viernes, agosto 10, 2007

German Yanke, La Constitucion

viernes 10 de agosto de 2007
La Constitución
POR GERMÁN YANKE
El presidente Rodríguez Zapatero planteó desde el comienzo de la legislatura una reforma limitada de la Constitución que afectaba a cuatro asuntos, aunque sólo uno de ellos -la sucesión de la Corona- exigía la mayoría cualificada de dos tercios en el Congreso, la ratificación mediante referéndum y la disolución de las Cámaras. De los otros, dos de ellos tenían menos calado (la referencia a la nueva y hoy extinta Constitución europea y la cita nominal de las comunidades autónomas) y otro, que afectaba al Senado, de mayor importancia, sobre todo por el curso que ha tomado la llamada «política territorial» en estos últimos años.
«Federalizante»
La reflexión -y las consecuentes reformas- sobre el papel del Senado ha sido un tema recurrente de los dos grandes partidos pero no se puede obviar que la propuesta de reforma constitucional del presidente Zapatero se debe entender concatenada con el proyecto de hacer de él un elemento central para dar cohesión a un modelo «federalizante» por la vía de las reformas de los estatutos y del reconocimiento político de los «hechos diferenciales». Es un escenario en el que, lógicamente, el PP no podía apoyar que se abriera un proceso que no se sabía dónde podía acabar y que no se hacía desde el consenso del diagnóstico y de la farmacopea adecuada.
En un debate en el Senado, el presidente -como reproche al PP- ya dijo que, si la oposición se negaba, la institución no sería reformada. Los otros temas siguen siendo menores y la modificación de la prevalencia del varón en la sucesión a la Corona, que hubiera podido ser planteada en otras circunstancias al final de la legislatura, por la necesaria disolución de las Cámaras, ha quedado para otro momento, sobre todo tras el nacimiento de la segunda hija de los Príncipes.
Fervor constitucional
Durante toda esta legislatura, sobre todo por la intención del PSOE de dar paso a una segunda fase del Estado de las Autonomías sin el consenso entre los dos grandes partidos, el PP se ha erigido en el defensor de la Constitución, hasta el punto de que los socialistas han terminado por ironizar, con poca gracia y menos sentido, sobre «el fervor constitucional de quienes no apoyaron en su momento el texto». No responde el reproche a la realidad, pero sí a la imagen que se ha forjado el PP. Sin embargo, es en el entorno de este partido donde surgen ahora las voces a favor de la reforma de la Constitución. Se ha celebrado ya un primer seminario en el que, junto a dirigentes del Foro Ermua y otros profesionales, han participado las fundaciones que presiden el vicepresidente del Parlamento Europeo, Vidal-Quadras y el parlamentario vasco del PP Santiago Abascal.
La visión de los problemas nacionales es ciertamente dispar, ya que desde este territorio intelectual se ve la Constitución, a pesar de las cautelas y de la potestad de armonización, como un texto ambiguo que no establece con claridad y de modo cerrado las competencias estatales y, así, como causa probable de que el PSOE haya podido avanzar en su pretendida «transformación del Estado» más allá de lo razonable. Se plantean, asimismo, otras necesarias reformas pero no deja de ser paradójico que, desde este punto de vista, la Constitución haya dejado de ser la Carta Magna que se vulnera con la «política territorial» para pasar a ser un peligro que podría amparar la «España plurinacional» o federal. Así que, siendo distinto el diagnóstico, lo que cambiaría, si esta posición se hace un hueco o es aceptada por el PP, es la idea de que la derecha es, hoy, la defensora de un texto constitucional que la izquierda sobrepasa subrepticiamente.
Ahí queda el debate, interesante sin duda, acerca de si una transformación del Estado que no tiene el consenso de los dos partidos con posibilidades de gobernar es un abuso de la Constitución o una vía de escape facilitada por sus deficiencias y ambigüedad. Un debate que plantea, además, un problema práctico y una constatación aún más problemática.
El problema es si es posible y conveniente no sólo abordar la reforma de la Carta Magna sino plantearla como parte de una discusión política entre quienes tienen visiones tan distintas de lo que ocurre ahora y es conveniente para el futuro inmediato. La constatación añadida es que, como dice Agapito Maestre, nos falta incluso el relato de lo que nos está pasando. Porque nos está pasando no sólo que se han roto los consensos básicos del 78 sino que, si volviésemos atrás, no se lograrían, en el contexto actual, jamás. Más claro: que estamos viviendo como si nunca los hubiera habido.

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