lunes, agosto 13, 2007

Ignacio Camacho, Leticia, peligro público

martes 14 de agosto de 2007
Leticia, peligro público

POR IGNACIO CAMACHO
EN la cesárea Francia de Mitterrand se desató un escándalo de grandes proporciones cuando se descubrió que los servicios secretos espiaban, entre otras personalidades, a la actriz Carole Laure, cuya belleza longilínea era del todo peligrosa para cualquier mortal masculino, pero no en apariencia para los intereses de la República. No había que ser un lince para sospechar en las escuchas un interés entre morboso y cotilla, tras el que se escondía el rumor de que en los ojos gatunos de la diva se espejaba el mismísimo presidente, viejo zorro hierático que las mataba callando. Esa misma, o similar, maliciosa suspicacia asoma ahora en España bajo la estupefaciente revelación -por una agente despechada- de que el CNI tenía entre sus objetivos a Leticia -con c, por favor- Sabater, cuya capacidad de desestabilización del Estado se antoja inversamente proporcional al volumen de sus implantes de silicona... y al destilado intelectual de sus sistemas neuronales.
El ciudadano común se prende de inmediato por la chismosa imaginación de un trajín de alcoba en altas esferas, atisbado por los funcionarios del espionaje con el malsano celo burocrático del protagonista de «La vida de los otros», en busca de munición de alto voltaje erótico con la que proveer las alcantarillas de la política. Pero he aquí que la neumática presentadora se relacionaba en la época de autos con un empresario asturiano, apodado «Morgan», cuyo papel en la arquitectura de la defensa nacional no acaba de resultar descifrable. Acaso se tratase del mote el resorte que estimulaba a los «mortadelos»; un tío al que llaman Morgan tiene que ser, por definición, sospechoso de algo. Aunque sea de beneficiarse a Leticia Sabater, que ya tiene delito... de lesa envidia.
El caso es que nuestra presunta «inteligencia» gasta sus caudales, que son los de todos, en fisgonear la vida privada de ciudadanos perfectamente incapaces de conspirar contra la seguridad nacional, acumulando gratuitamente archivos de orgasmos y grabaciones propias de línea caliente. Si Leticia Sabater es una fatal Mata Hari susceptible de desestabilizar algo más que los músculos pubococígeos de alguien, tenemos derecho a saberlo, más que nada para replantearnos los prejuicios acumulados sobre su cándida banalidad curvilínea. Y si no lo es, alguien tiene que dar una explicación coherente sobre el seguimiento para que no nos alarme la zozobra de pensar que, como dice la perspicaz Rosa Belmonte, hay un chiflado al timón con la gorra puesta del revés. Claro que ésta es una hipótesis perfectamente verosímil: en un país en que las autoridades catalanas rinden honores de mártir nacionalista a un ex cura trabucaire devenido en pobre orate suicida, y en el que el propio presidente sostiene que la nación que gobierna es un concepto «discutido y discutible», resulta plausible que los servicios secretos consideren a una starlette macizorra un posible peligro público. Explosiva, desde luego, sí es la chica, pero no parece activable con un mando a distancia.

No hay comentarios: