miércoles, agosto 22, 2007

Ignacio Camacho, El cielo sobre las cabezas

jueves 23 de agosto de 2007
El cielo sobre las cabezas

POR IGNACIO CAMACHO
EL maestro Tom Wolfe recomendaba a cualquier periodista que se tuviese por serio abtenerse de comentar, por obvios, dos aspectos de la actualidad: el tiempo y la programación de la tele. Para la segunda tarea sugería a los editores la contratación de un intelectual parapléjico, capaz de digerir y procesar sin salir huyendo la basura generalizada de los canales, y en cuanto a la meteorología simplemente la consideraba un recurso perezoso de conversación trivial, propia de esos momentos eternamente breves que son los trayectos de ascensor. Pero cuando el inventor del «nuevo periodismo» formulaba sus sarcásticos epigramas no había cundido aún la moda recurrente del cambio climático, introducida ya de lleno incluso en el discurso central de la política. Antes de la universalización del concepto, las rarezas atmosféricas eran simplemente caprichos naturales o sobresaltos estadísticos, pero en plena era del apocalipsis ecológico cualquier extemporánea calima invernal o inopinado chaparrón veraniego amenaza convertirse en síntoma de una alarmante catástrofe planetaria.
El debate, que debería ser sólo científico, sobre la alteración del clima como consecuencia de un desarrollo mal controlado en sus efectos naturales se ha impregnado de ideología hasta devenir en materia de enfrentamiento banderizo. Muchos izquierdistas huérfanos de doctrina han encontrado refugio ante la intemperie del socialismo bajo los soportales de la denuncia de los excesos industriales del capitalismo intensivo. En sentido contrario, la derecha neoconservadora minimiza la evidencia sintomática de las alteraciones en el comportamiento de los ciclos atmosféricos, atribuyéndolas a una mera leyenda malintencionada del nuevo ecologismo-sandía, verde por fuera y rojo por dentro. Probablemente sea en el término medio donde se halle la versión más aproximada de la verdad, pero ya se sabe que el centrismo es hoy en día una tentación mal vista que sitúa a quienes caen en ella en el centro... de todas las dianas de prejuicios.
La posición más razonable sería la de un sano eclecticismo: haberlo haylo, como las meigas, pero se trata de un fenómeno complejo que no cabe buscar bajo las simples circunstancias de un verano destemplado como el que padecemos, algo por otra parte tan antiguo que hasta figura en la dudosa asonancia del refranero: en agosto, frío en el rostro. Conviene no confundir cambio climático con alteraciones meteorológicas, ni echarle a Bush la culpa de que tengamos que ir abrigados en la costa. Alguna cosa grave acabará ocurriendo si no se toman medidas serias, porque los hombres somos arrogantes, soberbios e irresponsables y la naturaleza pasa siempre factura ante los desafíos prometeicos contra su ley sagrada. Pero sin trivializar. Como decía el jefe de la tribu de Asterix, es seguro que el cielo se acabará derrumbando sobre nuestras cabezas, aunque se trata de algo que no tiene por qué suceder mañana.

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