lunes, agosto 13, 2007

Ignacio Camacho, De frente y de perfil

lunes 13 de agosto de 2007
De frente y de perfil

POR IGNACIO CAMACHO
PUES no estaba tan mal. Teniendo en cuenta que habían llamado a su puerta de madrugada y no era el lechero, que le habían hecho un gratuito paseíllo de calabozo para que Zapatero luciese perfil de electoralismo de comisaría y que el fotomatón policial no es la cámara glamourosa de Annie Leibovitz, las imágenes de la ficha de Isabel Pantoja no la degradan tanto a ella como a quienes las han filtrado, probablemente a cambio de una sustanciosa mordida, y más probablemente aún en flagrante violación de un derecho constitucional. Por lo visto era poca alevosía la innecesaria detención nocturna, el aviso a los fotógrafos y toda la parafernalia de ensañamiento al uso de la demagogia que Tom Wolfe relató en «La hoguera de las vanidades». Había que darle el descabello con la humillante tríada fotográfica de los sospechosos habituales; sólo ha faltado el alias sobreimpreso.
Pero no es para tanto. Esos retratos son tan sólo la imagen de una mujer en un mal momento, ajada y llorosa, como cualquiera en ese trance. Que no digo yo que no se lo haya buscado, porque hace tiempo que Pantoja embarrancó su leyenda de viuda castiza en un arenal pantanoso de corrupciones, pero sí que hay una inclemencia destemplada, una ferocidad rigurosa en la demolición de su mito que no se corresponde con el fundamento de su horizonte judicial, y que desde luego apuntilla cualquier presunción de inocencia adelantando mediante un linchamiento oportunista la condena social que supone la trituración de la fama.
El sórdido fotomatón de la Pantoja no acrecentará su malditismo porque no surge de un camino de autodestrucción ni de un abismo inevitable, sino de una viscosa aproximación a las cañerías turbias de la mangancia; su vida desgarrada y turbulenta, su aura rebelde de Yocasta andaluza, está a punto de derivar en la peripecia suburbial de una Lady Macbeth bananera envuelta en pringosas tramas de blanqueo de dineros birlados, pedestres causas de trinques y cohechos municipales que alejan su sufrimiento de la compasión que suelen suscitar los perdedores. Pero en las sociedades democráticamente sanas, esa clase de asuntos no se depuran en la máquina de picar carnaza de un debate de peluquería, ni se alivian con la morbosa contemplación playera de una dignidad arruinada, sino mediante el trabajo riguroso de unos tribunales plenos de garantías, a salvo de ajusticiamientos mediáticos y de ejecuciones morales.
Y hay algo raro, vidrioso, un poco pestilente, en todo este espectáculo truculento y populista de una lapidación pública, de frente y de perfil, con ribetes expiatorios. Una sospecha de que faltan ingredientes de complicidades intuidas en este pasto de fieras para consumo urgente de masas en vacaciones. Un sabor amargo de responsabilidades eludidas por el procedimiento de la cortina de humo. Una sensación desasosegante de que en esa galería de presos «malayos» siguen faltando otros fotomatones, cuyos negativos se han velado en la penumbra de algún cuarto oscuro

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