miércoles, agosto 15, 2007

Ignacio Camacho, Pidaselo, presidente

miercoles 15 de agosto de 2007
Pídaselo, presidente

POR IGNACIO CAMACHO
HAGA el favor, hombre. Pídaselo ya. Que dice que si no, no se va, hasta que usted se lo pida: no le basta con que se lo reclamen el PP, IU, CiU y hasta ERC, menuda coalición rara, que es como el antipacto del Tinell, pero en contra suya; no le basta con el clamor de los ciudadanos catalanes, con el desamor de sus aliados, con el recelo de sus propios compañeros. Tiene que ser usted, presidente, que para eso fue el que la nombró. Pues hágalo, por el amor de Dios, por la memoria de Pablo Iglesias, por lo que usted quiera, pero hágalo. Hágase usted un favor a sí mismo, tan volcado como está en ganar las elecciones. Dígale a Magdalena Álvarez que se vaya. O mejor, ordéneselo, no le vaya a pasar a usted como a Chaves, que le pidió que fuese de candidata a Málaga y le dijo que nones, se le negó en redondo. Destitúyala. Relévela. Dimítala. Déle el cese, el finiquito, lo que sea. Cuanto antes mejor. Para todos, y también para usted, de veras.
Porque, mire, es que al que más va a perjudicar si se queda es a usted. A esa imagen que le gusta dar de buen talante, de sensibilidad con la gente. Se la está triturando con su arrogancia, con ese aire soberbio tan suyo de no admitir un error y con esa habilidad que tiene para armar líos o agravar los que ya están armados. En cada rescoldo sabe cómo provocar un incendio. No hay bronca que no le guste, ni jaleo que le desagrade. Gestionar lo hace regular, tirando a mal -¿cuántos kilómetros de AVE ha ejecutado, cuántos de autovía, cuántos de red secundaria?-, pero alborotar, provocar y desafiar se le da como a nadie. Y en Cataluña, presidente, le está haciendo quedar a usted como Cagancho en Almagro. Y no es la primera vez, ni será la última si sigue en el Gobierno.
Por mucho menos, señor Zapatero, se cargó usted a Carmen Calvo. Es curioso, por cierto, el par de goles que le metió a usted Chaves, mandándole a Madrid a las dos consejeras que más dolores de cabeza le daban. Se las envolvió con celofán, perro viejo, y usted mordió el anzuelo envenenado con ardor de novato. Pero ahora que las conoce, ya no tiene excusa. Antes de que le cueste más votos, antes de que le arruine por completo la máscara de receptividad y de diálogo, sáquesela de encima, hombre, tómele la palabra. Siquiera para quitarle a la oposición ese chollo, ese pim-pam-pum, esa bicoca. Ya no le vale ni para evitarle a usted los palos, porque ayer le echó encima su propio lastre, al proclamar que seguirá hasta que usted lo decida. Vaya, que puso la pelota en su tejado.
Por eso, si quiere que le creamos lo del buen rollito y el talante, cámbiela ahora que aún está a tiempo. Se lo agradecerán sus socios, que andan hirsutos, y esos catalanes que aún le siguen sacando en las encuestas como el político más valorado. Y el resto de los españoles, que ahora ya saben lo que los andaluces sabíamos cuando usted aún lo ignoraba. Échela, aunque sólo sea para fastidiar a quienes pensamos que es la ministra que mejor encarna el verdadero rostro de su Gobierno: incompetente, provocador y altanero. Mándela a cualquier sitio, que el poder es grande. Menos a una misión de paz, si quiere seguir aspirando al Nobel.

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