lunes, agosto 27, 2007

Ignacio Camacho, El sindrome de Fort Apache

lunes 27 de agosto de 2007
El síndrome de Fort Apache

POR IGNACIO CAMACHO
QUIZÁ nunca lo dejarán de ser, pero las terminales del Estado en el País Vasco, y significadamente las casas-cuarteles de la Guardia Civil, han vuelto a rodearse del aura maldita y fronteriza de Fort Apache, remotos enclaves en territorio hostil de asedio, encono y aislamiento forzoso. La ruptura de la tregua, la crecida batasuna, la impunidad renovada del entorno etarra, el ingreso tolerado de ANV en las instituciones locales y, en general, el paso atrás propiciado por la ambigua política «transversal» del Partido Socialista y el Gobierno han devuelto a muchas poblaciones vascas a la atmósfera de animadversión y peligro de los años ochenta, la de la semiclandestinidad de las fuerzas del orden, el miedo incrustado en la médula social, el odio rampante por las calles y las bombas que en la madrugada traen el estrépito de cristales rotos con que siempre se anuncia la presencia invisible del terror.
En política, como en la física, cuando una fuerza cede o abandona un espacio surge de inmediato otra que tiende a ocuparlo. La dejación de funciones del Estado, su resignación ante el incumplimiento impune de las leyes, su omisión del deber de defensa de los símbolos, su actitud acobardada y su repliegue ante el empuje levantisco de la violencia, provoca un corrimiento de poder que fortalece los intereses de los enemigos del sistema. Primero se minimiza el terrorismo callejero, después se ignora la extorsión a los empresarios, luego se hace la vista gorda ante las candidaturas batasunas apenas camufladas y más tarde se renuncia al izado reglamentario de las banderas que simbolizan la presencia misma de una estructura política nacional. Entonces ocurre: alguien aparca un coche cebado de explosivo en la puerta de un cuartel y la deflagración transporta al territorio abandonado por un túnel del tiempo que conduce a la época ominosa de la tragedia cotidiana en un paisaje social devastado.
Quizá nunca haya dejado de ser así, en el fondo. Pero hubo un momento en que al menos pareció invertirse el estado de ánimo, y se dibujó un horizonte en el que el terrorismo y sus cómplices pasaban de acorraladores a acorralados. Entonces, alguien decidió aflojar, sabrá por qué razones, y pintó un cuadro voluntarista de falsa paz en el que se borraba cualquier rasgo de vencedores y vencidos. El resultado era de prever: al cambiar la victoria por un empate, quedaba abierto el camino hacia la derrota.
Ahora, otra vez, los guardias civiles, los policías, los funcionarios de un Estado residual y vergonzante han de disfrazarse o enrocarse en las trincheras del miedo, mientras los ciudadanos a quienes debían proteger sienten de nuevo la sacudida del desamparo. Las declaraciones grandilocuentes de resistencia no sirven ni siquiera para encubrir la viscosa realidad de una renuncia. Al menos, en Fort Apache ondeaba la bandera.

No hay comentarios: