues, el basurero de Europa. Debemos asumir esta condición y no pretender dar lecciones a nadie. Porque se ve a gente que todavía saca pecho y se dedica a hablar de que los ingleses son así, los franceses asá, y los americanos no digamos. No son más que simplezas de personas que no se han dado cuenta todavía de cuál es su condición. Tienen como referentes antiguas grandezas, ha tiempo fenecidas, que no van a venir en nuestra ayuda. Pero, sobre todo, somos una anomalía. ¿Acaso no lo demostramos claramente cuando a esta alturas de la Historia, no nos ponemos de acuerdo sobre si somos una nación, una nación de naciones, un Estado federal, una federación de Estados, una confederación o quién sabe qué? No existe ningún otro país en esa situación. Uno de los prohombres de la progresía manifiesta que la Reconquista fue algo “insidioso”. Otro progre te suelta que los Reyes Católicos fueron unos tiranos que impusieron la unidad de España por la fuerza. Otro, que la conquista de América fue puro saqueo. Y así sucesivamente… Y hay muchos que manejan estas antiguallas como artículos de fe, el primero el presidente. No recuerdo bien si fue Unamuno quien en los prolegómenos de la guerra civil, o bien en los inicios, y refiriéndose a la situación revolucionaria del Frente Popular, la comparó con la Revolución Francesa y dijo: “Allí, por lo menos, había ideas. Aquí no hay más que estupidez, estupidez, estupidez…” Aquella situación y la actual son muy distintas, pero ¿el diagnóstico también ha de ser distinto? La misma forma precipitada, extraña, en que se han desarrollado los acontecimientos, supone una anomalía. Porque en Bélgica y Holanda el proceso de decadencia ha sido paulatino. No mediante la aparición sorpresiva en el escenario político de un personaje alucinado que, cual elefante en cacharrería, se ha lanzado a desbarajustarlo todo, llevado de un compulsivo voluntarismo impropio de persona equilibrada. Y también resulta singular el conformismo ovejuno de la mayor parte de la población. Y las anomalías provocan más el rechazo que la adhesión. Las rutas de Europa y las de España han acabado por no relacionarse, salvo nuestra función de vertedero. Y desde esta poco privilegiada posición no podemos aspirar a ejercer influencia alguna en esas sociedades, que seguirán su curso, bueno o malo, pero indiferente a España.

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