lunes, agosto 27, 2007

Iñaki Ezkerra, Sin cura

Sin cura
27.08.2007 -
IÑAKI EZKERRA i.ezkerra@diario-elcorreo.com

El Arzobispado de Granada les ha castigado sin cura a los vecinos de Albuñol después de semanas de manifas, encierros y huelgas de hambre por haber trasladado a otra parroquia al que ya tenían, que era un cura progre, un cura con carisma y dotes de liderazgo entre lugareños e inmigrantes; uno de esos curillas con remango y predicamento entre las masas que genera este país cada par de años desde tiempos inmemoriales y que son siempre un genuino producto mediático-sociológico, una reposición costumbrista y carpetovetónica del párroco de Molokai, aquél que pillaba una lepra en blanco y negro en el cinefórum de nuestra infancia por irse a cuidar enfermos.En España es que no podemos estar sin cura nacional. Lo da la tierra, lo produce el clima, lo llevamos en la sangre. Cuando no surge el cura de Albuñol surge el padre Coloma o el padre Llanos o el padre Apeles. Surge Martín Descalzo o Martín Vigil, o uno que se llamaba Jesús Urteaga y que fue el primero de todos los telecuras que han venido después, el padre de todos los padres, el canon canónigo. El cura Urteaga era una especie de teleñeco postconciliar que te miraba inquisitorialmente todas las tardes y repetía como accionado por un resorte: «Sed felices haciendo felices a los demás». El cura Urteaga atormentó mi niñez y logró hacerme infeliz con su frase, con su mirada inquisitorial, con su sotana, con aquel gestito auto-represor de alzarse el alzacuellos como en una totalitaria redundancia. El padre Urteaga se quería hacer el enrollado pero daba miedo porque se le iba la mano al alzacuellos -como digo- y el dedito autoritario hacia la cámara. Desde entonces el modelo se ha ido perfeccionando. Luego vendría Sor Citröen, que es la versión desarrollista-feminista de este fenómeno. Y vendría el cura de Albuñol que nos ha alegrado este agosto revolucionando a esa feligresía que ahora está castigada sin cura ni misas ni bodas ni bautizos ni confesiones ni comuniones ni extremaunciones.Yo no sé quién sale más castigado, la verdad, si los vecinos de Albuñol, que andan trasegando todo el día con colchonetas y sacos de dormir entre la parroquia y los telediarios, o el propio Arzobispado. Yo no entiendo muy bien a la Iglesia española, que se queja de la escasez de las vocaciones y de los feligreses, pero luego carga contra todos los curillas que le salen carismáticos, postconciliares y populares. Cuando no es el de Albuñol es el de San Carlos Borromeo, esa parroquia del madrileño barrio de Entrevías a la que iban Bono y Zerolo a comulgar con rosquillas. No es que uno sea devoto del cura de Albuñol. Probablemente sea un narcisista, un afectado y un ególatra, como todos los curas. Pero a uno ese caso le recuerda al de Gallardón con el PP. No están tan curados y sobrados de amigos ni el PP ni la Iglesia como para arremeter contra todo aquél que les trae votantes y creyentes, o viceversa.

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