viernes, agosto 10, 2007

Ignacio Camacho, El silencio de los borregos

viernes 10 de agosto de 2007
El silencio de los borregos

POR IGNACIO CAMACHO
HACE una semana que cerró Delphi, aquella factoría de Puerto Real cuya deslocalización no iban a permitir de ninguna manera las autoridades de España y de Andalucía, y hace siete días que sus mil quinientos empleados engrosan las filas del desempleo con el que se dispone a acabar el benéfico Gobierno socialista. Y la otra tarde, en Sanlúcar, mientras degustaba la ya célebre tortillita de camarones acarreada por Fernando Moraleda, el mismo Zapatero que en mayo prometió -en plena campaña electoral- que se iba a mantener la actividad industrial «y la totalidad de los empleos», afrontó sin mover un músculo de su rostro impávido la evidencia de que la fábrica ha liquidado por completo su actividad, despedido a la integridad de sus trabajadores y clausurado las instalaciones, y con esa suntuosa facundia con que solemniza su discursos vacíos, pronosticó «un futuro de esperanza» para la Bahía de Cádiz. A continuación dibujó la mueca postiza de su sonrisa de cartón, enarcó levemente el ángulo de sus cejas y se bebió un sorbo de manzanilla antes de perderse en el Coto de Doñana caminando sobre las aguas del estuario de Bonanza.
Así despacha el poder la terca costumbre de la realidad de hacer trizas sus promesas y colgar del más absoluto vacío sus discursos huecos y sus retóricas triunfales. Otra frase grandilocuente, otro brindis al sol del optimismo ortopédico, y hasta la próxima, que no estará muy lejos. El futuro de esperanza consiste en el lento goteo de subvenciones y subsidios que acolchará el encadenado desplome de empresas auxiliares que vivían del entramado matriz de la multinacional fugada. Un lento languidecer, una agonía mortecina cuyos ecos de fractura social se perderán lejos del rutilante universo de alfombras monclovitas sin interrumpir el imaginario fantasioso del presidente del país de las maravillas.
Y lo peor es que ese silencio pesa también sobre un tejido sociopolítico alquilado por las dádivas del poder para compensar su anuencia con una amplia derrama de fondos públicos. Atruena el cinismo de quienes sin el más mínimo rubor se han cruzado de brazos tras recoger la cosecha de votos sembrada con compromisos escritos en el viento de la Bahía, retumba el mutismo cómplice de los sindicatos ante el incumplimiento flagrante de las proclamas oficiales, pero ya ni siquiera eso sorprende en una sociedad envilecida por la dependencia más sumisa y aborregada. Por qué no van a mentir aquellos a quienes les sale gratis la mentira.
Y mientras, Delphi anuncia con el mayor desparpajo la apertura de dos nuevas factorías en Rumanía y Tánger, donde las condiciones laborales deben equivaler para sus directivos a las de aquella Andalucía en la que se instalaron hace tres décadas, y que no es en el fondo muy distinta de ésta que consiente sin una queja la humillación de su dignidad colectiva. Que no es la deslocalización inevitable, al fin y al cabo, en la lógica cruel del mercado global, sino el desahogado desprecio impune de las promesas rotas y el desvergonzado, recochineante mensaje del futuro de esperanza para quienes ya no van a tener otro horizonte laboral que el de la cola del paro.

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