domingo, agosto 12, 2007

Ignacio Camacho, España como burladero

domingo 12 de agosto de 2007
España como burladero

POR IGNACIO CAMACHO
LA clave se llama España. Los brujos de la demoscopia, que escrutan las encuestas y ofrecen al presidente consejos para que los desestime, le han dejado sobre el escritorio un cartel con el nombre de la nación rotulado en grandes letras rojas. Los arúspices de la sociología han concluido que las causas de la derrota municipal del PSOE fueron el diálogo con los terroristas y la cesión al PP del concepto de la identidad nacional, y han sugerido a Zapatero que si quiere ganar las generales tiene que imbuirse de patriotismo para despojar al adversario del monopolio de la españolidad. Paradojas de la política: después de tres años de deconstrucción semántica y constitucional del término, el mago sonriente se ve impelido por la necesidad a llenarse la boca de una palabra en la que no cree. Pero cree en el poder, y su propia falta de ideas sólidas favorece el recurso al pragmatismo. Si para Enrique V París bien valía una misa, para este Peter Pan con pantalones largos la Moncloa bien puede valer una bandera.
En este repentino y sobrevenido descubrimiento de España no hay instrumento que desmerezca el uso de la nueva retórica de conveniencia. Matizada, eso sí, de una inflexión de progresía que camufle el giro diametral de la táctica. El ideograma inscrito por el Gobierno en la nueva carta estatutaria de la televisión pública, declarada al servicio de la «construcción de la identidad española», resume como un acta programática el alcance de la flamante reconversión ideológica. Una base de buenismo abstracto en la declaración de principios, una pizca de pluralidad lingüística, un pellizco de adanismo iluminado y el habitual perejil de la nación de naciones: los ingredientes del discurso hueco del zapaterismo, recalentados en el microondas retórico de un vago patriotismo de nueva hornada según la vieja máxima del minero leonés: ni una mala palabra, ni una buena acción.
El objetivo es meramente operativo: pertrecharse de armamento propagandístico con el que neutralizar la ventaja del enemigo en un terreno abandonado durante tres años de estéril ofensiva en dirección opuesta. Le favorece, sin embargo, la pereza de un rival acomodado en su trinchera hasta el punto de descuidar su retaguardia más segura, y que parece sestear sin apercibirse de que el contrincante ha girado la posición y se dispone a arrebatarle sus gallardetes simbólicos para encabezar con ellos una marcha en sentido contrario, aunque sea a contramano de sí mismo. Combate antiterrorista y españolismo de circunstancias; Zapatero fía su estrategia de falsa rectificación a la desmemoria ciudadana y al poderío de su aparato publicitario.
Porque detrás de esta máscara de cosmética no hay, como de costumbre, más que un inmenso vacío, una oquedad ideológica, un océano de ambigüedades surcado por la balsa de la sonrisa mágica. España no interesa como problema, sino sólo como muletilla trivial, como burladero de ocasión en el que esquivar la embestida urgente de un problema. España, en la semántica zapateril, se llama el maquillaje de una necesidad, el aderezo de una carestía, el afeite de una dificultad, el adorno circunstancial de un pedazo de la nada.

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