martes, agosto 07, 2007

Ignacio Camacho, Ciberescaqueo

martes 7 de agosto de 2007
Ciberescaqueo

POR IGNACIO CAMACHO
Llegan cada mañana, a veces de madrugada, para instalarse en la bandeja del correo electrónico con la familiaridad de los viejos conocidos. Vienen de cualquier parte, a través de esa tela de araña, esa madeja virtual que forman las listas de contactos, y que según los estudiosos americanos conecta en una malla de siete u ocho pasos a personas por completo dispares o desconocidas entre sí. En ocasiones traen adjuntas bellas imágenes, músicas cursis, frases melosas o afectadas sobre la amistad, el amor, la vida y la muerte, o ácidos montajes de crítica política, o simples curiosidades, o esos bulos que ahora se conocen como «leyendas urbanas». Yo no sé ustedes, pero a menudo me pregunto quién los inventa, los diseña, los elabora con la minuciosa dedicación y la compleja laboriosidad que requiere su progresivo perfeccionamiento. Nadie conoce la respuesta, pero a todos nos invade una sospecha que resulta casi una certidumbre: toda esa banal quincalla electrónica, esa gigantesca bagatela que abraza el mundo a través de la red virtual, se fabrica y difunde en su inmensa mayoría durante el horario laboral de miles de empleados que dedican a esta tarea fútil buena parte de su tiempo de trabajo.
Un reciente estudio de la Fundación BBVA ha recogido la declaración de una abrumadora mayoría de españoles (casi un 70 por 100) que confiesa distraerse a menudo en la oficina. La desmotivación, la ausencia de tareas que cumplir (!!) o una cierta rebeldía ante los mandos aparecen como justificaciones de este generalizado escaqueo por el que casi nadie se siente culpable. No somos precisamente calvinistas. Desde la implantación masiva de las nuevas tecnologías, la navegación por Internet constituye la principal vía de escape de este absentismo presencial, si vale la expresión, en el que el trabajador está sin estar, evadido de sus obligaciones sin abandonar físicamente su puesto. Una ausencia que en no pocos casos se torna, con ayuda de los medios supuestamente catalogados como bienes de producción, francamente creativa si juzgamos por la cantidad de correo ocioso que circula a diario por el océano virtual.
La mayoría de las páginas de diarios on-line se miran en horas de oficina; a partir de las tres de la tarde decrece sensiblemente el tráfico. Hace pocos años, un conocido juego cibernético incluía en su página de inicio un link con el expresivo epígrafe de «que viene el jefe». Pinchabas allí y se descargaba de inmediato una falsa cubierta... del Boletín Oficial del Estado. Existen miles de crucigramas, sudokus y pasatiempos virtuales que alimentan la picaresca elusiva de medio mundo laboral.
Prácticamente nadie siente mala conciencia por este incumplimiento masivo, que sustituye la antigua ética del trabajo por lo que Lipovestky dio en llamar «el crepúsculo del deber». Ya se sabe que los crepúsculos son, en todo caso, hermosos, relajados, estéticamente fecundos. Pero la inmensidad de horas perdidas quizá merecería al menos más talento creativo del que manifiesta este derroche de trivialidades tan trabajosamente manufacturadas.

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