jueves, agosto 09, 2007

Ignacio Camacho, Monovolumen

jueves 9 de agosto de 2007
Monovolumen

POR IGNACIO CAMACHO
MALO es un hombre que no lee ningún libro, pero peor es el que lee uno solo. La vieja sentencia de fray Tomás el Aquinate -«cave ab homine unius libri», cuidado con el hombre de un solo libro- suele relacionarse con una advertencia sobre los fanáticos, pero en la modernidad iletrada conviene tenerla en cuenta también respecto a las novelerías de las modas y las tendencias de la banalidad cultural. El hombre que no lee sabe que es simple y que su alcance intelectual resulta limitado; pero el que lee un poco tiende a creer que en esa poquedad reside la sabiduría del universo. El adanismo no es, en el fondo, más que el fruto de la convicción de que el mundo empieza y acaba en lo que nosotros sabemos, la soberbia envanecida de pensar que la vida, o la historia, o la cultura caben en la estrechez de nuestra limitada biografía. Es una enfermedad que se cura leyendo mucho, pero se agrava con lecturas reducidas y unidimensionales.
El presidente Zapatero se ha llevado, según declaración propia, un libro a sus vacaciones de Doñana. Uno solo. Teniendo en cuenta que va a estar tres semanas, cabe colegir que dedicará mucho tiempo a la observación de la naturaleza. Los amaneceres de la marisma son seductores en su belleza espontánea y desnuda, y sus crepúsculos rojizos envuelven el secreto de la vida entre las alas de las aves que allí tienen su hábitat; hay lugareños que descifran la predicción del tiempo por el vuelo de las anátidas. Pero es de temer que a los políticos les estimule más el augurio de las encuestas, y que ZP se entretenga leyendo sondeos a falta de mejor literatura en su equipaje. Con un solo volumen en su maleta, conviene ponerse en lo peor: en la soledad del Coto, este hombre le va a dar demasiadas vueltas a su deshabitada filosofía de advenedizo.
Hubo un tiempo en que Aznar recitaba ante la prensa, con arrogancia impostada, la lista de títulos que se llevaba de veraneo. Quedaba algo ridículo aquel exhibicionismo cesáreo, porque las lecturas se tienen que notar en el poso que dejan, no en el peso de los anaqueles, y menos si son de una casa alquilada. Pero al menos había en el gesto una voluntad de estilo, un énfasis de reconocimiento espiritual al estímulo de la cultura, el pensamiento o la sabiduría. Luego iban los acólitos y corrían a buscar los libros del jefe para empapárselos a ver si se les contagiaba por ósmosis emulativa el liderazgo, como cuando González declaró que su libro de cabecera eran las «Memorias de Adriano» y llenó de ejemplares de Yourcenar las mesitas de noche del socialismo. Con Zapatero no hay modo; su gurú Pettit no resiste un análisis, Suso de Toro tiene una prosa plasta y Ramoneda, de largo lo mejor entre sus citas, destila una melancolía social muy parecida a un resentimiento lírico.
Pero este año ni siquiera eso: va a pasar el estiaje con la compañía anoréxica de un libro y la bossa nova que elige su esposa. Hasta ahora, sabíamos que el monovolumen era una clase de automóvil; desde hoy sabemos que también puede tratarse de un presidente.

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