lunes, agosto 13, 2007

German Yanke, Las anginas de Cecilia Sarkozy

martes 14 de agosto de 2007

Las anginas de Cecilia Sarkozy Germán Yanke

En Francia duran un poco más, pero en la familia Sarkozy —que es una mezcla de procedencias europeas muy saludable— las anginas sólo agobian unas horas. Cecilia Sarkozy, la mujer del megapresidente, paseaba el viernes por Wolfeboro con su hija aparentemente muy sana y el domingo lo hacía con dos amigas con un aspecto magnífico. Sólo el sábado se sintió enferma y dejó solo a su marido en la visita a los Bush.
Es una grosería dudar de las informaciones oficiales sobre la salud de la primera dama o de su rapidísima recuperación. Pero, si no grosería, si reviste una cierta imprudencia que, ante el común de los mortales, la primera dama no oculte por un tiempo sus facultades físicas y, ya que no asistió a la cita, disimule un poco, alargue ficticia y diplomáticamente su malestar.
Sobre todo si ha sido el presidente de la República, según confesión propia, quien le contagió las anginas. O quizá todo se deba a eso, a que Nicolás Sarkozy le contagió la enfermedad y hay que desembarazarse de su influencia lo más rápidamente posible. Porque la primera dama no parece muy ansiosa de obedecer los mandatos del protocolo y está todavía inventándose su función en El Elíseo y fuera de él.
El presidente la convierte en emisaria en Libia para negociar la liberación de las enfermeras búlgaras encarceladas y termina por meterla en lío. A pesar de que, en cuanto llegaron a su destino, Cecilia Sarkozy desapareció de la escena, aparecen después los rumores sobre contraprestaciones en armamento y, antes, malestar en otras cancillerías europeas que venían negociando con Libia aunque sin el empuje de Sarkozy y el glamour de su mujer. Pero para una vez que tiene éxito le salen con estas manías y la primera dama no es muy dada a las componendas.
El asunto no deja de ser una anécdota, aunque es interesante constatar y comparar cómo se comportan públicamente las mujeres y los maridos de los políticos porque así se revelan también costumbres políticas. Pero en el caso de Sarkozy la dama independiente y respondona añade un cierto carácter al perfil del presidente porque da la impresión de que lo que realmente queda del 68 en Francia lo tiene en casa.
Como se sabe, mucho se ha comentado el discurso de campaña en el que el actual presidente renegaba de mayo del 68 y de su herencia para proponer una vuelta a la autoridad y los valores. Es dudoso que quede del 68 algo que vaya más allá de la remoción de lo que la izquierda llama “relaciones de dominación” y la derecha algunas costumbres del pasado. Quizá lo que le interesaba a Sarkozy era reforzar la idea de que la gran crítica a la izquierda del 68 se ha venido haciendo desde la propia izquierda y, con ello, apartarla para presentar como alternativa una derecha desacomplejada que cita como propios a Jaurés, Blum y demás.
Una operación estratégica más que intelectual porque, a mi juicio, no hay nada más peligroso que sustituir la ley por autoridad, moral y valores en los que el Gobierno debería cuidar su neutralidad. Pero gracias a los cambios de las costumbres que se destaparon en el 68, el señor Sarkozy, divorciado y vuelto a casar, puede ser presidente de la República. Y gracias a esos cambios su mujer puede decirle muy tranquilamente que aquí si voy y allí no, y ese papel lo acepto y este otro te lo quedas tú, etc., etc.
Así que inclinémonos, izquierdas y derechas, ante Cecilia Sarkozy, el resto del 68 en El Elíseo. Y piense el presidente de la República en la paradoja de las herencias: terminó estando con Gadafi y no tomó hamburguesas con Bush. Todo un programa.

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