lunes, agosto 20, 2007

Ignacio Alvarez, El eje Washington-Jerusalen

El eje Washington-Jerusalén
21.08.2007 -
IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO

En los últimos meses viene cobrando fuerza la posible celebración de una nueva conferencia de paz entre israelíes y palestinos en Washington en el mes de noviembre. Como en anteriores ocasiones, el objetivo será el establecimiento de un Estado palestino sobre los territorios ocupados por Israel en el curso de la Guerra de los Seis Días en 1967. Parece que la comunidad internacional, tras varios años de distanciamiento, ha decidido retornar a la región al considerar que, ahora sí, se dan las condiciones para resolver el alambicado conflicto. Todo ello nos lleva a preguntarnos qué ha ocurrido en el curso de los últimos meses para que la luz al final del túnel se vislumbre más cercana hoy que ayer.En el frente palestino, la toma de Gaza por parte de Hamás disparó todas las alarmas en torno a la posibilidad de que también Cisjordania corriese la misma suerte en el caso de que la comunidad internacional no se movilizase activamente para reforzar a Mahmud Abbas. Desde su elección en 2005, el presidente de la Autoridad Palestina ha sido ninguneado de manera sistemática por Israel, hecho que ha contribuido decisivamente a incrementar su vulnerabilidad. La designación del economista Salam Fayad como primer ministro, en sustitución del islamista Ismael Haniyeh, ha convencido a muchos de que la moderación y el pragmatismo se han abierto paso definitivamente en la escena política palestina. Así las cosas, los palestinos han retomado su participación en el proceso de paz y, en consecuencia, pasan a ser de nuevo interlocutores válidos en cualquier futura negociación. De hecho, la propia supervivencia política de Abbas está condicionada a la consecución de un acuerdo; de lo contrario, Hamás volvería a recuperar el territorio perdido en los últimos meses y podría convertirse en la única alternativa válida a Fatah.También en Israel la posibilidad de retomar el proceso de paz ha tenido efectos terapéuticos para un Gobierno que atravesaba sus horas más bajas. Ehud Olmert, el que fue delfín de Ariel Sharon, tiene en su haber el triste mérito de ser el dirigente israelí peor valorado desde la aparición del Estado judío. Su desastrosa gestión de la guerra contra Hezbolá el pasado verano, duramente criticada por el Informe Winograd, parece ser la responsable de la escasa popularidad que le profesan sus paisanos. Según un reciente sondeo del Instituto Dahaf, sólo un 8% de los encuestados le darían hoy su voto, dato que contrasta con el 36% que respaldaría al opositor Benjamín Netanyahu y el 22% que haría lo propio con Ehud Barak, actual ministro de Defensa. Es posible que la única manera de recuperar su credibilidad sea precisamente dando un viraje de 180 grados y apostando firmemente por la reanudación del proceso de paz, opción que cuenta con un fuerte respaldo de la población israelí, hastiada por una ocupación de más de cuatro décadas que ha absorbido innumerables recursos y requerido no pocos sacrificios. De no avanzar en las negociaciones con los palestinos, Olmert se arriesga a que Kadima, la formación que dirige, sufra una histórica derrota en las próximas elecciones que la haga desaparecer de la misma abrupta manera en que surgió. Otro factor que invita al optimismo es la posición del mundo árabe, que ha dado señales positivas en torno a la posibilidad, cada vez más factible, de abandonar su improductivo boicot a Israel, vigente desde su creación hace ya sesenta años. El pasado 25 de julio una delegación de la Liga Árabe, compuesta por los cancilleres egipcio y jordano, realizó una histórica visita a Israel para exponer el plan de paz aprobado por la Cumbre de Riad el pasado mes de marzo. La propuesta árabe se basa en cuatro elementos: retirada total de los territorios árabes ocupados, creación de un Estado palestino viable, solución del problema de los refugiados y, en contraprestación por todo ello, plena normalización de relaciones entre Israel y los 22 países árabes que forman parte de dicha organización. Es decir: la aceptación árabe del principio 'territorios a cambio de paz'. Esta iniciativa fue recibida con entusiasmo por las Naciones Unidas y la Unión Europea, pero también por destacados miembros del Gobierno de Olmert que subrayaron que podría convertirse en «base para futuras negociaciones, aunque haya en ella elementos que son problemáticos». También la comunidad internacional parece apostar ahora por una reanudación del proceso de paz y las pasadas diferencias entre EE UU y la Unión Europea se habrían difuminado. Ni la Francia de Sarkozy ni la Alemania de Merkel ni tampoco el Reino Unido de Brown presentarán objeciones sustanciales a la propuesta norteamericana. La Administración de George W. Bush es favorable a unas negociaciones directas entre israelíes y palestinos con la mediación estadounidense, siguiendo el exitoso esquema de Camp David que permitió alcanzar la paz entre Israel y Egipto en 1977. Se busca, así, lograr un compromiso en torno a la creación de un Estado palestino de mínimos en la conferencia que tendrá lugar en Washington en noviembre. Como en Oslo, los asuntos más espinosos -el futuro de Jerusalén y la cuestión de los refugiados, vitales para los palestinos- se relegarán para una etapa posterior. El principal escollo para el éxito de dicha conferencia reside en que unos y otros se pongan de acuerdo en torno a las fronteras definitivas del nuevo Estado. Ante la previsible absorción israelí de los grandes bloques de asentamientos y de 'la tierra de nadie' que queda entre el Muro de Separación y la Línea Verde, Jerusalén podría ofrecer un intercambio de territorios, pero no parece probable que Olmert esté dispuesto a ceder el control fronterizo ni tampoco a permitir que el nuevo Estado goce de una plena continuidad territorial. Del fracaso del Proceso de Oslo se pueden extraer diversas lecciones, quizás la más importante es la necesidad de establecer un sistema de supervisión que impida a las partes incumplir sus compromisos. El despliegue de tropas internacionales, preferiblemente bajo la bandera de Naciones Unidas y no de la OTAN como pretende Israel, podría servir para facilitar las cosas, pero sólo una decidida implicación de Bruselas, con el objeto de contrarrestar la alianza entre Jerusalén y Washington, hará posible un acuerdo digerible para los palestinos.

No hay comentarios: