viernes, agosto 31, 2007

Ignacio Camacho, Las malestas de Rosa Diez

viernes 31 de agosto de 2007
Las maletas de Rosa Díez

QUÉ gran número dos sería Rosa Díez en una candidatura encabezada por Mariano Rajoy. Qué gran fichaje para cerrar con imaginatividad y arrojo los absurdos debates sobre Rato o Gallardón y componer un equipo ganador a lo Sarkozy, un proyecto de cambio reformista avalado por la derecha liberal y respaldado por una izquierda razonable y valiente, encontradas en el territorio común de la firmeza nacional y el constitucionalismo. Pero no resulta probable, por desgracia, aunque tampoco es imposible que Rajoy haya acariciado la idea. Ocurre sin embargo que esto no es Francia (ni Rajoy es Sarko, para qué nos vamos a engañar), donde la derecha lleva dos siglos desprendida de adherencias confesionales, y donde la izquierda comienza a soltar lastre de sus propios prejuicios dogmáticos. Y que en nuestra política aún impera un excesivo fulanismo personalista que contamina las ideas y nubla de prejuicios el debate de los programas.
De modo que Rosa, la valerosa, rebelde y cimarrona Rosa Díez, irá si nadie lo remedia a las elecciones por su cuenta, jugando a ser bisagra de una puerta de dos caras tan opuestas que sus goznes chirrían en el más agudo de los desencuentros. Le separa del PSOE su concepción antinacionalista, su bizarra defensa de la dignidad frente al chantaje del terrorismo y los soberanismos excluyentes, y le aleja del PP un incómodo escrúpulo sobre sus concepciones sociales. Sus treinta años de militancia socialista le impiden a su conciencia un salto transversal directo. Pero llegará un momento en que, si la aventura electoral de Basta Ya sale aceptablemente bien, tendrá que elegir y mancharse las manos con una opción de pacto, o de acuerdo, o de respaldo, o de apoyo. Y hoy por hoy, lo que importa de verdad en el debate político español no son los derechos de los homosexuales, el programa de Educación para la Ciudadanía o los porcentajes de reducción fiscal, sino la actitud ante la cuestión esencial de España, del modelo constitucional, de la resistencia ante el chantaje y de la pervivencia de una nación de ciudadanos iguales frente a la tentación de una comunidad de territorios diferentes.
Hasta que llegue ese momento decisivo, la peripecia tercerista tendrá el encanto esperanzado de la novedad entre el hastío trincherizo de esta batalla goyesca de gigantes inmóviles dándose garrotazos, que ha generado un espacio de descontento tan evidente como para convertirse en un apreciable banco de pesca electoral. Rosa Díez, a quien yo he visto salir a menudo aclamada por el público de Telemadrid, puede quitarle votos a la derecha si se presenta en la capital, o llevarse las simpatías y el sufragio de gran parte de la izquierda constitucionalista vasca si opta por una candidatura en su tierra. La cuestión no es a costa de quién va a armar su propio equipaje, que será sin duda a cuenta de quien más se lo merezca, sino que más pronto o más tarde tendrá que colocarlo en un armario prestado. Pero en política, como en todos los viajes, las maletas parecen siempre más pequeñas después de haberlas deshecho.

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